Domingo de Jesucristo, Rey del Universo

Lectura orante del Evangelio: Lucas 23,35-43

“¡Oh mi Cristo amado! Quisiera amarte hasta morir de amor” (Isabel de la Trinidad).

‘Las autoridades hacían muecas a Jesús, diciendo: ‘A otros ha salvado; que se salve a sí mismo’. 

Jesús y su evangelio están crucificados. Un Rey está en la cruz sin poder aparente, pero es Señor de la creación. Lo han dejado desnudo, pero de su pecho abierto mana una fuente de vida. Su manera de vivir está crucificada, pero nosotros acogemos la centralidad de Jesucristo en los pensamientos, las palabras y las obras, para que sean palabras, pensamientos y obras de Cristo. Los pobres del mundo, las mujeres maltratadas, los niños sin juegos ni risas, los refugiados… están crucificados, pero Jesús los abraza desde la cruz y en torno a Él se construye el pueblo nuevo. ¡Oh mi Cristo amado, crucificado por amor!” (Isabel de la Trinidad).   

“Había encima un letrero en escritura griega, latina y hebrea: ‘Este es el Rey de los judíos’. 

Tenemos delante algo inaudito y desconcertante. Jesús está callado, habla la cruz, símbolo del amor enrreegado. La cruz no es un adorno, es un aguijón que provoca. El reino de Jesús no es de gloria y poder, sino de servicio, amor y entrega. Tremenda paradoja en la que nuestra fe está llamada a madurar. Besar la cruz sin cargar con ella, besar la cruz sin besar a los crucificados, ¿no será prolongar la burla de los que se mofaban de Jesús? ¿Entenderemos la manera de Jesús de amar hasta el extremo? ¿Se acercará hoy nuestra sociedad, herida, indignada y en lucha, a la cruz de Jesús? “¡Oh mi Cristo amado!, ven a mí como Salvador” (Isabel de la Trinidad).

‘Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino’.

Impresionante icono para vivir en la entrañable misericordia. En medio de tantas burlas, se levanta una invocación distinta, un grito orante: ¡Jesús! La noche es rota por el grito de fe de un pobre. Un ladrón se atreve a mirar a Jesús. Cuando ya nada esperaba, se encuentra con Jesús y todo cambia. Hoy nos vendrá bien recordar nuestra historia y mirar a Jesús, y decirle: ‘Acuérdate de mí, Señor, tú que estás en el centro, tú que estás en tu Reino’. “¡Oh mi Cristo amado! Quiero vivir sin apartarme nunca de tu inmensa luz” (Isabel de la Trinidad).  

Jesús le respondió: ‘Te lo aseguro: hoy estarás conmigo en el paraíso’. 

Jesús crucificado promete salvación a uno que estaba perdido. Su último aliento de misericordia es para él. ¿Hay mejor signo de la salvación de Jesús? ¿Hay mejor propuesta para los que queremos ser sus amigos? ¿Hay promesa que nos dé más esperanza? La muerte de Jesús no es un fracaso, es el triunfo de la vida y de una manera de vivir amando hasta darlo todo. Ahora ni Jesús ni el buen ladrón están solos; los dos, como mendigos de amor, entran juntos a recibir el abrazo del Padre. A nosotros nos queda vivir de otra manera. La salvación se manifiesta en la imitación de las obras de misericordia mediante las cuales Jesús ha realizado el Reino. Quien las cumple demuestra que ha recibido la realeza de Jesús, porque ha hecho espacio en su corazón al amor de Dios. “Que yo sea para Cristo una humanidad, en la que Él pueda renovar todo su misterio” (Isabel de la Trinidad).

¡Feliz Domingo en la fiesta de Cristo Rey! Desde el CIPE – noviembre 2022

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