Lunes, 2 de agosto
“La gente, lo siguió por tierra desde los pueblos. Al desembarcar, vio Jesús el gentío, le dio lástima y curó a los enfermos” (Mt 14,14).
La gente busca a Jesús. Sus palabras y curaciones han tocado las fibras de su ser y acuden a Él. Tienen hambre de luz y de verdad. Jesús se compadece de ellos porque todo su corazón es amor de Dios. Practica las actitudes de Jesús: mira a la gente, no vayas de prisa y mirándote solo a ti; compadécete, que es una forma mucho más fecunda que el juicio; sana a los enfermos con la sonrisa, la mirada, el amor.
¿Cómo curaré con la mirada, si no me dejo mirar antes por Ti? ¿Cómo seré fuente de alegría, si Tú antes no abres en mí las fuentes del gozo?.
Martes, 3 de agosto
“Después de despedir a la gente, subió al monte a solas para orar. Llegada la noche, estaba allí solo” (Mt 14,23).
Para Jesús, más allá de todo, está el Padre. No trata de rumiar en su interior los éxitos, sino de descalzarse de todo ruido para estar a solas con su Padre. Acostúmbrate a tener todos los días un momento así. Déjalo todo, deja a todos, y en silencio abre tu corazón al Padre.
En tu Fuente, quiero beber, Señor. En esa hondura, Tú recreas mi agua. Y mañana, ¡de nuevo a ser fuente en medio de las gentes!
Miércoles, 4 de agosto
“Mujer, qué grande es tu fe: ‘que se cumpla lo que deseas’. En aquel momento quedó curada su hija” (Mt 15,28).
¡Qué insistencia la de esta mujer! Pide, vuelve a pedir, insiste. Deja una y otra vez que se asome su deseo hondo y se haga presente en sus palabras de fe. De su corazón desgarrado y desesperado brota una súplica confiada. A veces parece que Dios no nos escucha, no nos oye. Nos llega a desesperar el silencio de Dios. La fe valiente y arriesgada de esta mujer nos mueve a confiar y perseverar en aquello que pedimos a Dios.
Asomo ante ti, Señor, mi corazón, te miro y espero tu compasión.
Jueves, 5 de agosto
«Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo». Jesús le respondió: «¡Dichoso tú, Simón, hijo de Jonás!, porque eso no te lo ha revelado nadie de carne y hueso, sino mi Padre que está en el cielo” (Mt 16,16.17).
Jesús declara dichoso a Pedro porque el Padre le ha revelado el misterio de reconocerle como Mesías y como Hijo de Dios. Le confía la misión de ser la roca sobre la que se asentará su Iglesia, reunida en torno a los discípulos. La novedad de Jesús es inagotable. Siempre es posible ahondar más y más en el manantial de su amor.
Tú eres mi Señor, mi fe se apoya en tu Palabra de Vida. Oro cuando me encuentro, contigo, Jesús. Vivo, cuando bebo de tu manantial y me alimento de tu eucaristía.
Viernes, 6 de agosto
LA TRANSFIGURACIÓN DEL SEÑOR
“Jesús se llevó a Pedro, a Santiago y a Juan, subió con ellos solos a una montaña alta, y se transfiguró delante de ellos” (Mt 17,2).
Jesús muestra en el monte a sus discípulos el destino de los hijos de Dios. La última palabra la tiene la luz; ante ella, la oscuridad retrocede avergonzada. ¡Ojalá tengas tú, también, un encuentro de fe con Jesús, una comunicación de amigo a amigo con Él! Tanto como subir, importa bajar. Jesús nos levanta y nos ayuda a superar los miedos. Vuelveal camino con el gozo de un encuentro con Jesús en el corazón.
Pon tu luz en mis ojos, Señor, que no sé andar por los caminos, si Tú no estás conmigo y me guías. ¡Gracias por tu luz, Jesús! ¡Gracias por todos los que brillan como Tú!
Sábado, 7 de agosto
“Señor, ten compasión de mi hijo, que tiene epilepsia y le dan ataques; muchas veces se cae en el fuego o en el agua. Se lo he traído a tus discípulos, y no han sido capaces de curarlo” (Mt 17, 14.15).
Un hombre necesitado se acerca a Jesús con una actitud de fe: le llama Señor y se postra ante él. Jesús recrimina a sus discípulos la falta de fe-confianza en su Amor. Intenta cuidar la pequeña semilla de la fe que sin duda, Dios Padre ha puesto en ti y descubrirás por experiencia que para él nada es imposible.
Señor en ti confío. Te alabo y te bendigo por tu gran bondad.