Orar el Vía Crucis de la humanidad

«LO QUE HAGÁIS A UNO DE ESTOS, MIS PEQUEÑOS HERMANOS, A MÍ ME LO HACÉIS» (Mt 25,40)

No hay Semana Santa sin Vía Crucis. Eso es lo que espera la gente que se toma esta semana como algo más, y no es poco, que unos días de vacaciones o de descanso. ¿Esto del Vía Crucis forma parte del programa o es algo imprescindible? Y cuando hablamos del Vía Crucis, ¿nos referimos solo a la cruz de Jesús o también a la cruz de la gente que está más o menos cerca, o más o menos lejos de nosotros? Sin duda, Jesús está en el centro, pero donde está Jesús están los que sufren, porque sus palabras resuenan siempre como un grito profético:

«Lo que hagáis a uno de estos, mis pequeños hermanos, a mí me lo hacéis» (Mt 25,40)

No podemos vivir el Evangelio del Reino dando la espalda al sufrimiento de hermanos y hermanas. ¿Desde cuándo nuestra fe puede ser un manto que recubra toda herida, todo grito, toda injusticia? La vida, cuando nos acercamos con «la mística de los ojos abiertos» (Metz) es provocadora de preguntas, pide respuestas.

Empezar el camino situándonos, o sea, mirar la vida desde abajo, dejándonos afectar por historias concretas de dolor, eso es el Vía Crucis. Atrevernos a encontrar a los que sufren, sin crearnos estilos de vida, incluso llamados «espirituales», que nos emboten los ojos del cuerpo y del corazón, eso es el Vía Crucis. Solo ahí, con los de abajo, con Jesús bien abajo, podemos aprender a vivir. Estos caminos de cruz son relatos tejidos con rostros reales, tan de hoy como la vida misma. Al mirarlos, vemos el rostro de Jesús.

PRMER ROSTRO: ME HAN ENGAÑADO

Jesús es condenado a muerte.(Con ironía): «¿Eres tú el Rey de los judíos?» (Jn 18,33)

«¡Me han engañado! Soy una mujer joven, ecuatoriana. Tengo 22 años. Estoy casada. Tengo dos hijos. En mi país no teníamos nada. Una persona conocida nos dijo que en Madrid había un puesto de trabajo para mí. Se trataba de cuidar a unos ancianos. Después de muchas dudas y dolor decidimos, mi marido y yo, aceptar este trabajo, ponerme en camino hacia esta aventura. Pedimos dinero a la familia, a los amigos. Nos endeudamos para poder comprar el billete de avión. Hice el viaje envuelta en lágrimas de dolor. Mis hijos se quedaban lejos por unos años. Al llegar a Madrid me estaban esperando gentes que yo no conocía. Yo pregunté por mi trabajo, pero las cosas habían cambiado totalmente. El trabajo de cuidar ancianos era ahora ejercer la prostitución. Me eché a llorar sin consuelo…»

-¿Qué es lo que vale una vida?

Jesús, te hago sitio en mi corazón. Acojo en mi corazón a esta mujer.

SEGUNDO ROSTRO: ME LEVANTO Y ME ACUESTO CON LA CRUZ

Jesús carga con la cruz a cuestas. (Con estremecimiento): «Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna» (Jn 3,16)

«Mi historia puede parecer poco ruidosa a los ojos de la gente. ¡Es tan casero mi dolor! Tengo 54 años. Mi vida, después de mucha búsqueda, se había centrado y orientado: trabajo, relaciones hondas, vida de fe vivida en grupo, tiempo para hacer algo por los otros. Pero, poco a poco, me he sentido envuelta en una situación que nunca había imaginado. Mi padre se ha debilitado. Mi madre murió hace años. Mis hermanos han expuesto todos ellos excusas muy razonables para no hacerse cargo. Todo lo entiendo, todo. Y así me he visto, de la mañana a la noche, cargando con la cruz de acompañar a mi padre en una debilidad creciente. Sé que esta situación tiene mucho amor dentro, pero no siempre lo descubro. No tener tiempo, no tener vida. Entregarla de la mañana a la noche… ¿Tiene sentido? Y así, un día y otro, y otro…»

-¿Cómo crecer y caminar con una cruz a cuestas?

Jesús, yo no quiero ver la realidad que tengo delante. Enséñame a mirar la cruz. ¿Seré capaz de entender el amor?

TERCER ROSTRO: ME ESTOY QUEDANDO SOLO

Jesús cae por primera vez.(Con fatalismo): «Todos nosotros como ovejas erramos, cada uno marchó por su camino, y el Señor descargó sobre él la culpa de todos nosotros» (Is 53,6)

«Soy un joven de 18 años. Me he confirmado hace unos meses. Jesús es mucho para mí. He mamado la fe en mi casa. Mis padres son creyentes, viven su fe con gozo y compromiso. Pero me duele en el alma que, al mirar a mis amigos, casi ninguno quiera ser amigo de Jesús. Salimos juntos, jugamos al fútbol, compartimos los estudios y las bromas, nos asomamos juntos a la vida… Pero mi fe no la puedo decir a ninguno de ellos sin que se rían. ¿Qué hago? ¿La escondo? ¿Aparco mi fe solo para la misa, donde, por cierto, por más que miro, no veo a casi ninguno de mi edad? Me duele en el alma esta soledad. Mis padres me dicen que sea valiente, que sea yo, pero…»

-¿Eres capaz de hacerte cargo de este dolor? Jesús, tú también te viste solo en tu proyecto de anunciar el Reino. Ayúdame a dar la mano, a acompañar, a dar mi mano y recibir las manos de otros.

CUARTO ROSTRO: NUESTRA CONVIVENCIA ES UN INFIERNO

Jesús encuentra a su madre.(Sin desaliento): «No temas, María, porque has encontrado gracia ante Dios» (Lc 1,30)

«Somos un matrimonio. Llevamos viviendo juntos 22 años. Tenemos dos hijos. Ellos han ocupado y ocupan nuestra vida. Al tener que marchar los dos a otra ciudad para cursar estudios universitarios, nos hemos quedado solos. Nos hemos mirado y no nos hemos reconocido, se nos han olvidado las miradas de complicidad, capaces de enamorarnos de nuevo. El ambiente no es bueno. No hay grandes cosas ni problemas destacables, pero todo es un poco frío. Sin darnos cuenta, nos sorprendemos echándonos la culpa de pequeñeces, que antes nos hacían reír. Hemos intentado encontrarnos de nuevo. La cercanía, que era tan hermosa cuando el amor era vivo, es ahora como un infierno. A veces se nos asoma la violencia. ¿Cómo es posible esto? La intimidad ha perdido su frescura, ya no es lugar de encuentro ni de comunión. Así estamos, esperando que vengan los hijos y se pongan en medio; al menos, durante unas horas, se dorará esta soledad crucificada».

-Mira de cerca esta situación, más allá del curioseo descomprometido.

Jesús, maestro de encuentros, de aproximaciones samaritanas a los otros, dame capacidad de encuentro, llévame al amor primero.

QUINTO ROSTRO: ME SIGO SINTIENDO EXTRAÑA

Simón de Cirene lleva la cruz de Jesús. (Con rabia): «Obligaron a Simón» (Mt 15,21).

«Soy una mujer búlgara. Tengo 56 años. Todo lo que más quiero se me ha quedado en mi país: el paisaje, los cuentos, las canciones, los amigos, mi hija… Muchas son las cosas que me han obligado a venir a uno de los países llamados ricos. Tengo trabajo en casa de un matrimonio anciano. Tengo de todo y más dinero que nunca. Me tratan bien. ¿Puedo quejarme? Pero lo que más quiero no lo tengo. Juego a juegos que no son los míos. Hablo una lengua que no es la mía. Hablo de cosas que no son mías. Me siento extraña. En el día libre me junto con otras mujeres de mi país. Durante unas horas hablamos en voz alta en nuestra lengua, reímos, compramos ropa, entramos en el bar. Pero estas horas se terminan pronto, y vuelvo a habitar una vida de sombra. ¿Qué me duele? ¿Será el alma? Soy una extraña».

-¿Qué habrá que dar a los emigrantes, además de trabajo?

Jesús, enséñanos a abrir el corazón a los que vienen de lejos. Que el «nosotros» no nos separe de los otros.

SEXTO ROSTRO: ME DUELEN LOS OTROS

La Verónica enjuga el rostro de Jesús.(Con admiración): «¿Por qué molestáis a esta mujer? Pues una obra buena ha hecho conmigo (…). Al derramar este ungüento sobre mi cuerpo, en vista de mi sepultura lo ha hecho» (Mt 26,10.12).

«No sé ni cómo ni cuándo nació esto en mí. Lo tengo desde siempre. Ya desde niña, y tengo ya 60 años, me ponía en lugar de los otros. Mi camino lo he tenido siempre claro: ponerme en lugar de los otros, hacerme cargo, encargarme, cargar con los sufrimientos de los otros. Hay en mí como un imán que atrae. La gente viene a mí y me cuentan sus penas, dejan en mí su dolor. Mi corazón se ha hecho grande por el dolor de tantas gentes. Se ha ensanchado mi capacidad de amar y de sufrir con, de compasión. Aunque quiera, no puedo desentenderme de la realidad sufriente de las personas que me rodean. Mi dolor es el dolor de los otros, mi dolor es la compasión. No lo puedo remediar: me afectan los otros».

-¿Tenemos sensibilidad y frescura para dejarnos afectar por otras historias de dolor? ¿Vivimos una fe que se deja conmover?

Jesús, enséñanos a mirar tu cruz. Jesús, enséñanos a mirar la cruz de los demás.

SÉPTIMO ROSTRO: MI VIDA ES INSIGNIFICANTE

Jesús cae por segunda vez.(Con desencanto): «Y yo gusano, que no hombre, vergüenza del vulgo, asco del pueblo» (Sal 21,7).

«Soy un cura. Cuando era joven, lo de ser cura tenía su prestigio; ahora, cada vez menos. Tengo 69 años. Estoy jubilado, pero sigo trabajando en las tareas pastorales. Lo que veo no deja de producirme una congoja grande. Toda una vida predicando, para recoger tan escasos frutos. Y lo peor es que me van faltando recursos para seguir esperando. Externamente todo parece seguir más o menos, pero por dentro echo en falta algo más. Mi lenguaje para hablar con Dios se me ha ido quedando viejo, sin vida. Cuando leo a los místicos me entra la añoranza. Me duele no estar enamorado, apasionadamente enamorado. Percibo que los límites de todo tipo solo se pueden vivir con elegancia desde la experiencia del amor. Ahí estoy. Dolorido por dentro, con un cierto desencanto que, a veces, se hace visible. Ahí estoy, con el dolor, con el Señor de mi vida ante mí, con pocas fuerzas para atreverme a nacer de nuevo».

-¿Logras ver la vida del otro como un lugar privilegiado para tu encuentro con Dios?

Jesús, tú siempre estás en la vida, detrás de cada circunstancia está tu abrazo.

OCTAVO ROSTRO: DONDE NO HAY AMOR

Jesús consuela a las mujeres de Jerusalén.(Con ternura): «Si en el leño verde hacen esto, en el seco ¿qué se hará?» (Lc 23,31).

«Somos una comunidad de religiosos, cuatro hermanos de diferentes edades, con trayectorias diferentes. Hace tres años iniciamos un proceso de discernimiento. La verdad es que vivíamos bien, pero el Espíritu, así lo decimos nosotros, y la memoria de Jesús, nos interpelaron fuertemente. Esto, y la mirada de cerca de situaciones cargadas de dolor que vive la gente, nos han llevado a una opción de vida más crucificada. No somos masoquistas. Hemos dejado nuestra casa, lo cual parecía imposible, y nos hemos ido a vivir en medio de una situación de violencia, de terrorismo, de miedo y de extorsión de los derechos humanos. Queremos, ¿será una pretensión fantasiosa?, poner amor donde no hay amor. Y aquí estamos, con el dolor de aprender de nuevo a vivir, a mirar, a dejarnos afectar. La vida es concreta. Estamos decididos a pasear y patear la realidad para poder crecer y caminar. Nuestra cruz está en salir cada día, en no instalarnos, en estar ágiles para no ser sedentarios, en pretender, no siempre lo logramos, ir cada día más allá de la palabrería inútil».

-¿Estamos dispuestos a mirar la realidad, a ser conscientes de ella?

Jesús, haz de nosotros personas con mirada compasiva, sin grandilocuencia, con la alegría y la gratitud en el rostro.

NOVENO ROSTRO: MI VIDA SE TERMINA

Jesús cae por tercera vez.(Con fortaleza): «Se humilló a sí mismo obedeciendo hasta la muerte y muerte de cruz» (Flp 2,8).

«Soy una mujer de 75 años. Siento que mi vida se termina. Tengo cáncer. He buscado durante toda mi vida, él lo sabe, el rostro del Señor. Siempre he querido amarle más. Mi dolor era no amarle como él me amaba. Muchas veces me dijeron que querer amar tanto ya era amar. Ahora mi vida se ha humillado hasta límites impensables. Me duele el cuerpo pequeño que me va quedando, me duelen los huesos. ¡Cuánta pobreza y qué dolorida! Pero mi corazón, cada día más, desea amar y amar a Jesús. Me encuentro caída, pero con los ojos del corazón mirando al amor de mi vida. Mis búsquedas van llegando al final. Ahora es Jesús quien me busca. Hace tiempo que pienso esto: que la vida termina al enterarme de que me busca, o mejor, que la vida empieza. En medio de los cuidados de los míos, siento que un amor me espera».

-¿Por qué dejar de vivir y de amar en la enfermedad?

Jesús, te haces insignificante, como grano de trigo caído en tierra. Haznos esperar contigo.

DÉCIMO ROSTRO: MI VIDA PIERDE EL SENTIDO

Jesús es despojado de sus vestiduras, le dan a beber hiel y vinagre. (Con desánimo): «Después de probarlo, no quiso beberlo» (Mt 27,34).

«Tengo un mal y un dolor que parecen incurables. Aparentemente no me pasa nada; las cosas ocurren por dentro. No faltan personas que quieren ayudarme, me dicen que lo que me pasa es esto, lo otro, lo de más allá, pero yo, cada vez estoy peor. ¿Qué es lo que me pasa? No lo sé muy bien. Tengo 57 años. Tengo de todo y tengo muchas personas me quieren. Mi mujer y mis dos hijas son lo más hermoso. He corrido en la vida, me he apasionado por muchas cosas, pero de un tiempo a esta parte se me ha secado la fuente de la alegría, no sé ser feliz. Siento que entro en un túnel de tristeza, oigo las voces de los que me quieren, muy lejos. Oscuridad es mi mundo, cada vez me siento más despojado de todo. ¿Dónde se me ha perdido la luz? Depresión, dicen los médicos, que es lo mío. Este dolor, que la vida no te sepa a nada, es terrible. ¿Es esto vida? A veces se me asoma la sonrisa y los que me ven dicen que ya estoy mejor, pero basta cualquier ráfaga de viento para que me vuelva la angustia».

-¿Cómo haces tuyas a las víctimas del sistema en que vivimos?

Jesús, te miramos despojado, cada vez más despojado, hecho una nada. No permitas que nos quedemos en silencio ante las sombras.

UNDÉCIMO ROSTRO: ¿QUÉ HE HECHO MAL?

Jesús clavado en la cruz. (Con dolor): «Y yo cuando sea levantado de la tierra, atraeré a todos hacia mí» (Jn 12, 32).

«Soy un profesor de instituto. Ya llevo unos cuantos años en esto de la enseñanza. Cada día me cuesta más ponerme delante los alumnos. Muchas veces me digo que por qué me agobio tanto, que es su problema, que allá ellos. Pero a veces me echo la culpa. ¿Es que no sé educar? ¿Es que no sé ni hablar? ¿Tanto han cambiado los valores como para que los míos queden desfasados? Lo comento con los amigos y dicen que cómo me puedo quejar teniendo tantas vacaciones. Los padres de los alumnos con los que hablo apenas me entienden; alguno me ha dicho que esa dificultad entra en el sueldo. No sé qué hacer. No quiero la violencia, además pienso que es inútil. Tiene que haber nuevos métodos para acercarme a ellos, pero no me es fácil encontrarlos. ¿Qué he hecho mal? Me siento crucificado cada mañana, con los alumnos delante».

-¿Cómo invertir en bondad lo que otros invierten en maldad?

Jesús, clavado en la cruz, sigues amando. Haz que ninguna situación apague el fuego del amor.

DUODÉCIMO ROSTRO: MI MUERTE NADIE LA LLORA

Jesús muere en la cruz. (Con esperanza): «Yo te aseguro: hoy estarás conmigo en el paraíso» (Lc 23,43).

«Soy un niño de Ruanda. Tengo 7 años. Muero de SIDA, como tantos de mis amigos, de mis primos, de mis hermanos. Mi muerte aquí vale menos que en otros sitios de la tierra. Mi muerte casi nadie la llora. A mi pueblo se le han agotado ya las lágrimas. Yo mismo, casi ni valoro mi muerte. No me ha dado tiempo a valorar la vida, casi no he tenido tiempo de cantar y danzar las canciones de mi pueblo. Pertenezco a los sin voz, por eso mi muerte también será silenciosa. Todo lo mío ha sido silencioso, marginado, para no molestar. Pertenezco a esa inmensa mayoría que no tiene más que el derecho de oír, ver y callar. Pero con mi muerte, me llevo los ojos de los que se han atrevido a mirarme, me llevo las manos que se han atrevido a curarme sin miedo, me llevo los corazones que se han atrevido a cuidar mi vida, tan sin esperanza. ¿Quién responderá a mi esperanza, a mi vida?»

-¿Podemos vivir como si estos niños que mueren no existieran?

Jesús, tu muerte es fuente de vida, de compromiso a favor de la vida. Que nos hagan más humanos los rostros de los más pobres.

DÉCIMOTERCER ROSTRO: ESTOY TENDIDO EN LA TIERRA

Jesús es bajado de la cruz y entregado a la Madre (Con confianza) «Ninguna cosa es imposible para Dios» (Lc 1,37).

«Soy un soldado del ejército iraquí. Tengo 31 años. Combatí en la guerra contra Irán y contra los kurdos. Entre otras adversidades fui hecho prisionero: un grupo de guerrilleros me capturó y permanecí tres meses en la montaña sufriendo crueles torturas. Me liberaron porque mi familia pagó un rescate. Volví al ejército, a combatir. El ruido de los bombardeos me ensordecía, el miedo de las gentes que huían de los lugares de combate me helaba el corazón. Pero seguía allí, junto a mis compatriotas, en el frente. Hoy viernes, una bomba explotó cerca del lugar donde yo me encontraba, me alcanzó la fuerte explosión y me arrojó con violencia al suelo. Estoy tirado en la tierra. Mi cuerpo está destrozado, la sangre se va de mis venas, todos han huido, estoy solo y a punto de morir. Nadie viene a decirme una palabra de consuelo, a recoger mi cuerpo y darle sepultura. Una pregunta da vueltas en mi interior: ¿Por qué los seres humanos nos matamos unos a otros? ¿Es posible la paz en el mundo?»

-¿Nos acostumbramos a oír sin más las cifras de muertos que cada día nos trasmiten los medios de comunicación?

María, tú que acogiste el cuerpo sin vida de tu Hijo, acoge en tu regazo la vida de los que mueren tirados en el camino. María, madre de la ternura, enséñanos el difícil amor que no huye ante el sufrimiento, sino que se abandona confiadamente a la bondad de Dios Padre.

DECIMOCUARTO ROSTRO: ESTOY EN UNA FOSA COMÚN

El cuerpo de Jesús es puesto en el sepulcro (Con júbilo): «Cristo ha resucitado de entre los muertos, primicia de todos los que han muerto» (1Co 15,20).

«Soy una mujer de Guatemala, tengo 68 años. Vivía en el poblado de Panajab, una aldea indígena, que ayer fue sepultada por un alud de lodo, rocas y agua y hoy ha sido declarada «camposanto» para evitar epidemias. El número de víctimas mortales sigue aumentando, mientras continúan las labores de rescate tras el temporal de lluvia que ha azotado a Centroamérica y México, uno de los más intensos de los últimos años. Ya no siguen buscando más cadáveres porque «no hay condiciones» para ello y aquí estoy, envuelta en lodo junto con mis seres queridos, mis vecinos y gentes de mi poblado, la mayoría de ellos ancianos y niños. Muy pocos han podido escapar porque era de noche y no teníamos medios para ello. Nuestra casita era muy pobre y estaba en una zona de mucho riesgo, expuesta a muchos peligros, pero no teníamos otro sitio para vivir. Me quedan pocas horas de vida, pero confío en mi Diosito. Siento que viene y me abraza y me dice: «Ven a mi casa que es tu casa, ven y descansa en mi amor, ven a vivir para siempre, sin penas, ni lágrimas, ni dolor. Ven a mi hogar de amor. Ven a la luz. Ven a la vida».

-Contemplamos en silencio este rostro. Nos dejamos afectar por la situación de precariedad que viven muchas gentes. Jesús, la última palabra no pertenece a la falsedad, al odio y al atropello. La última palabra la pronuncia tu Amor, que es más fuerte que la muerte.

Publicado en Revista ORAR 285

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