¿Cómo acercarnos?
Todos los inviernos sale el labrador, entre hielos y escarchas, a podar los árboles. La poda los hiere y lloran, pero gracias a ella darán mucho fruto. ¿Podemos decir que nos pasa lo mismo a nosotros? ¿Qué si no nos podan no damos fruto? ¿Qué hacemos inútil la Palabra si no hemos llorado? Nos puede ayudar a rezar este salmo recordar todas esas experiencias, incluso dolorosas, que le dan hondura a nuestra vida.
Leerlo
Desde lo hondo a ti grito, Señor;
Señor, escucha mi voz;
estén tus oídos atentos
a la voz de mi súplica.
Si llevas cuenta de los delitos, Señor,
¿quién podrá resistir?
Pero de ti procede el perdón,
y así infundes respeto.
Mi alma espera en el Señor,
espera en su palabra;
mi alma aguarda al Señor,
más que el centinela la aurora.
Aguarde Israel al Señor,
como el centinela la aurora.
Porque del Señor viene la misericordia,
la redención copiosa;
y él redimirá a Israel
de todos sus delitos.
¿Cómo orarlo?
- Acércate al Señor con alma de pobre, liberado de autosuficiencias. Tú eres la pobreza y él es la Plenitud.
- Preséntale tu hondón, tu conciencia de pecado, tu oscuridad, si puede ser, lavado todo ello con el agua de tus lágrimas. «Un hijo de tantas lágrimas, no se puede perder», le decía San Ambrosio a Santa Mónica, madre de San Agustín.
- Haz de tu oración una espera fuerte y prolongada, como el centinela que aguarda la aurora.
¿Cómo vivirlo?
Las experiencias de debilidad, vividas con el Señor, pueden llevarnos a un estilo de vida muy fraterno, muy comprensivo con los fallos de los demás, y muy compasivo con sus debilidades.