Santísimo cuerpo y sangre de Cristo

EN TORNO AL PAN Y AL VINO

La búsqueda de Dios es una actitud que nunca debe estar ausente en nuestra oración. Pero la búsqueda debe estar orientada hacia donde nos ha dicho que se encuentra («¿dónde quieres que celebremos la Pascua?»). Uno de estos lugares es allí donde Jesús parte el pan (eucaristía) y allí donde los hombres (cuerpo de Cristo) están con la vida partida.

Hacernos presentes en estos lugares, participar de la vida de Jesús y tomarnos en serio tantas agresiones contra la vida, sobre todo de los hermanos y hermanas del tercer mundo porque «las culebras sólo muerden a los descalzos» (O. Romero), es exponernos a que nos alcance el amor de la sangre entregada de Jesús.

1.- Un pan y una jarra de vino, en medio, como símbolo

Comenzamos nuestra oración en torno al pan y el vino. Cuántas cosas nos recuerdan. Nos hablan de comidas, en torno a las que se teje cada día tanto amor; pero también de la distribución injusta de alimentos, que hace por ejemplo que una gran parte de Africa se convierta periódicamente en un grito pidiendo justicia (pan y agua). Nos hablan, como símbolos, de Jesús.

El pan y el vino se convierten en Pan partido y repartido, y en el Vino que se entrega y alcanza a todos para el perdón. Los orantes de todos los tiempos han visto muchas cosas contemplando estas dos realidades. Nosotros podemos continuar compartiendo lo que nos sugieren el pan y el vino.

«Como el pan está formado por innumerables granos de trigo, así nosotros, con nuestras legítimas diferencias, formamos una unidad»

 

«El pan nos recuerda las terribles desigualdades que hay entre los hombres, deja al descubierto nuestro pecado»

2.- Un pan y una jarra de vino, para contemplar

Comenzamos leyendo: «Mientras comían, Jesús tomó un pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio, diciendo: ‘Tomad, esto es mi cuerpo’. Cogiendo una copa, pronunció la acción de gracias, se la dio y todos bebieron. Y les dijo: ‘Esta es mi sangre, sangre de la alianza, derramada por todos'».

Y ahora podemos contemplar, desde el silencio amoroso del corazón, a Jesús.

«Tú, Señor, ofreces tu cuerpo, entregas tu sangre, para enseñarnos el verdadero sentido de la Pascua. En tu cuerpo entregado, nuevo santuario de la humanidad, nos ofreces a todos un espacio de comunión.

 

¿Cómo te pagaremos todo el bien que nos haces? Invocaremos sin cesar tu nombre, te alabaremos por siempre jamás. Enséñanos una vez más a vivir como tú, a dar como tú la vida para que la fuente de tu amor siga manando en el mundo aunque sea de noche».

3.- Gracias por el pan y el vino

Del pan partido y repartido de Jesús sólo puede brotar la Eucaristía, la acción de gracias. Este puede ser el momento en que el grupo exprese con abundancia la gratitud ante el gesto de Jesús de entregarse por amor.

«Gracias por el pan y el vino que nos dan la vida cada día. Bendito seas por las alegrías y la amistad compartidas en el corazón de nuestras comidas. Gracias por tu pan y tu vino, que nos hacen hombres y mujeres nuevos»

4.- Un pan y vino solidarios

La oración no puede quedar en un diálogo entre Dios y nosotros. Con Dios vienen todos los hambrientos y orillados de la tierra, a quienes lleva tatuados en su corazón. Por eso, la solidaridad se da la mano con la oración. Las palabras que el pueblo de Israel dice a Moisés, pueden ser las nuestras: «Haremos todo lo que dice (y hace) el Señor».

El recuerdo orante de la entrega de Jesús recrea siempre las mejores utopías y nos empuja a curar con vino las heridas de todos. La memoria de lo que hizo Jesús, ayer y hoy, conduce siempre al compromiso:

«Cuando doy comida a los pobres me llaman santo, y cuando pregunto por qué no tienen comida, me llaman comunista» (H. Cámara)

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