De repente, iba Fray Juan de la Cruz y cogía un lapicerillo y tomaba en sus manos el papel que le había sobrado de cualquier negocio anterior. O una estampa. O una tarjetilla. Y escribía en el papel unas palabras. Y, escritas que eran, se las entregaba a modo de obsequio a cualquiera de sus almas más queridas: las de sus Carmelitas, las de sus novicios, las de sus estudiantes en Alcalá o en Baeza, las de sus monjas en Granada o Ávila o en Segovia. Y una vez recogió estas reliquias de su alma y las apuntó en un librillo que llamó ‘dichos de luz y amor’. Que es, sin duda posible, uno de los tesoros más augustos de la doctrina y sentimientos de aquel supremo escritor que fue Fray Juan de la Cruz. Ahora, nosotros, como quien sabe dónde puede buscar al mejor y más sutil Fray Juan de la Cruz, recurrimos a estos ‘dichos’ y los ponemos una vez más a la altura de nuestra urgencia de espíritu.
A la tarde te examinarán en el amor. Aprende a amar como Dios quiere ser amado y deja tu condición’(Fray Juan de la Cruz).
Nunca dijo Fray Juan aquello de que al atardecer de la vida íbamos a ser examinados en el amor. Por mucho que nos empeñemos y le cambiemos las palabras, lo más cierto es que a Fray Juan, como a los grandes poetas, jamás se le ocurrió fijarle tiempo al tiempo. Era demasiado sutil el hombre. Era muy fino su instinto lírico y llegaban muy lejos, tras las pistas de Dios, sus adivinaciones del misterio que Dios y el alma se traen entre sí. De manera que se contentó con hablar de la tarde, que es mucho más que el atardecer. Y no tocó para nada la cosa de la muerte porque siempre entendió Fray Juan que lo de acabarse era cosa con la que se podía jugar a otros versos y a otras exclamaciones, pero no se podía colocar la muerte en la frontera de Dios como si, hasta ese momento mismo de la muerte, ni Dios ni nadie fuera a examinar nuestras maneras de ser y de comprometernos.
El examen en el amor -dijo Fray Juan- se nos hará a la tarde. Pero la tarde es larga. La tarde no acaba con la vida. La tarde da entrada a la noche en que el alma -Fray Juan lo dijo- puede llegar a la suprema comunicación:
‘¡Oh noche que guiaste!.
iOh noche amable más
que la alborada!.
iOh noche que juntaste
Amado con amada
amada en el Amado transformada!.
Siempre se ha dicho que ante esta estrofa del ‘Cántico’ es posible que los lectores estemos ante la mejor estrofa de amor que se haya escrito nunca. Y sucederá todo eso en la noche, cuando se haya metido en oscuridad de amor la tarde en que de amor hemos sido examinados. Nada termina entonces, para Fray Juan, sino que todo empieza en ese momento en que el amor se os ha purificado porque nos lo han hecho pasar por el cedazo de la luz. El texto verdadero de Fray Juan habla del amor que continua, una vez purificado y no del amor que ha servido como ley indesbordable para montarnos el juicio.
Todo el ser de las criaturas, comparado con el infinito ser de Dios, nada es. Y, por tanto, el alma que en él pone su afición delante de Dios, también es nada y menos que nada. Porque el amor hace igualdad y semejanza y aun pone más bajo al que ama. Y, por tanto, en ninguna manera podrá esta alma unirse con el infinito ser de Dios porque lo que no es no puede convenir con lo que es’( Fray Juan de la Cruz).
Tremendo Fray Juan este Fray Juan a la hora de sacar con secuencias de unos planteamientos que ya sabe él que nadie le va a negar porque son de una evidencia arrolladora. Si alguien sacrifica lo que es -su inteligencia, sus deseos, sus tiempos y pasiones- en aras de algo o alguien que es inferior a él mismo, acaba por convertirse en una razón de ser que alimenta a la criatura inferior que así es ama da. Y por eso al hombre, si de verdad estima su dignidad de criatura sobre la que se ha volcado la concordia de Dios, lo que tiene que hacer es levantar la mira de su ar co. Porque ha de saber el hombre que mientras tenga así de baja su afición a las criaturas, jamás podrá llegar a la belleza transparente del Creador. Lo cual no deja de ser una pena lamentable y una renuncia a la mayor dignidad que al hombre puede caberle.
Toda la hermosura de las criaturas, comparada con la infinita hermosura de Dios, es suma fealdad. Y toda la gracia y donaire de las criaturas, comparada con la infinita gracia de Dios es suma desgracia y sumo desabrimiento. Y toda la bondad de las criaturas del mundo, comparada con la infinita bondad de Dios, se puede llamar malicia… Y toda la sabiduría del mundo y toda habilidad humana, comparadas con la sabiduría infinita de Dios son pura y suma ignorancia’( Fray Juan de la Cruz).
Amaba más que nadie todo lo que fuera creación de la belleza de la sabiduría de los hombres. Le encantaba andar las cosas de los hombres. A veces se encontraba entre ellas -entre las cosas- mucho mejor que como se encontraba a veces entre los hombres. Y estudiaba horas y horas. Y reflexionaba horas y horas. Y se iba por los bosques y se asomaba a los levantes de la aurora en las sierras de Granada. Y tomaba un carboncillo y pintaba cristos admirables. Y se ponía pinta de albañil y dedicaba horas y tiempos a levantar las paredes de su convento en Segovia. Y echaba una mano en la huerta.
Y escribía. Escribía siempre. Y afilaba sus versos hasta que le salían perfectos. Es decir: que amaba entrañablemente todo lo que en el hombre era reflejo de la belleza suprema que Dios en el hombre había situado. De manera que no era un bonzo cerril ni un negativo varón cristiano al que le molestaba cuanto en el hombre fuera progreso. Lo amaba tanto, que hasta lo comparaba con el progreso de Dios y con la sabiduría de Dios y con la hermosura de Dios mismo antes de crear hermosas a sus criaturas.
La afición y el asimiento que el alma tiene a la criatura, iguala ala misma alma con la criatura. Y cuanto mayor es la afición, tanto más la iguala y hace semejante porque el amor hace semejanza entre lo que ama y el amado… Y así, el que ama criatura, tan bajo se queda como aquella criatura y, en alguna manera, más bajo. Porque el amor no sólo iguala mas aun sujeta al amante a lo que ama. Y de aquí es que, por el mismo caso que el alma ama algo, se hace incapaz de la pura unión de Dios y su transformación. Porque mucho menos es capaz la bajeza de la criatura de la alteza del Criador, que las tinieblas lo son de la luz’( Fray Juan de la Cruz).
Bueno era Fray Juan como para dejar las cosas a medio hacer o como para permitir que se le escapan vivas las presas que acaba de sorprender. Sabe él que eso del amor es cosa transformante. Sabe él que nadie puede decir que ama a algo o alguien si previamente o se ha entregado por entero. Sabe él que el amor realiza semejanzas entre quienes se aman. Tanta semejanza que hay veces en que se llega a pensar con el pensamiento del otro y a sentir con el sentimiento del otro y a respirar con la respiración y el pasmo del otro.
De manera que, acordándose de lo que decía San Agustín, resulta que Fray Juan llega a la conclusión de que el amor que el alma tiene a la criatura acaba por convertir en criatura monda y lironda al alma que la ama con afición y as¡ miento. Y lo mismo -explica- sucede con el amor que el alma llega a tener a Dios: que se va convirtiendo en Dios a medida que ama. Y llega a pensar como piensa Dios y a sentir como siente Dios y a respirar con el ansia y pasión con que Dios respira. Advierte: que el alma, en tanto en cuanto ame la bajeza de la criatura, en eso mismo se irá alejando de la semejanza que debería tener con Dios.
El que quiere amar otra cosa juntamente con Dios, sin duda es tener en poco a Dios porque pone en una balanza con Dios lo que sumamente dista de Dios’ (Fray Juan de la Cruz)
Es inútil intentar escaparse de las garras amorosas de Fray Juan cuando se lo empieza a admitir como padre y maestro de espíritu. Ya sucedió esto a más de cuatro corazones que se fiaron de sus ritmos y de sus verdades cuando él andaba por tierras de Castilla o de Andalucía. Recuérdese aquella hermosa pasión con que Fray Juan casi le gritaba a un alma dirigida suya que había que estar dispuesta a dar por Cristo uno y otro pellejo. Porque, cuando se quiere cachivachear con Dios y jugar puerilmente al esto te doy si Tu me das lo otro o deja quejido en la suprema melodía que Je venía de dentro.
El lo había dejado escrito igual que si se tratara de un bando espiritual: que quiero dejar aquí este documento. Y lo dejó. Y decía en él lo que arriba hemos copiado ahora: que para eso crió Dios cuanta belleza hay y todas las músicas y todos los aromas y todos los sabios sabores. Y a ver quién puede decir después de esto que a Fray Juan no le iban los gustos de la tierra. Le iban tanto, que, hasta por el disfrute de ellos, llegaba a la noticia que de Dios le traían en su envoltura. Nadie amó tanto a las criaturas como este hombre que las encontró a todas vestidas con la hermosura del mismo Dios.
Procure siempre inclinarse no a lo más fácil, sino a lo más dificultoso. No a lo más sabroso sino a lo más desabrido. No a lo más gustoso sino antes a lo da que menos gusto. No a lo que es descanso, sino a lo trabajoso. No a lo que es consuelo, sino antes al desconsuelo. No a lo más, sino a lo menos. No a lo más alto y precioso, sino a lo más bajo y despreciado. No a lo que es querer algo, sino a no querer nada. No andar buscando lo mejor de las cosas temporales, sino lo peor. Y desear entrar en toda desnudez y vacío y pobreza por Cristo de todo cuanto hay en el mundo’ Fray Juan de la Cruz).
Debió ser escrito este texto de Fray Juan de la Cruz para que algún buen novicio de La Peñuela lo copiara y lo llevara en el pecho y lo repasara de vez en cuando para que las costumbres conventuales se le fueran acompasando a su dictado. 0 quizás se escribió este texto para alguna vaya a enterrar primero a mis muertos queridos o permite que reparta primero entre los parientes los muchos bienes que tengo y luego ya veremos a ver si vuelvo y te sigo, cuando se refugia uno en estas mentiras -‘niñerías’ dice Fray Juan- con las que podemos contentarnos a nosotros mismos, pero con las que ya sabemos que no le vamos a colar a Dios nuestros titubeos, entonces -dice Fray Juan estás poniendo en la balanza -en una misma balanza- lo que tiene peso distinto: Dios dista mucho de cualquier otra cosa que te dispongas a amar sin contar con ese amor de Dios que lo inunda todo. Un amor que no desparrama ni entorpece, sino que consagra y eterniza.
Quiero poner aquí un documento… Y es que todas las veces que, oyendo músicas u otras cosas y viendo cosas agradables y oliendo suaves olores y gustando algunos sabores y delicados toques, luego, al primer movimiento, se pone la noticia en Dios, dándole más gusto a aquella noticia que al motivo sensual que la causa, y no gusta de tal motivo sino por eso, es señal que saca provecho de lo dicho y que le ayuda lo tal sensitivo al espíritu. Y, en esta manera, se puede usar porque entonces sirven los sensibles al fin para que Dios los crió y dio: que es para ser por ellos más amado y conocido’( Fray Juan de la Cruz).
¡Ay, poeta Fray Juan de la Cruz, incorregible poeta nuestro!. ¡Ay Fray Juan de la Cruz de las músicas calladas y de las soledades sonoras y de las cenas que recrean y enamoran a los enamorados en la dulzura de las noches!. iAy el Fray Juan de la Cruz que salía a las alamedas a sor prender el silbo de los aires amorosos y a ver si el ciervo vulnerado asomaba ya por el horizonte de las amanecidas!.
Una vez, cuando casi se estaba muriendo, fue Fray Juan y dijo que sí, que le trajeran a los musiquillos de Úbeda que podrían armonizarle aquellos momentos finales de su existencia y cuando ya estaba ensayando los maitines que en aquella noche del 13 al 14 de diciembre pensaba cantar con los ángeles en el cielo. La musiquilla que dijo que dejara ya de sonar porque el alma se le había recogido
Una buena monja carmelita que quizás no sabía bien de qué manera se podía poner en línea de combate la batería de buenos consejos que Fray Juan debió susurrarle alguna vez en la rejilla del confesionario. El caso es que a Fray Juan, tan excelente pedagogo de su propia literatura espiritual, la cosa le salió redonda. Y la dejó ahí no sólo para novicios en ciernes de Carmelitas o para monjas de santidad refinada y poco menos que a flor de nieve. A ese Fray Juan así de inmediato y lineal lo entiende uno enseguida y se da cuenta uno, gracias a él, de que de lo que está hablando Fray Juan es de esa reprensión que de nuestros singulares egoísmos debemos hacer todos cuan tos nos queramos permitir en algún momento una cierta proclividad no ya a la perfección última que senos corona en el Reino de los Cielos, sino, incluso, al comportamiento educado, gentil, moderado en las ambiciones, elegante en sus maneras. Que si alguno se dedicara a estas sutilezas del espíritu en lugar de desmedirse en avaricias indecorosas, mejor aire nos correría a todos en nuestra parcela personal y en nuestra relación con las parcelas de los otros. Si es que admitimos que ‘los otros’ existen también y andan a nuestro lado.
Oh cristalina fuente… Llama cristalina a la fe. por dos cosas: la primera porque es de Cristo, su Esposo. Y la segunda porque tiene l as propiedades del cristal en ser pura en las verdades. Y fuerte. Y clara. Y limpia de errores y formas naturales. Y llámala fuente porque de ella le manan al alma las aguas de todos los bienes espirituales. De donde Cristo Nuestro Señor, hablando con la Samaritana, llamó fuente a la fe diciendo que en los que creyesen en El se haría una fuente cuya agua saltaría hasta la vida eterna. Y esta agua es el espíritu que habían de recibir de su fe los creyentes’ ( Fray Juan de la Cruz)
Se va Fray Juan de sus versos maravillosos a sus comentarios sabrosos y profundos. Canta en los versos la metáfora de la fe. Que es como una fuente. Una fuente que mana y corre aun que es de noche. Porque a Fray Juan, tras haber escrito en el ‘Cántico’ lo de la fuente cristalina, se le han quedado los labios como resecos aún y escasos de expresión. Vuelve, pues, a la fuente. Y le dedica uno de los poemas más encendidos y sutiles que se han podido escribir en lengua castellana.
Es ese poema que machaca con una adorable insistencia cuál es la condición de alma en que la ‘fonte’ comienza a manar. No es condición sumisa. No es condición exclusivamente receptora. Al revés: es condición de a ciegas, de noche profunda y de pasos inseguros. Porque todo el misterio de la fe sería imposible si, a la vez que mana la fuente, no fuera de noche en el alma que la recibe. De tal forma -dice Fray Juan- que, para que esta eterna fonte-fe llegue a manar en el alma y no sólo en el corazón del bosque -un bosque que bien puede ser Dios- lo que el alma tiene que hacer es aceptar su propia nocturnidad, sus tanteos, sus maneras siempre niñas y líricas de acercarse a la fuente.
Fray Juan lo sabe. Fray Juan ha vivido largas noches del sentido y del espíritu. Fray Juan le ha clamado muchas veces a la cristalina fuente-fonte que acabe de formar de repente y en sus semblantes plateados el rostro deseado que el alma tiene dibujado en las entrañas. Porque la fe, que es manantial que empieza a surgir en el corazón mismo de Dios para revelarnos de manera fuerte y limpia toda la verdad de lo que es El, también es la sencilla y dolorosa entrega que el hombre de fe hace de sí mismo para que, creyendo en El, comience a manar el agua que lo inunda todo, que lo fecunda todo, que va con sus ríos de agua hasta la vida eterna.
Eduardo T. Gil de Muro