¡ALELUYA! ¡ES PASCUA!

¡Cristo ha resucitado!, y esta gran noticia recorre el mundo entero haciendo posible la esperanza; anunciando en el silencio que el Amor es más fuerte que la muerte; que en donde todo parece cerrarse, hay un camino de salida; que el dolor y la angustia se pueden vestir de luz y de Presencia.

Como Magdalena, también hoy nosotros nos ponemos en camino; quizás en busca de evidencias, quizás en busca de sentido; ansiando una compañía profunda y verdadera; proclamando que el abismo y el dolor no tienen la última palabra.

Nos ponemos en camino, radiantes y exultantes de gozo; pero también, abriéndonos paso en la hondura de nuestras propias sombras.

Del Evangelio de san Juan 20, 1-9

El primer día de la semana, María la Magdalena fue al sepulcro al amanecer, cuando aún estaba oscuro, y vio la losa quitada del sepulcro. Echó a correr y fue donde estaban Simón Pedro y el otro discípulo, a quien Jesús amaba, y les dijo:»Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto». Salieron Pedro y el otro discípulo camino del sepulcro. Los dos corrían juntos, pero el otro discípulo corría más que Pedro; se adelantó y llegó primero al sepulcro; e, inclinándose, vio los lienzos tendidos; pero no entró. Llegó también Simón Pedro detrás de él y entró en el sepulcro: vio los lienzos tendidos y el sudario con que le habían cubierto la cabeza, no con los lienzos, sino enrollado en un sitio aparte. Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro; vio y creyó. Pues hasta entonces no habían entendido la Escritura: que él había de resucitar de entre los muertos.

María Magdalena se pone en camino, y también nosotros con ella.

A su alrededor, hay anuncios y vestigios de la Pascua -quizás tenues y silenciosos- pero ciertos, pues está amaneciendo. Y con todo, para ella estos signos no son suficientes. Necesita comprobar; necesita ver en primera persona. Conocer por experiencia el Paso de Jesús y el sentido de todo.

Jesús les había hecho una promesa, pero la evidencia del dolor y del sepulcro, parecen haber destruido cualquier brizna de esperanza. ¿Es que puede existir un camino nuevo, una certeza de luz y esplendor cuando a nuestro alrededor todavía son fuertes el dolor, la desesperanza y la muerte? Se trata de ponerse en camino y de ir al fondo de nuestras búsquedas y preguntas. Quizás en lo hondo del propio corazón, en nuestras propias muertes y caminos cerrados, podamos descubrir la presencia del Resucitado; el que pronuncia aquella palabra que estoy necesitando y que sólo Él sabe decir.

Señor Jesús,
cuando la dureza de la vida y de los caminos me golpee,
ayúdame a levantarme y a ir hacia Ti.
Quizás deberé atravesar senderos de tinieblas,
caminos a tientas y aún no transitados;
acercarme a sepulcros que nadie es capaz de abrir,
pues su losa es pesada.
Y con todo, tu Presencia de Resucitado -interna y luminosa-
creo que puede dar un sentido nuevo y profundo a la realidad.
A cualquier realidad.

Hoy te pido:
Que mi alegría exultante, sea alegría por Ti.
Que mi palabra de consuelo, la reciba sólo de Ti.
Que la luz que llene mi alma, seas sólo Tú.

Señor Resucitado,
brilla en mi vida y en cada uno de los seres humanos.
En el cosmos y en la Creación.
Ahora y por toda la eternidad.

Ana María Díaz, cm

Escucha este Evangelio acompañado de una canción y palabra de los Místicos, descargando la Aplicación: Evangelio orado.

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