Ciro García
Introducción:
-La fe en la Eucaristía y la oración cristiana: Se ora lo que se cree y lo que se celebra
– Año eucarístico y catequesis cristiana: la eucaristía y el arte de orar
– La Eucaristía y la oración teresiana: presencia, encuentro, comunión
– Las actitudes eucarísticas a las que hemos sido educados por la celebración deben ser cultivadas en la oración:
1. Escucha de la Palabra:
La oración es escucha y acogida de la Palabra, palabra viva con la cual Dios nos interpela. En la oración y en la asamblea litúrgica nos recogemos para escuchar lo que el Señor quiere decirnos: a todos y a cada uno. El fruto de la escucha de Dios que nos habla madura en el vivir cotidiano (cf. Mane nobiscum Domine, 13). La actitud de escucha es el principio de la oración y de la vida espiritual. Para escuchar al Señor que nos habla, es necesario tener afinado el oído del corazón y disponerse por la lectura personal de las Sagradas Escrituras, en tiempos programados de oración personal y comunitaria.
2. Conversión:
La oración supone una conversión al Señor, que viene facilitada precisamente por la dimensión penitencial de la celebración eucarística, que se inicia con el acto penitencial y con variadas fórmulas de invocación de la misericordia. La Eucaristía estimula a la conversión y purifica el corazón penitente, consciente de las propias miserias y deseoso del perdón de Dios. Esta actitud debe extenderse a lo largo de nuestras jornadas, sostenida por la oración.
3. Memoria:
La Eucaristía es, en sentido específico, «memorial» de la muerte y resurrección del Señor. Celebrando la Eucaristía, la Iglesia hace memoria de Cristo, de lo que ha hecho y dicho, de su encarnación, muerte, resurrección, ascensión al cielo. Recordar lo que Dios ha hecho y hace por nosotros, nutre la oración cristiana y alimenta el camino espiritual. Recordar los dones de la naturaleza (la vida, la salud, la familia…) y de la gracia (bautismo y demás sacramentos).
4. Sacrificio:
La Eucaristía es sacramento del sacrificio pascual de Cristo. Desde la encarnación en el seno de la Virgen hasta el último aliento sobre la cruz, la vida de Jesús es un holocausto incesante, una entrega perseverante a los designios del Padre. Participar de la Eucaristía, comer el Cuerpo y beber la Sangre del Señor quiere decir hacer de nuestra vida un sacrificio agradable a Dios. La espiritualidad eucarística del sacrificio debería impregnar nuestra oración: ‘Oración y vida cómoda no se compadecen’ (Santa Teresa).
5. Acción de gracias:
El término «eucaristía» significa precisamente acción de gracias. Por eso se nos invita expresamente a «dar gracias al Señor nuestro Dios». Este es el sentido de la reunión de oración: «En verdad es justo y necesario, es nuestro deber y salvación darte gracias siempre y en todo lugar, Señor, Dios Padre… «. La oración de gratitud es propia de los hijos de Dios; brota de nuestro espíritu de regenerados en Cristo.
6. Presencia de Cristo:
«En la celebración de la Misa se iluminan gradualmente los modos principales según los cuales Cristo está presente en su Iglesia, especialmente en la Eucaristía. Esta presencia de Cristo bajo las especies ‘se dice real, no por exclusión, como si las otras no fueran reales, sino por excelencia’ (Mysterium fidei, 39)’. La celebración de la Eucaristía debería llevarnos a exclamar, como los apóstoles tras el encuentro con el Resucitado: «¡Hemos visto al Señor! » (Jn 20,25). La oración es ante todo encuentro con el Señor resucitado, que se hace realidad sacramental en la comunión con el Cuerpo y la Sangre de Cristo.
7. Comunión y caridad:
El reunirnos todos, en un mismo lugar, para celebrar los santos misterios es responder al Padre celeste que llama a sus hijos para estrecharlos consigo por Cristo, en el amor del Espíritu Santo. La Eucaristía, como la oración cristiana, no es una acción privada, sino la acción del mismo Cristo que asocia siempre a sí a la Iglesia y a la comunidad cristiana, por la escucha de la Palabra y por la ofrenda de nuestra vida. Es una espiritualidad de comunión con Dios y con los hermanos: con los enfermos, son los que sufren, con los pastores, con los muchos carismas de la Iglesia, con los que trabajan por construir la comunidad humana.
8. Silencio:
En el ritmo celebrativo, el silencio es necesario para el recogimiento, la interiorización y la oración interior (cf. Mane nobiscum Domine, 18). No es vacío, ausencia, sino presencia, receptividad, reacción ante Dios que nos habla, aquí y ahora, y actúa en nosotros, aquí y ahora. En verdad, la oración con sus diversos matices: alabanza, súplica, invocación, grito, lamento, agradecimiento- toma forma a partir del silencio: El silencio durante la celebración eucarística y los momentos de silencio fuera de la celebración, en recogida adoración, oración y contemplación delante del Santísimo Sacramento. Es necesario pasar de la experiencia litúrgica del silencio a la espiritualidad del silencio, a la dimensión contemplativa de la vida.
9. Adoración:
La celebración de la Eucaristía está llena de signos de adoración, que tiende a prolongarse en la vida. Si en la celebración de la Eucaristía adoramos al Dios con nosotros y por nosotros, este sentir del espíritu debe prolongarse y reconocerse también en todo lo que hacemos, pensamos y obramos. El doblar la rodilla ante la Eucaristía, adorando al Cordero que nos permite participar en la Pascua con Él, nos educa a no postrarnos ante ídolos construidos por manos de hombre y a reconocerle a El como único Señor de la Iglesia y del mundo.
10. Alegría:
La Eucaristía tiene un carácter festivo: ‘expresa la alegría que Cristo transmite a su Iglesia por medio del don del Espíritu’; nos enseña a alegrarnos siempre en el Señor; a gustar la alegría del encuentro fraterno y de la amistad; a compartir la alegría recibida como don (cf. Dies Domini, 55-58). La Eucaristía educa a gozar junto con los otros, sin retener para sí mismo la alegría recibida como don.
11. Misión:
La oración cristiana es siempre eclesial, y como tal participa en la comunión y misión de la Iglesia. La Iglesia es fruto de la misión que Jesús ha confiado a los Apóstoles y recibe constantemente el mandato misionero (cf. Mt 28, 16-20) (Ecclesia de Eucharistia, 22). La celebración de la Eucaristía, como toda asamblea cristiana de oración, termina con la misión. Lo recuerda Juan Pablo II: «La despedida al finalizar la Misa es una consigna que impulsa al cristiano a comprometerse en la propagación del Evangelio y en la animación cristiana de la sociedad» (Mane nobiscum Domine, 24). El capítulo IV de la Carta Apostólica Mane nobiscum Domine trata, de hecho, de la Eucaristía presentada como principio y proyecto de misión. Se puede llamar a la Eucaristía con justicia el Pan de la misión: una bella figura, en este sentido, es el pan que se le da a Elías, para que continúe su misión, sin ceder ante las dificultades del camino: «con la fuerza de aquel alimento, caminó cuarenta días y cuarenta noches, hasta el Horeb, el monte del Señor» (1 Re 19,8).
Conclusión:
Juan Pablo II propuso el «Año eucarístico» como un «Año de gracia» y confió su fruto a la oración. Así concluye la exhortación pastoral de la Sagrada Congregación para la celebración de este año de la Eucaristía: «El éxito de este Año dependerá indudablemente de la profundidad de la oración».
Estamos invitados a celebrar la Eucaristía, recibirla y adorarla con la fe de los Santos ¿Cómo olvidar, en este día en que la liturgia recuerda a Santa Teresa de Ávila, el fervor de la gran mística española, doctora de la Iglesia?
A propósito de la comunión eucarística, ella escribe: «No hay que ir muy lejos para buscar al Señor. Hasta que el calor natural no haya consumido los accidentes del pan, el buen Jesús está en nosotros: ¡acerquémonos a Él!» (Camino de perfección, 8).
(cf. Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, 15 de octubre del 2004, Santa Teresa de Jesús, virgen y doctora de la Iglesia)