YO SOY LA VIDA
Muerte, ¿en base a qué aberración se te puede dar el título de «hermana», espectro de huesos blanqueados que siegas, incansable, tu mies de seres vivos? Rostro impasible y ciego que cortas el hilo de la vida, prescindiendo de edades y situaciones familiares o sociales. Muchos humanos te exorcizan actuando como si no existieses, como si tu paso no fuese con ellos. Pero, tanto si tu visita es repentina como si la precede larga y cruel agonía, no te olvidas de nadie… Eres la única estadística que se cumple en el 100% de los supuestos. A todos nosotros, más tarde o más temprano nos tenderás tu mano para iniciar ese viaje sin retorno y de final incierto.
Sois injustos conmigo. Amigo o amiga que esto dices, es la ceguera de vuestro corazón y vuestra falta o escasez de fe, quien me reviste con tan sombríos colores. Lo creáis o no, soy en verdad vuestra «hermana», de profesión, «partera de la auténtica Vida» que sólo trato de engendraron a un nuevo amanecer. De abriros las puertas de un mundo luminoso del que no tenéis ni la menor idea. Como el niño que en el seno de su madre no puede imaginar la hermosura de fuera, hermosura que sus ojos aún inútiles podrán un día admirar, atmósfera cargada de perfumes que sus pulmones también aspirarán, esto sabéis vosotros del mundo que os espera. Yo no vengo a romper el hilo de vuestra vida, sino a cortar el cordón umbilical que os ata a la placenta de este universo, que, pese a sus bellezas, no es menos ni menor «valle de lágrimas», siendo, además, terreno provisorio. Todo, para haceros entrar en un país que vuestras más locas esperanzas… ¡no pueden ni siquiera concebir! Porque «ni ojo vió, ni oído oyó, lo que Dios tiene preparado para cuantos le aman» (San Pablo).