TERCERA SEMANA DEL TIEMPO ORDINARIO

Lunes, 27 de enero 

“Los escribas que habían bajado de Jerusalén decían: «Tiene dentro a Belzebú y expulsa a los demonios con el poder del jefe de los demonios». Él los invitó a acercarse y les hablaba en parábolas…” (Mc 3, 22-23).

Acusan a Jesús de magia, dicen que es enemigo de Dios porque libera al ser humano. Esto es insultar al Espíritu, eso es actuar de mala fe. El Espíritu sopla donde quiere, pero se hace presente donde hay liberación, entrega, creatividad, vida compartida.

Jesús, gracias por tu confianza. No pretendo grandezas que superen mi capacidad. Pero si quieres que mi vida sea reflejo de tu amor… ¡Hágase! ¡Aquí estoy! ¡Bendito seas por siempre!

Martes, 28 de enero

«Estos son mi madre y mis hermanos. El que haga la voluntad de Dios, ese es mi hermano y mi hermana y mi madre» (Mc 3,35).

La escucha atenta de su palabra y el cumplimiento de la voluntad de Dios son los rasgos que caracterizan al auténtico cristiano/a. “Que el testimonio creyente pueda ser en el mundo levadura de genuina esperanza, anuncio de cielos nuevos y tierra nueva donde habite la justicia y la concordia entre los pueblos, orientados hacia el cumplimiento de la promesa del Señor” (Spes non confundit, 25).

Ven, Espíritu Santo, y enséñanos a escuchar. Enséñanos a abrir la vida ante el Padre y a hablarle desde el corazón de hijos y de hermanos que nos ha regalado Jesús.

Miércoles, 29 de enero

“Jesús se puso a enseñar otra vez junto al mar. Acudió un gentío tan enorme que tuvo que subirse a una barca y, ya en el mar, se sentó, y el gentío se quedó en tierra junto al mar” (Mc 4,1).

Jesús sale a los caminos con la esperanza y la alegría del sembrador. No se acobarda ante la oposición. Lo suyo es sembrar y exponer con claridad el secreto del Reino. Las semillas del perdón y de la posibilidad de empezar de nuevo un camino, van cayendo en toda clase de tierras.

Gracias por no cansarte de sembrar en mi corazón la semilla del amor y la esperanza.

Jueves, 30 de enero

“¿Acaso se trae la lámpara para ponerla debajo del celemín o debajo del lecho? ¿No es para ponerla sobre el candelero?” (Mc 4,21).

Jesús es la luz que ilumina en medio de la humanidad; se hace presente en los caminos; conecta con la esperanza escondida de todo ser humano. Tener luz es ser conscientes de ser amados por Dios. Esta certeza es la tarea misionera que anunciamos con la vida.

Jesús, eres fuente de vida y de luz para mi vida y para la vida del mundo.  Ilumina mis actitudes, mis sentimientos, mis pensamientos con tu luz. Quiero vivir como hijo/a de la luz. Quiero escuchar y acoger la luz de los otros.

Viernes, 31 de enero

«¿Con qué podemos comparar el reino de Dios?… Con un grano de mostaza: al sembrarlo en la tierra es la semilla más pequeña, pero después de sembrada crece, se hace más alta que las demás hortalizas y echa ramas tan grandes que los pájaros del cielo pueden anidar a su sombra» (Mc 4, 26-34).

El Reino de Dios tiene dentro una fuerza secreta, unos comienzos pequeños y de apariencia modesta. Pero en esa semilla hay futuro porque está animada por el Espíritu Santo creador. El Reino excluye la ambición del triunfo personal y de esplendor social. El poder es la mayor tentación para el ser humano.

Gracias, Señor, por todo lo que cada día recibo de ti. Gracias por la vida, la fe, la esperanza. Gracias por la alegría y la fraternidad. Gracias por la Eucaristía. Gracias por María y José.

Sábado, 1 de febrero

“Al atardecer, dijo Jesús a sus discípulos: «Vamos a la otra orilla» Se levantó un fuerte huracán, y las olas rompían contra la barca hasta casi llenarla de agua… Lo despertaron, diciéndole: «Maestro, ¿no te importa que nos hundamos?… «¿Por qué sois tan cobardes? ¿Aún no tenéis fe?» Se quedaron espantados… «¿Pero quién es éste? ¡Hasta el viento y las aguas le obedecen!» (Mc 4, 35-41).

Jesús nos invita a confiar en su presencia entre nosotros. No caminamos solos por la vida. Todos vamos en la misma barca y Jesús con nosotros. Él siempre está en las tormentas que nos cercan y es capaz de traernos una gran calma con una palabra. Comprende y escucha nuestros temores.

En las tormentas de mi propia vida, te grito Señor, ¿no te importa? Tu palabra, ¿por qué tienes miedo? Estoy aquí contigo, me inunda de consuelo y paz.

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