Lunes, 31 de enero
“Jesús y sus discípulos llegaron a la otra orilla del mar, a la región de los gerasenos. Apenas desembarcó, le salió al encuentro, de entre los sepulcros, un hombre poseído de espíritu inmundo” (Mc 5, 1-20).
Jesús se acerca a todo ser humano marginado y lo capacita para la comunicación, entra con su luz en los sepulcros para que brote la vida. Así marca el camino a la Iglesia y a todos los hombres de buena voluntad. Saberse amados da más fuerza que saberse ricos.
Ayúdame, Señor, a aceptar y amar mi pobreza, esa que tantas veces me avergüenza. Ayúdame a aceptar y amar la pobreza de mis hermanos.
Martes, 1 de febrero
“¿Quién me ha tocado?”»… La mujer se acercó asustada y temblorosa, al comprender lo que le había ocurrido, se le echó a los pies y le confesó toda la verdad. Él le dice: «Hija, tu fe te ha salvado. Vete en paz y queda curada de tu enfermedad» (Mc 5, 31-34).
Jesús por donde pasa da vida, levanta la vida, recrea la vida. El amor es la medicina de la vida. Una mujer, que lleva doce años enferma, ha perdido la esperanza en todos los medios humanos, confiada y atrevida se arriesga y toca a Jesús. Él la mira con cariño y le regala la paz y la salud.
A veces, Señor, las malas noticias me roban la esperanza. Necesito sentir tu mirada que me recrea, me sosiega, me levanta.
Miércoles, 2 de febrero
LA PRESENTACIÓN DEL SEÑOR
“Cuando entraban con el niño Jesús sus padres… Simeón lo tomó en brazos y bendijo a Dios diciendo: «Ahora, Señor, según tu promesa, puedes dejar a tu siervo irse en paz. Porque mis ojos han visto a tu Salvador, a quien has presentado ante todos los pueblos: luz para alumbrar a las naciones y gloria de tu pueblo Israel» (Lc 2, 22-40).
Jesús es Luz para todos los pueblos. Los dos ancianos, desde su experiencia, son profetas de esperanza. Lo que han visto y sentido en el niño es el amor de Dios renovado continuamente en la historia, a pesar del olvido de los hombres.
Con Simeón y con Ana, con todos los hombres y mujeres que esperan en silencio un nuevo amanecer más humano, más fraterno, deseo ver tu rostro, Jesús, encontrarme contigo y recibir tu paz y salvación.
Jueves, 3 de febrero
“Llama a los Doce y comenzó a enviarlos de dos en dos, dándoles poder sobre los espíritus inmundos. Les ordenó que nada tomasen para el camino, fuera de un bastón” (Mc 6,7-13).
Los discípulos ‘salieron’ a los cruces de los caminos a prolongar la actividad de Jesús: anunciar el evangelio, curar y expulsar demonios. Hoy oímos hablar mucho de Iglesia en salida. Solo podemos salir de verdad con la fuerza del Espíritu Santo.
Vive tú, Jesús, en mí. Hazme dócil a la acción de tu Espíritu. Hoy quiero decirte con María y José: Sí, aquí me tienes. Hágase en mí tu palabra.
Viernes, 4 de febrero
“Quiero que ahora mismo me des en una bandeja la cabeza de Juan, el Bautista. El rey se puso muy triste; pero… no quiso desairarla. Enseguida le mandó a uno de su guardia que trajese la cabeza de Juan” (Mc 6,25).
Juan es el profeta de la denuncia y del anuncio. Es un poco de luz en medio de la noche, una ráfaga de verdad en medio de la hipocresía. Gusta pero molesta. Intentan acallar su voz con la muerte violenta, pero su voz seguirá viva en el corazón del mundo para siempre.
Señor, tú eres la verdad. Ayúdanos a ser siempre sinceros, a decir siempre la verdad con cariño, sin ánimo de herir.
Sábado, 5 de febrero
“Los apóstoles volvieron a reunirse con Jesús, y le contaron todo lo que habían hecho y enseñado. Él les dijo: «Venid vosotros a solas a un lugar desierto a descansar un poco». Porque eran tantos los que iban y venían, que no encontraban tiempo ni para comer”(Mc 6,30-34).
Jesús invita a sus discípulos a la soledad y al descanso para compartir experiencias y reavivar el amor. Los discípulos necesitan una experiencia de silencio, de desierto, para ver las cosas a la luz de Dios y para recorrer los caminos de Jesús. Las gentes los siguen y Jesús, buen pastor, se compadece de ellas, las atiende y las cuida.
Es una gracia impagable… Ser consciente de cómo trabajas “mi barro”, con mimo de artesano; ser consciente de cómo vas redondeando nuestras aristas, a fuerza de chocar unos con otros; ser consciente de que incluso lo que nosotros vemos como “malo” tú haces que termine siendo bueno. ¡GRACIAS, SEÑOR!