Dios mío, ven en mi auxilio…

A fuerza de repetirlo cada día, uno siente que el corazón se serena y se va revistiendo de la invencible fuerza de los sencillos. Porque, ¿cómo beber el agua y comer el pan, cómo ponerse limpio y rezar en paz, cómo hacer un castillo del propio hogar sin que nos duelan tantas heridas que hay por curar?.

DIOS MÍO, VEN EN MI AUXILIO… porque de otro modo sería imposible!

Cuando lo que se lleva es triunfar, cuando el lujo de unos pocos se convierte en insulto contra la miseria de muchos, cuando el pecado social se hace injusticia y violencia institucionalizada, cuando el contraste de posibilidades y oportunidades es vergonzoso y siempre desfavorable para los más pequeños…, uno siente que está llamado -por dignidad humana y por locura evangélica- a ser solidario y a luchar por una comunión que libere a los pobres de todo tipo de carencias: económicas, afectivas, culturales… Uno siente que está llamado a colaborar para hacer de nuestras comunidades espacios donde los más débiles, pueden sentirse amados, acogidos, escuchados.

Uno descubre que no es lo mismo mirar el mundo desde un palacio que desde una choza. Y entonces recuerda, con ternura y sobresalto, desde donde lo miró Jesús, y se confirma en la certeza de que la sencillez, la cercanía y la entrega son el mejor y casi el único fundamento de credibilidad humana y evangélica.

Pero no es fácil. La experiencia nos dice que toda transformación que no pasa por el corazón, poco o nada transforma de verdad. Que los cambios radicales y profundos sólo se consolidan en la libertad.

Y que, con frecuencia, es preciso un largo proceso simultáneo de “tocar el mundo” y “tocar a Dios”. ¿Acaso no es eso ser contemplativo? Es entonces, cuando,  con agradecimiento y admiración,  uno se atreve a mirarse en el espejo claro del Carisma para intentar comprender qué quería decir Francisco Palau cuando dijo:

“IRÉ DONDE LA GLORIA DE DIOS ME LLAME”

  • Es lanzarse a aliviar sufrimiento y crear espacios en los que emerja la dignidad expoliada.
  • Es acoger, cuidar, crear dinámicas de dignificación personal, fomentar contextos en los que se pueda llegar a conseguir una promoción humana integral. Y donde no se pueda pronunciar la palabra “liberación”, siempre quedará el gesto.

DIOS MÍO, VEN EN MI AUXILIO… para llegar a entender vitalmente que el encuentro gratuito con el Señor es el espacio en el que se debe desarrollar nuestra eficacia liberadora.

La solidaridad y la comunión con los excluidos, ha de comenzar por asumir desde la ternura la propia precariedad. La oración solidaria nos lleva a descentrarnos, a salir de nuestra tierra, a salir de nuestros blindajes, y entonces, y sólo entonces, podré decir con pobreza “Iré donde la gloria de Dios me llame…”

“MÍRALE EN ESTE CUERPO QUE ES SU IGLESIA, LLAGADO Y CRUCIFICADO, INDIGENTE, PERSEGUIDO, DESPRECIADO Y BURLADO, Y BAJO ESTA CONSIDERACIÓN, OFRÉCETE A CUIDARLE Y PRESTARLE AQUELLOS SERVICIOS QUE ESTÉN EN TU MANO” (Francisco Palau, Carta 42).

CUIDAR DE JESÚS EN SU CUERPO SUFRIENTE QUE ES LA IGLESIA 

  • Cuerpo sufriente… el de la Fina, que protege a sus niños de la descarga agresiva de su marido y que después va repartiendo ánimo y echando una mano a quien la necesita…
  • Cuerpo sufriente… el de Roberto, maltratado por la vida, maltratado por la enfermedad del SIDA y, finalmente, acogido POR EL PADRE.
  • Cuerpo sufriente… el de Julián, que esconde su fracaso y su pena al verse en paro y sin posibilidades de ganarse el pan, con todo lo que a sus 50 años aún se siente capaz de hacer…
  • Cuerpo sufriente… el de Mary, que lucha a brazo partido por una rehabilitación demasiado difícil y costosa para su fuerza de voluntad, debilitada con tanta droga, tanto intento por recuperar la libertad y tanto fracaso…
  • Cuerpo sufriente… el de la joven piloto misionera Joyce Lin, víctima de un accidente aéreo en Indonesia mientras transportaba solidariamente suministros a aldeas remotas para aliviar la crisis por COVID, 19.

En definitiva, una llamada a revivir y personalizar la última experiencia de Francisco Palau: “SER EN LA IGLESIA Y PARA LA IGLESIA HIJO, ESPOSO, AMANTE, PADRE Y AMIGO”.

Por eso, abrirse al CARISMA PALAUTIANO con autenticidad y empeño, no es posible sin repetir, día a día, tal vez sin palabras, pero desde un corazón habitado por todos los hermanos:

DIOS MÍO, VEN EN MI AUXILIO… porque de otro modo sería imposible!

                                                                                               Francisca Mª  Esquius CM

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