El evangelio de hoy nos habla de gloria. No de alabanzas y glorias mundanas, sino de la gloria de Cristo, que resplandece al cumplir en su vida la voluntad del Padre, aún cuando para Jesús tenga consecuencias dolorosas por el desamor de los demás.
En el Evangelio, todo parece que se vuelve del revés. Ante las injurias, se trata de salir al encuentro; ante el desamor, ofrecer el perdón. Al desconocido, atención fraternal; con el necesitado, generosidad. Esto, y otros muchos gestos auténticos, significa «amar» en cristiano.
A ello nos invita la palabra de este domingo. Que nuestra vida le dé una verdadera escucha y adhesión.
Del Evangelio de san Juan 13,31-33a.34-35
Cuando salió Judas del cenáculo, dijo Jesús:
«Ahora es glorificado el Hijo del hombre, y Dios es glorificado en él. Si Dios es glorificado en él, también Dios lo glorificará en sí mismo: pronto lo glorificará. Hijitos, me queda poco de estar con vosotros. Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros; como yo os he amado, amaos también unos a otros. En esto conocerán todos que sois discípulos míos: si os amáis unos a otros».
En el breve texto del Evangelio de hoy, Jesús define el centro de la vida cristiana: el amor. No es un amor cualquiera. Por desgracia, la palabra «amor» está demasiado desgastada en nuestra sociedad, y con el nombre de «amor» calificamos a actitudes y hechos que no corresponden a lo que supone una entrega generosa y gratuita.
Pero ante el tipo de amor que nos propone Jesús, no hay duda: Él mismo nos ha demostrado qué es amar en su vida y en sus palabras. Su amor es en verdad auténtico, por eso nos dice que se trata de un «mandamiento nuevo». Es el de Cristo hacia nosotros un amor sin fisuras, que se adelanta, que busca sólo nuestro bien, que desea entrar en comunión. Que siempre espera, que siempre sostiene, que nos colma de libertad y de alabanza. Un amor que nos potencia y posibilita. Amor que nos hunde en la relación de amor que existe entre Cristo, el Padre y del Espíritu Santo.
No es mucho lo que Cristo nos pide, pues hemos sido creados por amor y estamos hechos para amar; si no, permanecemos estériles, en una existencia anodina y sin sentido. Hoy le pedimos al Señor que podamos reconocer en nosotros su amor, y que nos conceda el acierto y la sabiduría necesarias para amar -como Él- a los demás.
«Conocerán que sois mis discípulos
si os amáis unos a otros».
Señor: no es mucho lo que nos pides,
pues cuando percibimos en primera persona
el gran amor que nos tienes,
nos sentimos impulsados a amar de verdad.¡Qué hermoso es cuando nos decidimos a construir la paz,
a mirar al otro con ojos limpios,
a volver a perdonar y no mantener rencores,
a salir al encuentro del otro, que espera una mano amiga!Señor Jesús: tu amor no puede quedar baldío,
necesita en nosotros que tomemos el relevo
y adelantemos con nuestras obras
la llegada de tu Reino.Que tu Espíritu nos fortalezca:
queremos amar como Tú.Ana María Díaz, cm