Lectura orante del Evangelio: Lucas 24,46-53
Esta casa es un cielo, si le puede haber en la tierra, para quien se contenta solo de contentar a Dios (Santa Teresa).
‘Vosotros sois testigos de esto’.
Hoy celebramos el día de la Ascensión, un día muy gozoso. Jesús sube a los cielos y atrae hacia él nuestra mirada; sale de nuestro espacio terreno para entrar en la plenitud de la gloria de Dios; nosotros ascendemos también con él y buscamos los bienes de arriba, que son los del Evangelio. Él bajó del cielo por su misericordia, nosotros subimos con él por la gracia. El Evangelio nos adentra en una contemplación silenciosa. En silencio dejamos que resuene la palabra de Jesús: ‘Vosotros sois testigos de esto’ Testigos de él: de sus palabras, de sus gestos, de su modo de orar, de su compasión y ternura hacia los que sufren. Llevamos su amor en el corazón, tenemos su nombre en los labios, nos juntamos con otros muchos para recordar su presencia. El Espíritu Santo nos ayuda a ser testigos de Jesús en un mundo empeñado en silenciarlo. Tomamos conciencia de su presencia en nuestro corazón. Lo llamamos. Nos dejamos guiar por sus inspiraciones, alegrar por su aliento, fortalecer por su empuje. Espíritu Santo, tú nos haces testigos de Jesús.
‘Quedaos en la ciudad, hasta que os revistáis de la fuerza que viene de lo alto’.
El Espíritu es el gran regalo que nos da Jesús; lo esperamos. Oramos para que venga su fuerza y se consolide nuestra fe. Nos espera una gran misión en el mundo. El Espíritu nos prepara a la Iglesia para llevar el Evangelio a cada rincón del planeta. Ven, Espíritu Santo. ¿Pero cómo vas a venir si ya estás? Sí, ya estás, pero somos nosotros los que necesitamos que vengas a nuestra vida, que nos inundes con tu gozo, que nos revistas de tu fuerza. Ven, Espíritu Santo.
Y los sacó hasta cerca de Betania, y levantando sus manos, los bendijo.
¡Betania! La casa de los amigos donde cada uno cuenta. El lugar de la escucha prolongada de la Palabra. El perfume de la vida sencilla, donde las cosas pequeñas, hechas con amor, adquieren valor. Betania: encuentro de la comunidad con Jesús; tiempo para que el corazón descanse y se prepare para la misión de anunciar el Evangelio. En Betania Jesús levanta sus manos y nos bendice y nos convierte en lugar de bendición. Bendícenos, Jesús, con la brisa del Espíritu. Bendice a los hermanos y hermanas con lo que más necesite cada uno. Bendice a la humanidad. Bendice la tierra como hogar de todos los pueblos. Bendícenos.
Y mientras los bendecía, se separó de ellos y fue llevado hacia el cielo.
La oración es una experiencia de bendición. Jesús nunca nos deja solos. Sigue bendiciéndonos hasta el fin del mundo. Nos bendice en el Espíritu, el que nos ayuda a vivir con sencillez y verdad, con alegría y compasión, sin pretender ser grandes que humillan y fuertes que oprimen. Bendecidos gratuitamente, bendecimos gratuitamente. Nuestra tarea: mirar a la tierra y a las gentes bendiciendo, amando, trabajando, sonriendo, sin dar ninguna vida por perdida. Jesús, bendícenos con la mirada benevolente del Padre como al inicio de la creación.
Ellos se volvieron a Jerusalén con gran alegría.
La alegría grande es la señal de Jesús en nuestras vidas. El cielo es de todos nosotros. Jesús es nuestro para siempre y sigue compartiendo nuestros gozos y dolores. El secreto de la misión está en su presencia. Mientras él está en el cielo, sigue estando con nosotros y nosotros, mientras estamos aquí, podemos estar ya con él por el amor que le tenemos. La fiesta de la Ascensión alegra nuestro corazón. Aquí vino y se fue… Vino… Nos dejó nuestra tarea y se fue. Nos dejó unas herramientas y se fue. ¡Se fue! (León Felipe).
¡FELIZ FIESTA DE LA ASCENSIÓN!
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