Vigésimo sexto Domingo del Tiempo Ordinario

Lectura orante del Evangelio: Lucas 16,19-31

Ignorar al pobre es despreciar a Dios’ (Papa Francisco).

Había un hombre rico… y un mendigo llamado Lázaro. 

Hay ricos -aumentan en medio de la crisis-, que ponen su confianza en la riqueza; tienen cerca al pobre, en su misma puerta, y no lo ven; viven indiferentes ante el sufrimiento de los demás, se ríen de Jesús. Hay pobres –se multiplican en la crisis-, que son marginados y expulsados de la mesa. El contraste entre ricos y pobres es trágico. ¿Siempre ha sido así? No. Dios no es así. Dios es ayuda, eso significa el nombre de Lázaro. No se puede ser amigo de Él sin serlo de los pobres. Los seres humanos, en su corazón, tampoco son así. ¿Dónde nos situamos nosotros? ¿Vemos a los pobres? ¿Nos dejamos afectar por el sufrimiento de los próximos o nos molesta acercarnos a ellos? La oración es verdadera cuando miramos como Jesús y no ignoramos a los pobres. La oración conlleva pasar de la indiferencia a la compasión, salir juntos del escándalo de la pobreza en el mundo. Solo entonces nuestro corazón conecta con el de Dios y es posible el trato de amistad con Él. Señor, abre los ojos de nuestro corazón.   

Se murió el mendigo… se murió también el rico. 

La parábola de Jesús es de choque y va dirigida a los que se ríen de su Reino, o sea, de los pobres; va dirigida a cada uno de nosotros. Hay horas, las de la muerte, que son de más verdad y enseñan lo que en la vida no hemos aprendido. Dios tiene la última palabra sobre ricos y pobres. La tranquilidad de conciencia, quizás justificada con cuatro rezos y limosnas, puede ocultar cómo es nuestro corazón. ¿Y acaso se puede vivir y orar sin corazón? Si no amamos a los pobres no tenemos nombre, no sabemos quiénes somos, no podemos orar, Dios no nos conoce. Cuando miramos a los pobres, comienza la vida verdadera, comienza la oración, hay cielo en la tierra. Señor, que nuestra oración no sea injusta.

‘Hijo, recuerda que recibiste tus bienes en vida y Lázaro a su vez males’.

Dios, ante la sorpresa de los ricos, lleva a todos los lázaros a la mesa del Reino, comparte con ellos su alegría. Dios derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes. Dios no oye las peticiones del rico, porque sus manos están manchadas por la injusticia. Hay maneras de vivir, que si no fuera por el dolor que ocasionan, darían risa. La indiferencia crea abismos. En la oración, o experimentamos una llamada fuerte a tender puentes hacia los pobres, a compartir con ellos, o esa oración no es verdadera. El futuro se forja en el presente y quien sabe cambiar su presente y hacerlo solidario, cambia también el futuro. “Tómate tiempo para hacer la caridad, es la puerta del cielo” (Teresa de Calcuta). Te alabamos, Señor. 

‘Tienen a Moisés y a los profetas: que los escuchen’. 

¿Cuándo haremos caso de este Evangelio, cuando resucite un muerto? No. Cuando escuchemos la Palabra de vida se romperá la indiferencia; cuando sigamos de verdad a Jesús nacerá un estilo de vida que sorprenderá por su creatividad y su alegría, por su capacidad de comunión. Los orantes, siguiendo a María, nos dejamos hacer por la Palabra. Señor, que se haga vida tu Palabra en cada uno de nosotros.  

 ¡Feliz Domingo! Desde el CIPE – septiembre 2022

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