Domingo sexto del Tiempo Ordinario

Lectura orante del Evangelio: Marcos 1,40-45

He pedido a menudo a las personas que ayudan a los demás que lo hagan mirándolos a los ojos, que no tengan miedo de tocarlos; que el gesto de ayuda sea también un gesto de comunicación: también nosotros tenemos necesidad de ser acogidos por ellos. Papa Francisco.

Jesús se abaja, entra en los terrenos solitarios de la muerte; se hace el encontradizo, espera. Un leproso, acostumbrado al desprecio y rechazo permanentes, percibe en Jesús señales de amor y se acerca confiado. La confianza en Jesús es la clave. Si quieres, puedes limpiarme, ¡qué oración más hermosa! El Espíritu es el artífice de este milagro. La oración es conocer lo que somos con llaneza, y con simpleza representarnos delante de Dios (Santa Teresa). 

Para ti, Señor, tengo nombre. Te importa mi vida. A veces he pensado que lo primero que tú miras en mí es mi pecado, mi error, mi impureza, pero sé que no es así. Lo primero que miras es mi vida, porque me amas. Me miras con compasión y cariño, a mí y a todos, porque en tu corazón no hay marginados. Para ti, todos somos valiosos.  

Dios no margina a nadie. Jesús revela un nuevo rostro de Dios. Lo hace desde la compasión, desde la ternura y la indignación ante tanta marginación. La compasión es la forma que tiene Jesús de mirar a los marginados. Abre los ojos para mirar de cerca. Con la compasión comienza la liberación. Un mundo donde fuésemos todos capaces de compadecernos: eso sería el Reino de Dios.

Dejamos que nos mires, Jesús, con compasión y ternura. Así nos limpias y nos liberas. ¿Haremos con los demás lo que tú haces con nosotros?    

Jesús, con su mano poderosa, toca lo intocable y al intocable. Lo toca con calma para transmitirle el consuelo y la liberación. Para Jesús, el leproso no es un apestado ni un excluido; para él no hay normas, hay personas. Jesús, al hacerlo, asume riesgos. Al tocar la vergüenza, al ponerse en lugar de todos los humillados, comienza a cargar con la cruz. La oración se verifica y se demuestra en la cercanía y la compasión hacia los últimos, hacia los que pasan hambre. Esta es nuestra tarea.

Perdónanos, Señor, porque a veces nos importa más el cumplimiento de la ley que el acercamiento a los marginados.   

Con estas palabras, creadoras de vida y esperanza, responde Jesús al leproso. Así engrandece nuestra nada. No hay rincón adonde no llegue la buena nueva de Jesús. Y cuando llega, realiza cambios profundos: la lepra desapareció inmediatamente y el leproso quedó limpio. La oración es un grito de fe, es un tiempo de gracia que nos permite experimentar la ternura sin medida de Jesús. 

Gracias, Señor, de ti nos vienen todos los bienes. Gracias, Señor, por todas las personas que están cerca de los marginados. En ellos vemos tu espíritu y sentimos la llamada a hacer lo mismo.

Lo que Jesús dice y hace tiene consecuencias: el leproso comienza a pregonar bien alto el hecho – ¡cómo no hablar de él! -; Jesús, por su parte, es ahora el apestado, los bien pensantes lo rechazan y tiene que permanecer en despoblado. Pero el pueblo en masa, desafiando las prohibiciones, llega de todas partes adonde está Jesús. Los lugares solitarios se convierten en plaza pública. La danza liberadora del Evangelio está en marcha. ¿Qué hacemos cuando somos testigos de las maravillas que Jesús hace en nosotros? ¿Unimos nuestras manos para trabajar juntos contra el mal?

Concédenos, Señor, el deseo de ir a ti. Concédenos, Señor, la compasión para remediar a los que sufren en sus carnes la lepra del hambre.

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