Oración ante el ‘Cristo de los Desamparados’, de Martínez Montañés, en el Convento del Santo Ángel de Sevilla, de los carmelitas descalzos.
Señor Dios, Amado mío,
Cristo en los Desamparados.
¿Quién amparará a este niño
en el mar de los ahogados?
¿Quién consolará a este padre
de ojos tan desencajados?
¿No habrá ni un clavo siquiera
al que quedarse agarrados?
¿No habrá un madero a la vera
para los desamparados?
¿Es que no hay quien ampare
con los brazos levantados?
¿Es que no hay quien repare
corazones angustiados?
Madera que viene ardiendo
sin haberse aún quemado,
fuego fue en amor prendido
de escultor enamorado,
Vivo leño de fe viva
es, Cristo Crucificado,
en esta madera orante
del amor policromado.
Mi insensible corazón
de pedernal golpeado
volviérase brote verde
en tu Cruz bien arraigado.
Que, en Ti, flor y fruto diera
por tu savia alimentado:
Tú en mí, por misericordia;
yo en Ti, «misericordiado».
Que mi brazos se prolonguen
con los tuyos abrazados,
que mis pies se planten firmes
en la fe bien enclavados,
y que en cálida acogida
se derrame en mi costado
mi corazón, como el tuyo,
por amor atravesado.
Y a la tarde de la vida
quede bien examinado,
Señor Dios, Amado mío,
Cristo en los Desamparados.
A los padres carmelitas del Santo Ángel de Sevilla en los 400 años de la hechura y presencia del Cristo de los Desamparados de Martínez Montañés.