Lectura orante del Evangelio: Juan 14,23-29
¡Oh, Fuego abrasador, Espíritu de Amor, desciende sobre mí para que en mi alma se realice como una encarnación del Verbo! Que yo sea para Él una humanidad suplementaria en la que renueve todo su Misterio (Santa Isabel de la Trinidad).
‘El que me ama guardará mi palabra’.
Estas palabras las pronuncia Jesús en la Última Cena, donde ocurren tantas cosas importantes y donde se nos recuerda qué es lo fundamental para seguir siendo fieles al mensaje de Jesús. En la Pascua ponemos los ojos en María, la mujer en la que ha resucitado el Amor. Ella nos enseña a guardar en el corazón la Palabra de Jesús. Guardar la Palabra, amar Jesús y dejarnos guiar por el Espíritu es lo mismo. Cada mañana abrimos el oído para escuchar a Jesús: palabra de amor del Padre que no se agota nunca. Es lo primero que hacemos: llenarnos de vida, permitir que el amor de Jesús se siembre en nuestro surco y, así, caminar con la Palabra dentro. Los orantes llevamos siempre la Palabra de Jesús en el corazón. Espíritu Santo, guarda la Palabra en nuestra interioridad.
‘Y mi Padre lo amará’.
María es la mujer que se sabe mirada por el Padre; en ese encuentro amoroso está su dignidad. Con María aprendemos a orar, que es dejarnos mirar por la ternura entrañable del Padre. Nuestra vida, tan zarandeada y tan frágil, encuentra asiento en la relación de amor que el Padre mantiene con nosotros. El amor hace a Dios cercano a nuestra vida. El Espíritu Santo nos quita el miedo a amar y a ser amados. El Espíritu nos enseña a ver en la humanidad la presencia amorosa de Dios, a estrenar una mirada tolerante como la que tenían las primeras comunidades cristianas. Espíritu Santo, enciende en nosotros la llama del Amor.
‘Y vendremos a él y haremos morada en él’.
María experimenta la compañía amorosa de la Trinidad; su vida es un espacio habitado por el Misterio; vive a Dios dentro. Los Tres: presencia que vence toda ausencia, inhabitación que rompe lejanías, relación mutua, milagro de vida. La Trinidad es la respuesta a la soledad que pesa sobre todo ser humano. Los Tres cercanos, sin irse nunca de nosotros, esperando el encuentro. Pase lo que pase, ellos están siempre. La revolución más apasionante es la que ocurre en el corazón humano habitado por la Trinidad. Dios se hace hombre para que el hombre pueda hacerse Dios. Amarte, oh santa Trinidad. ¡Qué gran suerte! En ese amor se recrea la vida.
‘El Espíritu Santo, que enviará el Padre en mi nombre, será quien os lo enseñe todo’.
Acoger a María es acoger al Espíritu Santo, el que enseña todo acerca de Jesús y mantiene vivo su recuerdo en la humanidad. El Espíritu es la memoria viva de Jesús, completa lo que Jesús comenzó. El Espíritu nos recuerda al oído lo que nos hace falta. El Espíritu está en los que siguen y aman a Jesús; siembra claridades en la noche, canta canciones nuevas cuando todo parece terminar; ora en nosotros, nos hace testigos de misericordia, abre espacios a la nueva humanidad. El Espíritu anima para siempre nuestra vida. Confiar en el Espíritu es confiar en el ser humano. Espíritu Santo eres único, irrepetible, sabiduría, amor.
‘Que no tiemble vuestro corazón ni se acobarde’.
Jesús se despide con el don de la paz. Puede más su fidelidad que nuestras dudas, tensiones, zozobras, miedos. Podremos vivir aquí lo que él vivió porque el Espíritu caminará con nosotros. Es hora de atrevernos; Jesús sigue a nuestro lado, no sentiremos su ausencia. Nada hay hoy más responsable ni más lúcido que creer en él y actuar en coherencia con el Evangelio de la compasión y misericordia. María es fuente de vida, dulzura y esperanza para el camino. Sentimos tu paz, Jesús, tu fortaleza.
¡Feliz Pascua de Resurrección! CIPE – Mayo 2022