La Mesa de la Eucaristía

Fernando Domingo

1. EL HECHO HISTÓRICO

Durante la celebración de su última cena, Jesús, siguiendo el ritmo de la cena judía:

  • Tomó pan y vino en sus santas y venerables manos…,
  • pronunció la oración de acción de gracias…
  • y los distribuyó a sus apóstoles.

La liturgia eucarística sigue este mismo ritmo y, por lo mismo, podemos distinguir perfectamente en su celebración las mismas partes:

a. «La presentación de las ofrendas», en la que se traen hasta el altar el pan y el vino con el agua, es decir, los elementos que Cristo tomó en sus manos.

b. «La oración de acción de gracias» o «plegaria eucarística»,en la que se da gracias a Dios por toda la obra de salvación, y los dones ofrecidos se convierten en el cuerpo y la sangre de Cristo…

c. La «distribución de la comunión». Mediante la cual, los fieles reciben el cuerpo y la sangre del Señor de la misma manera que los apóstoles los recibieron de las manos del mismo Cristo.

2. UNA ADVERTENCIA PREVIA: EVITAR LA «EVASIÓN CÚLTICA»

a. Por «evasión cúltica» entendemos la tentación de muchos cristianos por convertir la celebración eucarística en una oportunidad para huir de la vida real, en un refugio que nos protege del duro bregar de cada día, en el que podemos disfrutar compartiendo una experiencia religiosa y, a la vez, cumplir unos deberes religiosos…

b. De hecho, entre muchos de nosotros está mucho más desarrollada la sensibilidad de cuanto afecta al «rito», que la que detecta las «exigencias de vida» que comporta toda celebración eucarística…

c. Para demostrarlo, basta con observar los «criterios» con los que evaluamos la calidad de nuestras celebraciones de la Eucaristía (cómo se leyó, habló, cantó, participó, etc.), y la facilidad con que olvidamos aquello de que no todo consiste en decir: «¡Señor, Señor, sino en hacer la voluntad! del Padre que está en los cielos»…

d. Oliver Clement, el más famoso de los pensadores ortodoxos del momento pide acabar con el cisma -el verdadero y más grande cisma de nuestra Iglesia- que consiste en «la esquizofrenia de tantos cristianos que cada domingo se entregan al «éxtasis» en Oriente, y a las «buenas intenciones» en Occidente, para seguir luego durante toda la semana los mismos caminos que recorre todo el mundo y con idénticos criterios…. Advirtamos que no debe ser fácil acabar con este cisma a juzgar por el clamor que hace muchos, muchísimos siglos lanzaban ya los profetas (Am 5, 21-24; Is. 1, 13-18; etc.)…

e. Como toda oración, una celebración eucarística que no tienda hacia la propia conversión, se convertirá en uno de tantos tranquilizantes como necesitan nuestros corazones aburguesados…

3. LITURGIA EUCARÍSTICA: ¡LA OTRA MESA!

A. Preparación y presentación de las ofrendas

Antes se llamaba «Ofertorio», ahora no porque la verdadera ofrenda de Cristo va a tener lugar luego en la «Plegaria eucarística». Lo propio de este momento es tan sólo presentar, primero en el altar y luego ante el Señor, lo que más tarde se va a utilizar en dicha «plegaria».

a. ¿Qué presentar ante el altar?

Lo primero el «pan» y el «vino», que nunca han de estar antes sobre el altar, sino que han de ser traídos en la «procesión de ofrendas».

Pueden presentarse, además, ciertas ofrendas para la Iglesia o los pobres.

Evitemos siempre tres errores:

  • Dar a esta «procesión de las ofrendas» un relieve que no le corresponde.
  • El de que por vincular la Misa con la vida de ciertos asistentes se lleven al altar libros, juegos, herramientas y hasta cosas inimaginables…
  • Y el colocar lo ofrecido sobre el altar aún a riesgo de convertirlo en mostrador de feria…

b. Presentación del «pan» y el «vino» ante el Señor

El celebrante toma primero el «pan» y luego el «vino», los eleva un poquito, mientras con voz suave pronuncia unas oraciones con ricas sugerencias para nuestras vidas:

  • El «pan» y «vino» son dones de Dios, pero también fruto de nuestro trabajo.
  • Simbolizan el alimento y la fiesta, imprescindibles en nuestro vivir.
  • Las gotas de agua mezcladas en el vino, simbolizan la fusión de la naturaleza divina de Jesús con la nuestra.
  • Estos dones nos recuerdan que Dios necesita de nosotros para realizarse.
  • Y por fin, que no solamente hemos de ofrecer dones, sino autoofrecernos. («… Yo quiero ser, Señor amado, como el barro en manos del alfarero. Toma mi vida, hazla de nuevo, yo quiero ser un vaso nuevo…»).

c. La «Oración Colecta»

Se llama así porque es una plegaria que el celebrante pronuncia en este momento sobre lo «recolectado» en las ofrendas.

También es ahora cuando personas voluntarias pasan el cestillo recogiendo limosnas. A algunas personas que les molesta el retintineo de las monedas, conviene advertirlas:

  • Es una práctica tan antigua como la misma celebración eucarística.
  • Y que, si entonces, los primitivos cristianos recogían limosnas para huérfanos y viudas, ahora lo hacemos también para el sostenimiento del culto y para fines especiales: misiones, hambre, etc.

d. Reflexión ante esta la fase de la «Presentación de las Ofrendas»

No olvidemos que en esta 1ª parte de la Celebración eucarística ofrecemos el «pan» y el «vino» con la esperanza de que se conviertan en «pan de vida» y «bebida de salvación». Esta esperanza que se realiza en Jesucristo, se realizará también en nosotros si vivimos la celebración con el mismo espíritu del Crucificado: ser «pan entregado» y «vino derramado» por nuestra salvación y la de los demás.

La colecta, que como decíamos antes se realiza en estos momentos, puede ser un modo de compartir algo de lo nuestro con la iglesia y los necesitados, pero debe ser ante todo un gesto que nos estimule a replantearnos nuestro nivel de vida, y una buena preparación para disponernos a la «comunión» del cuerpo y sangre del Señor.

B. La «Plegaria Eucarística»: En el corazón del Misterio

Nos encontramos, cierto, en el «corazón del misterio». Del mismo modo que la oración de Jesús se enraíza en la judía, también lo hace la «plegaria eucarística». El modelo más cercano lo tenemos en la recitación diaria del «Shemá Israel», que comienza con una bendición de Dios Creador, continúa con un «sanctus» y concluye con unas oraciones de intercesión. Pero mejor será recorrerla parte por parte:

a. Prefacio

  • El «Prefacio» fue considerado muchas veces como una introducción a lo que iba a venir después, una especie de prólogo sin demasiada importancia y que nadie lee como lo son los de muchos libros
  • No. El «Prefacio» es más bien la solemne «acción de gracias» que se proclama ante la comunidad, el canto con que penetramos en ese clima de «beraká», tan propio de toda oración judía. Es como un poema y grito de reconocimiento de un mundo que descubre su salvación.
  • El «Prefacio» es además una oportunidad para recordarnos que ese clima de gratitud y alabanza que ahora vamos crear, debemos procurar renovarlo «en todo tiempo y lugar».
  • El «Prefacio» es, en fin, un momento muy oportuno para recordar que quien celebra no es sólo el sacerdote, sino toda la asamblea: «Te alabamos», te bendecimos, te adoramos…».
  • Concluye con el «Santo, Santo, Santo» que no es sino una solemne aclamación cantada o recitada que toda la asamblea y dirige al Padre como fuente de todas las cosas y de todo bien. En ella, la Iglesia del cielo y de la tierra se funden en una sola alabanza.

b. Epíclesis

Con esta palabra griega, un tanto rara, nos referimos a la invocación que hace el sacerdote celebrante al Espíritu Santo para que descienda sobre el pan y el vino y los convierta con su poder en el Cuerpo y la Sangre de Jesucristo. El sacerdote la recita extendiendo sus manos sobre ambos.

Nuestra «Plegaria III» describe plenamente el sentido de este momento: «Por eso, Padre, te suplicamos que santifiques por el mismo Espíritu estos dones que hemos separado para ti, de manera que sean cuerpo y sangre de Jesucristo, Hijo tuyo y Señor nuestro».

c. Consagración o relato de la cena

Nuestra fe se funda en un acontecimiento: el de la muerte y resurrección de Cristo. Como ella, la Plegaria Eucarística, también se centra en su relato. Un relato que es a la vez recuerdo y presencia. Narrando lo que le ocurrió a Jesús la víspera de su Pasión, y repitiendo sus palabras y gestos, se nos hace presente en el altar.

Hoy se ha desprovisto a este momento de aquel encuadre misterioso y un tanto mágico que tenía antes -sabemos que es la fuerza del Espíritu Santo la que transforma el pan y el vino a través del ministerio del sacerdote, identificado en esos momentos con Jesucristo-; pero sigue siendo el punto central de la Celebración Eucarística, y más en concreto, de su Plegaria.

Este es, por otra parte, el único momento que -a sernos posible- debemos presenciar de rodillas. Ninguna postura mejor para demostrar nuestra atención, admiración; más aún, nuestra adoración ante la aparición y presencia real de Jesús-Eucaristía en medio de nosotros. (La cuestión de «¿quién consagra?» y de la elevación: Hostia, s. III; Cáliz, s. Xlll. ¡Ver la Hostia!). Anmnesis (Recuerdo): Terminada la Consagración, toda la asamblea aclama el acontecimiento que acaba de tener lugar. Lo aclama recordando que allí se hace presente toda la historia de la salvación: el misterio pascual de Jesucristo y la espera de su venida gloriosa. (°…Tú estás aquí, Dios, tú eres amor…»)

e. El memorial

Después de esta aclamación, el sacerdote reemprende la Plegaria y vuelve a recordar lo que Jesús hizo, no sólo durante su última Cena, sino durante toda su vida, incluso recuerda su venida al final de los tiempos.

Esta referencia al pasado, este memorial, es algo más que un simple re-cuerdo. Tiene la virtud de revivirlo. Lo que sucedió entonces, vuelve a suceder aquí y ahora para nosotros. Nosotros mismos entramos dentro del acontecimiento salvador de la Pascua del Señor.

Por eso se califica a la Eucaristía como «memorial de la Pascua de Cristo». Por eso mismo estamos en el núcleo central de la Plegaria que elevamos al Padre.

f. La ofrenda

Al recuerdo se une el ofrecimiento. El memorial del misterio pascual de Jesús lleva a presentar al Padre este sacramento, que es la única ofrenda que ha realizado plenamente la unión entre Dios y los hombres, el único sacrificio, la única donación amorosa total, que ha cumplido definitivamente lo que los antiguos sacrificios no podían realizar.

La entrega que hizo Jesús en la Cruz, se actualiza en la celebración de la Eucaristía. La Eucaristía no es un sacrificio en sentido absoluto, sino relativo, en relación con el de la Cruz, que es el único Sacrificio, suficiente e irrepetible. Lo que hace la Iglesia es poner en la presencia del Padre el acontecimiento de la Muerte Pascual de Cristo. No ofrecemos a Dios animales o cosas, sino a Jesucristo, al que nosotros nos unimos para ofrecernos con Él.

2a Epíclesis: Junto con esta ofrenda, la Iglesia invoca de nuevo al Espíritu Santo, para que lo mismo que ha convertido el pan y el vino en el Cuerpo y la Sangre de Jesucristo, convierta a la asamblea reunida en Cuerpo del Señor. La Iglesia se une a Jesucristo para ofrecerse junto con Él al Padre. Unimos toda nuestra existencia, con lo bueno y con lo malo, a la donación de Cristo. Una ofrenda que ha de abarcar toda nuestra vida y no sólo el momento de la celebración eucarística.

g. Intercesiones

La salvación definitiva no ha llegado aún; los cristianos tenemos que recorrer un camino duro y doloroso. Por eso pasamos a recordar las necesidades de la Iglesia y del mundo.

Nombramos al Papa y a nuestro Obispo, no para pedir por ellos, sino para manifestar nuestra comunión con la Iglesia local y la Iglesia Universal, de las que el Papa y el Obispo son los guías y pastores. Con ello también ponemos de manifiesto que lo que estamos haciendo no es una celebración personal o de un grupo determinado, sino una celebración en comunión con toda la Iglesia.

Pedimos por la Iglesia peregrina…

Y por los difuntos…

Y tenemos presentes a los santos, sobre todo, a la Virgen María y a los Apóstoles.

h. Doxologia

Otra expresión griega que significa «palabra de alabanza».

Es la aclamación final al Padre, por Jesucristo, en la comunión del Espíritu Santo: «Por Cristo, con Él… y en Él». Por Cristo nos han venido de Dios todos los bienes y por Cristo se eleva al Padre nuestra mejor alabanza. Así Cristo es el mediador en ambos sentidos: descendente y ascendente. Por eso el sacerdote eleva el Pan y el Vino convertidos en el Cuerpo y la Sangre de Cristo, porque resumen toda la creación y toda la historia de la Salvación.

Aunque el común de los fieles suele conocer como «elevación» la que el sacerdote hace mostrando al pueblo el pan y el vino recién consagrados, ésta es propiamente hablando, la auténtica «elevación» de toda la Misa.

La Asamblea responde «Amén» a la doxología y a toda la Plegaria Eucarística. Un «Amén» que debería ser cantado solemnemente. Un «Amén» que se convierte en palabra clave de toda nuestra participación. Un «Amén» que re sume y apostilla nuestra adhesión plena a cuanto hemos hecho en la Plegaria Eucarística:

Ante los dones que el Señor nos ha hecho: ¡Amén! Ante la transustanciación del pan y del vino en Cuerpo y Sangre del Señor: ¡Amén! Ante la proclamación de que Cristo, muerto y resucitado, vive para siempre a la derecha del Padre: ¡Amén! Ante la plegaria hecha por el Papa, los obispos y unos por otros: ¡Amén! ¡Amén! Palabra extraordinaria que utilizaremos eternamente en el cielo para adorar al Padre (Ap 5, 14). (… Amén, amén, amen…»)

C. La Comunión: Nuestra «Estación-Término»

Toda la celebración de la Eucaristía conduce hasta este último momento: participar en la mesa preparada, alimentarse del Cuerpo y de la Sangre de Jesucristo. Es el Banquete Pascual, al que está invitada la Iglesia. Es comunión con Dios y con los hermanos. Tres son los ritos que preparan y conducen a esta participación en el banquete: el Padrenuestro, el gesto de la paz y la fracción del pan. Con ellos se resaltan dos aspectos decisivos de la Comunión, que la Eucaristía significa y realiza: el anhelo escatológico del Reino de Dios y la comunión mutua entre los cristianos

a. El Padrenuestro

Es la oración del Señor, la plegaria de los hijos del Padre. Manifiesta todo lo que se nos da sacra mentalmente en la Comunión: el pan de este mundo y el Pan de Vida, el Reino, el perdón de Dios y la capacidad de perdonarnos mutuamente, la liberación del mal y del Maligno.

El presidente de la celebración lo introduce con una invitación sencilla, el, Misal dice que «con estas o parecidas palabras» (e indica cuáles).

A los celebrantes les recordaríamos que no es, por tanto, el momento de hacer una pequeña homilía que aburre, cansa y distrae. Difícilmente mejoraremos los modelos que nos ofrece el Misal o la Liturgia de las Horas. Ni se trata tampoco de ofrecer el Padrenuestro por nadie, sino de repetir la oración que nos enseñó el Señor de modo que esta oración nos prepare para recibir mejor la Eucaristía. Sobran todos los adornos con que a veces se rodea el rezo del Padrenuestro. La Oración del Señor tiene suficiente importancia por sí misma y no necesita de ningún añadido. Y si la cambiamos, ya no es la oración del Señor.

b. El gesto de la «Paz»: Un gesto exigente

Al darnos la paz, aceptamos el compromiso de trabajar por la comunión y la reconciliación de los hermanos, como condición necesaria para participar honestamente en la Mesa del Señor. En un mundo dividido entre ricos y pobres, derechas e izquierdas, blancos y negros…. y en una Iglesia que vive también estas mismas divisiones, hacer el gesto de la paz no tiene sólo el sentido de reconciliación individual, sino también colectiva.

Afirmamos que estas divisiones, que sacra mentalmente ya están superadas, deben estarlo también en la vida real. Queremos, al menos, luchar para que se superen, para que haya igualdad en la sociedad y en la Iglesia, para que no haya enemistades por razón de raza, cultura, etc… El gesto de la paz puede realizarse de muchas maneras, pero lo más común entre nosotros es darse la mano, un abrazo y, en algunas ocasiones, un beso. Pero solamente se hace con las personas que tenemos al lado.

El sacerdote, sin embargo, da la paz… «a todos», Lo hace con estas conocidas palabras: «La paz del Señor esté siempre con vosotros». De ahí, que no sea muy litúrgico eso de bajar a dársela a cada uno de los fieles. Ni siquiera a una representación. Y, menos, a dos o tres privilegiados. No conviene tampoco hacer moniciones previas a gestos tan evidentes como éste. Al querer explicarlo todo, muchas veces quitamos el significado a lo que hacemos. Y el de la «paz» es un gesto que entiende perfectamente todo el mundo. Esto no quita que algún día muy señalado y vinculado con el tema «Paz», lo queramos resaltar, como por ejemplo, en Navidad o en la Jornada de la Paz, el día 1º de enero.

c. La fracción del pan

En el Nuevo Testamento, la celebración de la Eucaristía es conocida como «fracción del Pan». Muy pronto se vio en este rito la entrega sacrificial del Señor. No como simple alusión piadosa o alegórica, sino como un verdadero gesto simbólico de la muerte del Señor en la Cruz.

En las catacumbas se encuentran pinturas donde se representa a la Eucaristía mediante un sacerdote que parte el pan, rodeado de los demás miembros de la asamblea. El gesto significa que del único pan que es Jesucristo, participa toda la asamblea, de manera que ya no es una simple yuxtaposición de personas sino una comunidad que participa del mismo alimento: Jesucristo.

Es necesario partir el pan para poderlo compartir. El sacrificio es necesario para la vida. Partir el pan es una acción destructiva para realizar una acción positiva, que es el compartir. Lo repetiremos al final de esta charla.

La «tracción del Pan» es un gesto a recuperar en nuestras Eucaristías y sería conveniente darle un mayor relieve, ya que suele pasar desapercibido en la mayoría de las celebraciones.

Para ello es necesario no partir el pan hasta que concluya el anterior gesto de «darse la paz» y su canto correspondiente, si le hay, canto que habría que intentar suprimir ya que no está prescrito y entorpece la celebración. Y en segundo lugar, deberíamos usar formas grandes para partirlas en este momento, de manera que esta fracción sea visible para todos. 0 como mínimo, partir la forma grande en varios trozos para que de ella comulguen algunos fieles.

Mientras el presidente de la celebración parte el pan, se dice o se canta el «Cordero de Dios», que no se sustituye nunca por el canto de la paz. El presidente mezcla un pequeño trozo de Pan consagrado con la Sangre de Cristo contenida en el cáliz. Este rito es signo de la comunión con el Obispo.

d. La comunión

Es el momento en que la Celebración llega a su objetivo final. Los signos deben ayudar a vivirlo así.

El sacerdote presenta el Cuerpo de Cristo: «Este es el Cordero de Dios…». Jesucristo se entrega a los que somos pecadores como perdón y ayuda, aunque los pecados graves sólo se perdonen en el Sacramento de la Re-conciliación.

Deberíamos comulgar siempre bajo las dos especies, ya que Cristo nos dijo: «Tomad y comed», o «tomad y bebed» dirigiéndose a todos y no sólo al que preside la Eucaristía. El Vaticano II ha dado la posibilidad de volver a comulgar bajo las dos especies y los distintos documentos de la reforma conciliar han ido abriendo el abanico de ocasiones en los que se puede llevar a cabo. Es un derecho de todo cristiano. Es necesario descubrir lo que significa comulgar bajo las dos especies, ya que de este modo se vencen los prejuicios que pueda haber. Si es la voluntad de Cristo, y así lo manifestó al instituir la Eucaristía en la última Cena, hemos de aprovechar todas las ocasiones de realizar esta voluntad del Señor: bodas, primeras comuniones, confirmaciones…. y sobre todo, que no falte en la celebración más importante de todo el año, como es la Vigilia Pascual en la noche del Sábado Santo al Domingo de Resurrección.

La comunión la recibimos y no nos la damos nosotros mismos. La procesión para recibirla debe ser digna y no desordenada, de manera que nos sintamos acompañados por los demás hacia la participación en el alimento que el Señor nos ofrece.

Aunque, según la normativa vigente, se puede comulgar en la boca o en la mano, la comunión en la mano expresa mejor lo que se hace. Esta era la única forma de comulgar en el cristianismo primitivo. San Cirilo de Jerusalén predicaba a los nuevos cristianos el domingo de Pascua del año 348 y les decía: «Cuando te acerques a comulgar, haz con tu mano derecha un trono a la izquierda, que recibirá al Rey. En el hueco de la mano recibe el Cuerpo de Cristo y responde «Amén». Después, consúmelo, teniendo cuidado de no perder nada de Él».

La forma correcta de comulgar en la mano es la siguiente: La mano izquierda se presenta extendida y debajo la derecha (los zurdos al revés). El sacerdote dice «El Cuerpo de Cristo», mientras se lo muestra al que comulga y éste responde «Amén». Deja la forma en la mano (no hay que cogerla en el aire), nos colocamos a un lado, la tomamos de la mano izquierda con la mano derecha y la llevamos a la boca. Cuando se comulga bajo las dos especies, el sacerdote nos dice «La Sangre de Cristo», y también respondemos «Amén»

Este «Amén» que pronunciamos al recibir el Cuerpo de Cristo es la respuesta personal que damos a toda la Eucaristía y no sólo al Cuerpo de Cristo, frente al «Amén» comunitario de otros momentos, por ejemplo, el del final de la Plegaria Eucarística. Es un sí a la Palabra proclamada y que se ha hecho pan para nosotros.

Después de comulgar nos sentamos para dar gracias. El momento de silencio que sigue, no es para rezar padrenuestros ni avemarías, sino para dar gracias a Dios por la participación en la Eucaristía. También se puede reflexionar sobre la Palabra de Dios que hemos recibido. Y si se canta, cantar con todos. La comunión nos une a Jesucristo, pero también a los hermanos.

Decimos que este momento es para dar gracias a Dios por la participación en la Eucaristía, porque la Plegaria Eucarística es la gran Plegaria de acción de gracias, que comienza con el Prefacio, en el que cada día, cada domingo, cada fiesta, se enumeran el motivo o motivos por los que damos gracias a Dios. Por tanto, tampoco tiene sentido alguno el salir en este momento a exponer motivos de acción de gracias, so pena de que ya no celebremos la Eucaristía que nos mandó celebrar el Señor.

La comunión termina con una oración que el sacerdote dice en nombre de todos y que hacemos nuestra respondiendo «Amén». Esta oración se llama «Poscomunión». En ella se hace referencia a la Eucaristía y a los misterios en que hemos participado.

4. «¡LE CONOCIERON AL PARTIR EL PAN!»

Así se subtitulaba esta charla. La frase tiene como referente la escena de Emaús, pero nos sirve para formularnos la última pregunta: ¿Por qué le conocieron? De su respuesta sacaremos las notas peculiares que deberá tener siempre nuestra «celebración eucarística» si queremos seguir reconociéndole nosotros y que le reconozcan los demás.

Desde el punto de vista histórico-ritual, ¿porqué le conocieron? Por supuesto que no fue por un modo original de hacerlo ni por utilizar éste o aquel instrumento, sino porque siendo huésped como era, adopta con toda normalidad el papel de «padre de familia», que es a quien correspondía esta acción.

Pero desde el punto de vista simbólico-vivencia que es el que a nosotros más nos interesa ahora, ¿por qué tienen que significarse nuestras celebraciones eucarísticas? Muy sencillo: por plasmar las mismas actitudes, vivencias y experiencias de Jesús. Pensemos tan sólo en éstas:

a. Como advierte J. Jeremías, no olvidemos que la «última Cena» de Jesús fue precisamente eso: «la última de una serie de comidas y cenas que Jesús ha celebrado con sus amigos a lo largo de su vida. Hasta tal punto que podemos decir que la Eucaristía arranca de la comensalidad del Jesús histórico y echa sus raíces en la costumbre de Jesús de celebrar comidas». (Saquemos cada uno nuestras propias conclusiones).

b. Jesús no presenta el Reino de Dios en forma de banquete como algo futuro, sino que la cercanía amistosa de Dios con nosotros la hace presente ya en cada una de esas comidas a las que asiste.

c. Además, en esas comidas de Jesús pueden participar todos, ¡hasta los publicanos y pecadores!, pues Dios es sobre todo Padre de los pequeños y marginados. Jesús insistirá tanto en esto que terminará con la fama de «comilón, borracho y amigo de publicanos y pecadores» (Mt 11, 9).

d. A la celebración eucarística se la conoce también como «acción de gracias». Hemos repetido que esta plegaria se enraíza en la plegaria judía, pues bien, la bendición o «beraká» es el rasgo más relevante de la oración judía. Para el piadoso israelita todo es ocasión de «beraká»; esto es, de alabanza y acción de gracias. Frente a la historia de su pueblo y propia, ante la naturaleza o sus propias posibilidades materiales, mentales o espirituales siempre grita: «¡Bendito sea Yahvé!» Sólo quien impregne su vida cotidiana de esta vivencia religiosa en la que la gratitud y alabanza son algo esencial, será capaz de vivir la Eucaristía.

Conclusión: Podemos decir que estas comidas de Jesús son el gesto que sintetiza, en buena parte, los demás signos y parábolas con los que Jesús anuncia el Reino de Dios, de tal manera que la «última cena» es el compendio de su vida y el mensaje acerca del Reino. Hoy que apenas quedan signos de esta comensalidad en nuestras misas hemos de tener más viva que nunca la con-ciencia de que cada celebración eucarística ha de ser una proclamación de esa fraternidad querida por Jesús con todos los compromisos que su consecución supone de preparación remota y próxima. Sólo quién entienda esto habrá entendido el por qué real de que a la celebración eucarística se la denomine también «fracción del pan». Lo mismo que sólo quien sienta la urgencia de «dar gracias» y alabar al Señor, vivirá la «plegaria eucarística» como una «eucaristía». Recordar la conveniencia de adquirir tres libritos:

¿Por qué y cómo vivir hoy la misa? Chapucillas litúrgicas…

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