Jesús encarnado es el hoy histórico del Padre

CADA HOY DE LA VIDA ES TIEMPO OPORTUNO PARA QUE LA GRACIA DE DIOS APAREZCA

En los planes de Dios no encajan bien los proyectos del hombre. Lo decía por el profeta: «Mis planes no son vuestros planes. Mis caminos no son vuestros caminos». Y podemos añadir: Mi noción del tiempo, no es vuestra noción del tiempo.

Y es que no resulta fácil conjugar la eternidad divina con la temporalidad humana. Por lo general, nosotros, los humanos, tenemos preferencias por el pasado, por los recuerdos, por las añoranzas, y también por el futuro: por las ilusiones, por los proyectos, por los deseos, por las esperanzas. Y el presente se nos va sin darnos cuenta, sin prestarle apena atención. Dios, sin embargo, parece tener preferencia por el presente, por el ahora; podemos decir, que Dios es el eterno presente.

De aquí que su día elegido para actuar no sea el ayer, que pasó, ni el mañana, que aún no ha llegado, sino el hoy. El hoy de Dios es ese día eterno que contiene todo el actuar del Señor, y que resulta tan imposible de comprender y de enmarcar para el cómputo cronológico humano.

En el plan salvífico de Dios el hoy siempre vuelve, mejor dicho, nunca se acaba, siempre está ahí; siempre es el momento propicio para la gracia. Es el día destacado en el evangelio de Lucas, puesto que el hoy sirve de marco para gestos muy significativos de la acción salvadora de Jesús. Podríamos decir que Jesús encarnado esel hoy histórico del Padre.

  • El hoy es el día en que tras leer las palabras de Isaías en la sinagoga de Nazaret, Jesús sentencia: «Hoy se cumplen las palabras que acabáis de oír».
  • Es ese hoy en que Jesús se encuentra con Zaqueo, y le sorprende al anunciarle: «Baja Zaqueo que hoy tengo que hospedarme en tu casa»: y tras la reacción del anfitrión, le comunica: «Hoy ha llegado la salvación a esta casa».
  • Es el hoy en que Jesús garantiza la salvación al ladrón que lo acompaña en el Gólgota: «Hoy estarás conmigo en el paraíso».

Y en esta noche ha resonado también otro hoy, salido del coro celestial, mensajero de la mejor de las noticias para nosotros: «Hoy, en la ciudad de David, os ha nacido un Salvador».

La historia de la salvación es un perenne y eterno día, en que Dios se vuelve al hombre para ofrecerle lo mejor de sí: su amistad, su amor, su vida, cuya culminación se halla en el envío de Jesús al mundo.

Cualquier día, cada hoy, cualquier momento, cualquier circunstancia, es ocasión propicia para la aparición de Dios. No hay tiempo perdido, ni tiempo mejor. Cada hoy de la vida es tiempo oportuno para que la gracia de Dios aparezca, se haga visible, como le recuerda san Pablo a Tito. También hoy, ahora, en este momento, en esta noche.

Nos queda estar despiertos, estar atentos en todo momento para advertir su presencia, porque Dios se hace presente bajo señales no convencionales, más bien, desconcertantes; como le sucedió a Israel, que en relación con Yahvé se despistaba con frecuencia, yendo tras otros señuelos y encantos; mirando hacia otros lados y pueblos.

Las señales por donde Dios se hace hoy presente son los de siempre: en la debilidad de un niño, en la pobreza de un pesebre, en la intemperie de una cueva, en la compañía de unos pastores marginados, en las noches de la vida y en las encrucijadas de la historia, que nos se antoja van en contra de la presencia del Dios de Jesucristo. Alguien ha dejado escrito: «En la noche más oscura surgen los más grandes profetas y santo«. Jesús mismo vino al mundo en medio de la noche.

Para que resulte un poco más fácil, quiero finalizar evocando otro hoy, y que repetimos en la oración cristiana por antonomasia, el Padrenuestro. En ella Jesús nos enseña a rogar a su Padre que en nuestro hoy no falte el pan, en especial el pan de la Eucaristía, en que se ha convertido para nosotros el Verbo de Dios hecho carne.

Ezequiel García, ocd.

Navidad – 2018. Homilía de la misa de Nochebuena

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