¿Cómo acercarnos?
Basta con poner un poco de atención a los medios de comunicación para darnos cuenta de los ídolos que adoran hoy los hombres y mujeres. Quizá me puedo preguntar también yo: ¿cuántas horas paso ante el televisor?, ¿qué revistas me entretienen más?, ¿a qué personas admiro y por qué?. La respuesta a estas y otras preguntas nos daría como resultado qué cosas ocupan nuestra mente y dónde tenemos puesto el corazón. Nos sucede como al pueblo de Israel que olvidándose de Dios se fabrica y adora al becerro de oro.
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En Horeb se hicieron un becerro, adoraron un ídolo de fundición; cambiaron su gloria por la imagen de un toro que come de hierba. Se olvidaron de Dios, su salvador, que había hecho prodigios en Egipto, maravillas en el país de Cam, portentos junto al mar Rojo. Dios hablaba ya de aniquilarlos; pero Moisés, su elegido, se puso en la brecha frente a él, para apartar su cólera del exterminio.
¿Cómo orarlo?
Ponte en la presencia de Dios y medita la fuerza y las consecuencias que tienen los diversos ídolos que adoramos. Fíjate en lo que hace Moisés en esa situación límite: «se puso en la brecha frente a Dios», e intercedió por el pueblo. Pregúntate: ¿Qué puedes hacer tú? ¿Cómo puedes ponerte en la brecha de los conflictos, en la brecha de las divisiones, en la brecha de los desencuentros? Trae a este encuentro de oración a todas esas personas, situaciones, acontecimientos y colócalas frente al Señor e intercede por ellas; seguro que saldrás esperanzado de la oración.
¿Cómo vivirlo?
Seguramente que en los estantes de tu biblioteca tienes una Biblia que miras y limpias el polvo. Sácala fuera, ábrela y dedica tiempo para leerla, meditarla, orarla. Que la mayor parte de tu tiempo no sólo lo emplees para escuchar noticias, ver programas, leer cosas divertidas. Que la Palabra de Dios alimente tu vida, y que puedas compartir, algo de lo contemplado, con tu familia, con tus amigos, con tu grupo de referencia. «Dichosos los que viven atentos para acoger a Dios en sus múltiples mensajes, y responden a su diálogo». «Confío en que el Señor ha aceptado mi vida por todos. Una y otra vez he de pensar en la reina Ester, que justamente para esto fue sacada de su pueblo, para interceder por él ante el rey. Yo soy una pobre, impotente y pequeña Ester, pero el rey que me ha elegido es inmensamente grande y misericordioso» (Edith Stein, Carta 271).