No nos dejes caer en la tentación y líbranos del mal

Actitud:

Nos presentamos al Señor con humildad, sin presumir de nada. Por muchos años que llevemos como cristianos, por muy comprometidos que estemos con nuestra Iglesia, por muy afianzados que estemos en nuestras convicciones religiosas, y por muy arropados que nos sintamos por los hermanos. Sabemos de qué pasta estamos hechos.

Palabra:

«Soy un hombre de carne y hueso, vendido como esclavo al pecado. Lo que realizo no lo entiendo, pues lo que yo quiero, eso no lo ejercito y, en cambio, lo que detesto, eso lo hago. Veo claro que en mí, es decir, en mis bajos instintos, no anida nada bueno, porque el querer lo excelente lo tengo en la mano, pero el realizarlo no; no hago el bien que quiero; el mal que no quiero, eso es lo que ejecuto. Así que, cuando quiero hacer lo bueno, me encuentro fatalmente con lo malo en las manos. En lo íntimo, cierto, me gusta la Ley de Dios, pero en mi cuerpo percibo unos criterios deferentes que guerrean contra los criterios de mí razón y me hacen prisionero de esa ley del pecado que está en mí cuerpo. ¡Desgraciado de mi! ¿Quién me fibrará de este ser mío, instrumento de muerte? Pero, ¡cuántas gracias le doy a Dios por Jesús, Mesías, Señor nuestro!» (Romanos 7,14-25)

Comentario:

A nosotros no se nos habría ocurrido poner a estas alturas esta petición un poco difícil de entender. ¿Cómo es posible que después de entrar en la intimidad amorosa del Padre, después de haber aprendido a apreciar y a trabajar por su buen nombre, su reino, su voluntad, estemos envueltos en tanta debilidad? Sin embargo, Jesús que conoce a los suyos, sabe que en todo momento de la vida necesitan pedir esto. En la vida tenemos muchas tentaciones. Pero aquí, la tentación por antonomasia, es que se nos arrebate el don más grande, el de que somos hijos y hermanos en Cristo, y nos quedemos en terreno de nadie.
Si alguien nos quitara el mayor regalo que hemos recibido, nos quedaríamos desnudos. Al pedir esto no estamos pidiendo que nos sea ahorrada toda situación difícil, sino que apelamos al amor de Dios en la certeza de que él nos dará la fuerza necesaria para atravesar la prueba y avanzar en nuestra peregrinación hacia él.
El Padre nos promete estar con nosotros en la prueba, darnos anchura en el aprieto. Pedimos liberación de¡ mal para no caer en la tentación de¡ engreimiento, que consiste en creer que tenemos virtudes sin tenerlas, en exhibirnos ante Dios y ante los demás, como si tuviéramos derechos sobre ellos.»Nunca andéis tan seguros que dejéis de temer podéis volver a caer» (Teresa de Jesús).

Oración:

El pescador solitario era un hombre de Dios. Un día tuvo la audacia de pedir al Señor un signo de su presencia y de su compañía: Señor, hazme ver que Tú siempre estás conmigo. Dame el don de experimentar que me amas. Y el gozo de saber que caminas conmigo… Cuando reemprendía el camino que le conducía nuevamente a su casa, observó con asombro que junto a las huellas de sus pies descalzos había otras cercanas y visibles. Mira, le dijo el Señor, ahí tienes la prueba de que camino a tu lado. Esas pisadas tan cercanas a las tuyas son las huellas de mis pies. La alegría que tuvo el hombre fue inmensa. Pero no siempre fue así. Vinieron días de tormenta y de frío. Caminaba taciturno por la playa. Volvió sobre sus pasos y observó que, esta vez, en la arena sólo habla la huella de dos pies descalzos. «Señor, has caminado conmigo cuando estaba alegre. Ahora que el desánimo y el cansancio hacen mella en mi vida… me has dejado solo. ¿Dónde estás ahora?» «Amigo… cuando estabas bien, yo caminaba tu lado. Pudiste ver mis huellas en la arena…, ahora que estás cansado y abatido he preferido llevarte en mis brazos. Las pisadas que ves en la arena son las mías marcadas por el peso de tu propio cansancio».

Compromiso:

Recordar a personas, pueblos, grupos de personas, que están en una situación difícil, e interceder por cada uno de ellos al Padre, diciendo: «No los dejes caer en la tentación y líbralos del mal».

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