A los hermanos y hermanas de la Provincia de Burgos, presentes en amplísima geografía: Bolivia, Uruguay, Paraguay, España, Tierra Santa, Roma, Argentina, Ecuador: ¡Feliz día de san Juan de la Cruz! ¡Feliz día de la Provincia de san Juan de la Cruz de Burgos!
Conscientes de haber recibido una preciosa invitación del apóstol Pablo (estad siempre alegres en el Señor; os lo repito, estad alegres), pero también sabedores/as de la dificultad de encontrar los pozos donde nace la verdadera alegría, vamos a san Juan de la Cruz, tan sensible al aspecto jubiloso de la vida, para hacerle preguntas básicas: ¿Cómo se aprende el arte de vivir? ¿Cuál es el camino que lleva a la felicidad?.
Sin pérdida de tiempo, nuestro Padre Juan de la Cruz nos abre al Misterio y nos convoca a la fiesta del Espíritu en la interioridad, lugar donde nos aguarda la Trinidad mostrando sus gracias y descubriéndonos sus riquezas de gloria, para que podamos admirar las fascinantes descripciones del hombre nuevo visto por dentro. Con el Espíritu entra la alegría en el ser humano, porque pone en su corazón más alegría que si abundara en trigo y en vino (Sal 4,8).
El Espíritu, que hizo que en el caos primero brotara, multicolor, el milagro de la vida, y que en los anocheceres más negros de la historia despierta los huesos secos para iniciar caminos de liberación, es capaz de entrar en todo cansancio y en todo límite para invitarnos a la alegría. El Espíritu es la alegría, y nosotros y nosotras, en el Espíritu, somos la alegría. Caminar en el Adviento de la vida es aprender a ser felices. Ninguna situación, por difícil que sea, nos puede impedir cantar, día tras día, el himno a la alegría, porque en viniendo la vida, no queda rastro de la muerte. La brisa y la materia (Lorca) andan ya juntas. Ya es posible el canta y camina, que dice san Agustín.
San Juan de la Cruz, hablando del Espíritu, habla de fiesta, de júbilo, de cantar nuevo. Su testimonio es impresionante por su belleza; incluso las palabras son alcanzadas por las músicas de Dios. En este estado de vida tan perfecta, siempre el alma anda interior y exteriormente como de fiesta, y trae con gran frecuencia en el paladar de su espíritu un júbilo de Dios grande, como un cantar nuevo, siempre nuevo, envuelto en alegría y amor en conocimiento de su feliz estado. Esto, que Dios ha preparado, es muchísimo más de lo que podríamos pensar, por eso nos brota el oh repetitivo, que da a entender del interior más de lo que se dice por la lengua.
Nuestro Santo Padre nos pone ante el misterio de la Encarnación, que alegró a tantos soñadores de las promesas de Dios, nos invita a la danza interminable en brazos de la Gracia, nos pide un intercambio de amor: darle a Dios nuestra total nada, limpia por la mirada embellecedora del Amado, y acoger su total Todo; el llanto del hombre en Dios y en el hombre la alegría, un trueque pone a la Madre en pasmo.
San Juan de la Cruz nos repatría a nuestra mejor verdad, ahí donde, en la gracia del Espíritu, se supera nuestra realidad y podemos amar por encima de lo que somos y tenemos; nos regala sus canciones, como el mejor desafío frente a todo pensamiento débil y desesperanzado. En Dios, todo es alegría, porque su mirar es amor que enamora, su noche es para darnos luz en todas las cosas, su llama de amor viva nos provoca a un canto inaplazable, oyéndose ya las alabanzas desde los fines de la tierra.
La respuesta a tanta gracia se nos asoma en la alegría. ¡Cuánta dignidad y belleza nos regala el Santo de Fontiveros, el que nunca perdió la alegría de los sueños! ¡Que grandeza la del ser humano para que Dios nos cuide con tanta ternura! Nadie es menos, nadie está fuera de la mesa donde se celebra el banquete de bodas. Y a cada uno y cada una nos parece que no tiene Dios otra en el mundo a quien regalar, ni otra cosa en que se emplear, sino que todo El es para ella sola. Cada uno de nosotros y de nosotras, si nos dejamos amar, podemos ser la alegría de Dios, porque el verdadero amante entonces está contento, cuando todo lo que él es en sí y vale y tiene y recibe lo emplea en el amado; y cuanto más en ello es, tanto más gusto recibe en darlo.
Con fina delicadeza, nos invita a mirar a María, la mujer que siempre se movió por el Espíritu Santo, la ‘Mater plena sanctae laetitiae’, la mujer del amor que cantó alborozada las maravillas de Dios, para que nos enseñe la perfecta alegría prometida a la Iglesia.
Que la fiesta de nuestro Santo Padre Juan de la Cruz, que es también la de nuestra Provincia de Burgos, nos ayude a vivir, a saborear y cantar la vida, la de cada día, la vida pequeñita y hermosa que Dios ha puesto al alcance de cada uno de nosotros y de nosotras. Que la alegría de Dios, a la que nos convoca san Juan de la Cruz, se nos meta en todas las rendijas, para que con el rostro descubierto reflejemos como en un espejo la gloria del Señor (2Cor 3,18). Un saludo cordial y entrañable de vuestro hermano Pedro, provincial.