Segundo Domingo de Navidad

Lectura orante del Evangelio: Juan 1,1-18

No puede haber tristeza cuando nace la vida (San León Magno).

Por medio del Verbo se hizo todo.

Dios habla, no se calla. ¿Sabremos escucharle? La Navidad es la fiesta de la comunicación y del encuentro, una fiesta mucho más honda y gozosa que los artilugios con que la adorna la sociedad de consumo. Viene Dios con su Verbo creador, todo se hizo por él, y la creación entra se abre a la alegría. Nuestra respuesta orante al misterio de Dios es el silencio adorador y, de vez en cuando, la repetición de las palabras de María: hágase en mí. Silencio, palabra y mirada al Niño de Belén: Palabra eterna del Padre.
Ya bien puedes mirarme después que me miraste, que gracia y hermosura en mí dejaste (San Juan de la Cruz).

En el Verbo estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres. 

Jesús es vida, faro que ilumina el camino de los hombres de todo tiempo. Jesús es derroche de amor que llena nuestro cántaro vacío. Todo nuestro bien consiste en aprender a recibir. Cuando abrimos la puerta al Verbo de Dios descubrimos nuestra verdadera grandeza. Tenemos motivos para el júbilo radiante: Dios se ha hecho hombre y ha venido a vivir con nosotros. Ya nunca estaremos solos, los pobres ya no estarán solos.
Que bien sé yo la fonte que mana y corre aunque es de noche (San Juan de la Cruz).

A cuantos lo recibieron, les dio poder de ser hijos de Dios. 

Viene Dios a su tierra y a su casa. Se acerca como niño, pequeño, frágil e indefenso. ¿Estará nuestro corazón tan endurecido como para no acoger la TERNURA? La oferta de Dios sigue abierta para cada uno de nosotros. La Palabra de Dios se sigue pronunciando hoy. Jesús sigue siendo luz que alumbra. Hace falta ser humildes para abrirnos al misterio de Dios. Si le abrimos la puerta, él entra y nos revela que somos hijos de Dios. ¡Qué novedad tan inaudita! No se nos debe olvidar. Asume lo que somos y nos da lo que él es.
Gocémonos, Amado, y vámonos a ver en tu hermosura (San Juan de la Cruz).  

El Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros.

Dios se hizo carne por medio de Jesús, se hizo historia nuestra, se atrevió a pensar en nosotros, se hizo confidente, amigo, compañero de camino. El amor le hizo pequeño. Se colocó como un siervo y nos regaló una dignidad nunca soñada. La aventura de la gracia comenzó en un pesebre. A tanto llegó la dulzura amorosa de nuestro Dios.
Y la Madre estaba en pasmo de que tal trueque veía: el llanto del hombre en Dios y en el hombre la alegría, lo cual del uno y del otro tan ajeno ser solía (San Juan de la Cruz). 

Hemos contemplado su gloria.

Hoy no está de moda ser creyentes. A impulsos del Espíritu, aunque hoy no esté de moda ser creyente, en el Niño Dios vemos la gloria de Dios, una gloria que nos embellece. Miramos a un Niño para ver cómo es Dios. En Jesús descubrimos a un amigo. Al poner en el centro a Jesús ponemos en el centro al hombre y su historia, a los pobres y pequeños.
Mi Amado, la noche sosegada en par de los levantes de la aurora, la música callada, la soledad sonora, la cena que recrea y enamora (San Juan de la Cruz). 

¡Feliz Navidad! – CIPE, enero 2022

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