Lunes, 12 de febrero.
“Se presentaron los fariseos y se pusieron a discutir con Jesús; para ponerlo a prueba, le pidieron un signo del cielo… «Por qué esta generación reclama un signo? En verdad os digo que no se le dará un signo a esta generación». Los dejó, se embarcó de nuevo y se fue a la otra orilla” (Ms 8, 11-13).
Los fariseos piden a Jesús una señal espectacular, esperan a un Mesías con poder y no creen en Jesús, que lleva una vida sencilla y camina al lado de la gente. A quien no quiere creer, ninguna razón le vale. Por eso no habrá señal. Los pobres nos evangelizan con su pobreza y su esperanza en el Reino. Hay que mirarlos y escucharlos.
Abro mis oídos para escuchar las señales sencillas con las que me hablas cada día. También yo quiero hablarte con palabras sencillas, sin palabras, incluso.
Martes 13 de febrero
“Tened cuidado con la levadura de los fariseos y con la de Herodes». ¿Por qué comentáis que no tenéis pan? ¿No acabáis de entender? ¿Tan torpes sois? ¿Para qué os sirven los ojos si no veis, y los oídos si no oís? ¿Y cuántas canastas de sobras recogisteis cuando repartí siete entre cuatro mil? Le respondieron: «Siete». Él dijo: ¿Y no acabáis de entender?»” (Mc 8, 14-21).
No acogemos a Jesús por la desconfianza y la incredulidad. No terminamos de entender lo que él significa para nosotros. En ese gran supermercado en que se ha convertido el planeta, solo vale lo que “se vende”. La utilización de recursos no renovables, en aras de un bienestar inacabable, es una amenaza para la supervivencia del planeta.
Escucho la invitación que me haces a estar contigo, a decirte mi amor, aunque sea con torpes palabras. Tú, mi Dios, trabajas el mundo en secreto a través de los orantes.