Lunes, 14 de febrero.
Santos Cirilo y Metodio, patronos de Europa
“Designó el Señor otros setenta y dos, y los mandó delante de él, de dos en dos, a todos los pueblos y lugares adonde pensaba ir él. Y les decía: «La mies es abundante y los obreros pocos; rogad, pues, al dueño de la mies que envíe obreros a su mies” (Lc 10, 1-3).
Todo mensajero prepara caminos, abre brechas al Misterio. Todo mensajero anuncia que Dios está cerca. Todo mensajero proclama que el amor de Dios está a la puerta, buscando quien lo acoja.
Señor, por intercesión de estos santos, despierta nuestra fe para vivir en tu presencia y haz nuestro corazón misionero del Evangelio.
Martes 15 de febrero
“Tened cuidado con la levadura de los fariseos y con la de Herodes». ¿Por qué comentáis que no tenéis pan? ¿No acabáis de entender? ¿Tan torpes sois? ¿Para qué os sirven los ojos si no veis, y los oídos si no oís? ¿Y cuántas canastas de sobras recogisteis cuando repartí siete entre cuatro mil? Le respondieron: «Siete». Él dijo: ¿Y no acabáis de entender?»” (Mc 8, 14-21).
No acogemos a Jesús por la desconfianza y la incredulidad. No terminamos de entender lo que él significa para nosotros. En ese gran supermercado en que se ha convertido el planeta, solo vale lo que “se vende”. La utilización de recursos no renovables, en aras de un bienestar inacabable, es una amenaza para la supervivencia del planeta.
Me acerco a ti, Jesús, y tú me invitas a acercarme a los que tienen hambre. Llevo casi nada en las manos, pero tú me dices que les entregue mi corazón. Porque entonces tú harás el milagro y el hambre quedará saciada.
Miércoles, 16 de febrero
“Jesús y sus discípulos llegaron a Betsaida. Y le trajeron a un ciego pidiéndole que lo tocase” (Mc 8, 22).
Jesús propone un nuevo estilo de vivir como hermanos. Pero los discípulos no entienden. Están como ciegos. Hoy se acerca a nosotros nos abre los ojos, para que podamos entender su estilo de vivir y de caminar. Nos agarra de la mano y nos invita a recorrer el camino de la liberación.
Estoy al borde del camino. Limpia mis ojos para verte, abre mis oídos a tu palabra; y si aun así mis pies se quedan quietos, empújame, Señor, quiero caminar contigo.
Jueves, 17 de febrero
«¿Quién dice la gente que soy yo?». Ellos le contestaron: «Unos, Juan el Bautista; otros, Elías, y otros, uno de los profetas». Él les preguntó: «Y vosotros, ¿quién decís que soy?» (Mc 8, 28-29).
Los discípulos quieren un Mesías que solo viva en el triunfo. El plan de Dios es otro, pasa por la pasión a la gloria. Cada ser humano nos pregunta: ¿quién dices que soy yo? ¿Soy para ti alguien diferente, un extraño, un hermano?
Señor, me asustan las dificultades y el dolor. Me gustaría que fuera más sencillo seguir tus pasos. Necesito que me repitas una y otra vez: No temas, yo estoy contigo.
Viernes, 18 de febrero
Jesús llamó a la gente y a sus discípulos, y les dijo: «El que quiera venirse conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. Mirad, el que quiera salvar su vida la perderá; pero el que pierda su vida por mí y por el Evangelio la salvará” (Mc 8, 34-35).
Nuestro Padre Dios nos ha dado la vida y a ella, un sentido. Nuestra cruz es descubrir que vivimos en un mundo de hermanos en que el amor fraterno está sobre todo lo demás. Formamos parte de una sociedad humanizada que busca vivir la paz que nace de la verdad, la justicia y la solidaridad.
Señor, enséñame a descubrir tu presencia en todo y en todos. En la suave brisa, en la gota de rocío, en una diminuta flor, en cada ser humano, en los pobres… Envíame a ser presencia de tu amor entre las gentes.
Sábado, 19 de febrero
Jesús tomó consigo a Pedro, a Santiago y a Juan, subió aparte con ellos solos a un monte alto, y se transfiguró delante de ellos… Se formó una nube que los cubrió y salió una voz de la nube: «Este es mi Hijo, el amado; escuchadlo» (Mc 9, 2-13).
Jesús lleva a sus discípulos al monte para regalarles una experiencia de luz, de aliento, de paz. En el monte se les desvela, por un momento, el misterio de la persona de Jesús; en él se cumplen la ley y las profecías; él es el Hijo amado, a quien hay que escuchar, aunque sus palabras suenen a cruz y a sufrimiento.
Llévame contigo al monte, Señor y lléname de tu luz. Quiero ser tu discípulo, escuchar tu palabra y llevar a la vida tu enseñanza. Quiero seguir tus pasos, anunciar tu Evangelio con todas las consecuencias.