Las Edades del Hombre 2015: Teresa de Jesús, Maestra de oración.
La experiencia orante de santa Teresa de Jesús es magisterio vivo para la Iglesia y para toda persona que busca a Dios en su corazón. La presente edición de «Las Edades del Hombre» está dedicada a santa Teresa de Jesús con motivo del V Centenario de su nacimiento en Ávila. De este modo, la Fundación Las Edades del Hombrey la orden del Carmelo Descalzo han preparado cuidadosamente esta edición en las ciudades de Ávila y Alba de Tormes. Los lugares donde nació a la vida terrena y a la vida eterna.
Bajo el título «Teresa de Jesús, maestra de oración» se ha marcado claramente el objetivo de la misma: resaltar el magisterio de santa Teresa en el campo de la oración y también en el de la vida.
Cuatro sedes repartidas entre Ávila y Alba nos ayudan a adentrarnos en la rica personalidad de Teresa. Tres iglesias en Ávila para recrear su historia de amor con Cristo. La primera de las sedes, el convento de Nuestra Señora de Gracia, lugar donde su padre la llevó como interna, expone el primer descubrimiento de su vocación y nos adentra en la orden del Carmen que ella va a escoger. Desde allí el recorrido continúa hasta la capilla de Mosén Rubí para analizar el contexto social, religioso y cultural en el que vivió la santa, la época del imperio hispano, la contrarreforma, las artes y América. Terminará con el inicio de la Reforma del Carmelo, la gran empresa de Teresa como fundadora en la Iglesia.
La iglesia de San Juan Bautista alberga el centro de la exposición: la humanidad de Cristo, clave de su vida de oración. Un camino por la infancia y la pasión de Cristo, su devoción mariana y josefina hasta llegar a la unión plena con Dios, el Éxtasis o la Transverberación.
La rica iconografía atesorada por los conventos de la orden y por las iglesias y catedrales españolas nos ayudará a poner imagen a esta experiencia orante de Teresa. Ella es mujer de oración ante la imagen de Cristo en infancia, en su Pasión o en su gloriosa Resurrección.
La histórica villa de Alba de Tormes, donde la santa entregó su alma al Señor en 1582, alberga la última de las sedes de ‘Las Edades’ en la basílica aún en construcción de la santa. Su fama de andariega como fundadora o su faceta de escritora hasta llegar a su muerte abren esta sección que desarrolla los procesos de beatificación y canonización así como el nacimiento de su iconografía, sin olvidarnos de su proyección en la Iglesia universal y en la sociedad española.
La obra de santa Teresa no ha terminado, sigue viva en sus herederos, en sus hijos e hijas carmelitas descalzos y descalzas repartidos por todo en el mundo, en todos los que se asoman a sus páginas para imitar su ejemplo, en la fuerza arrolladora de su extraordinaria personalidad.
«Las Edades» se abren a una dimensión más nacional en esta edición, más de doscientas obras procedentes de todos los rincones de la geografía española con un protagonismo de los conventos de la orden que ella fundó. Instituciones civiles, universidades, archivos o grandes museos nacionales se unen en esta muestra.
Numerosas obras salen de las clausuras descalzas por primera vez. Obras que van desde las primeras firmas del mejor arte como Zurbarán, Ribera, El Greco, Goya, Valdés Leal, Lucas Jordán, Martínez Montañés, Gregorio Fernández, Carmona o Salzillo, hasta una selección de piezas anónimas que tienen su maestría en su originalidad iconográfica. Una buena parte de ellas han sido restauradas por la Fundación en un esfuerzo meritorio por la conservación de nuestro patrimonio artístico y espiritual. Todo nos parecía poco para esta mujer santa, Teresa de Jesús. Comenzamos este itinerario teresiano.
Un modo nuevo
Teresa es maestra de oración, de un modo nuevo, arriesga y propondrá una relación con Dios diferente, un Dios muy «amigo de sus amigos»:
«Acordaos que hay pocas almas que le acompañen y le sigan en los trabajos; pasemos por Él algo, que Su Majestad os lo pagará. Y acordaos también qué de personas habrá que no solo quieran no estar con Él, sino que con descomedimiento le echen de sí; pues algo hemos de pasar para que entienda le tenemos deseo de ver. Y pues todo lo sufre y sufrirá por hallar sola un alma que le reciba y tenga en sí con amor, sea ésta la vuestra; porque a no haber ninguna, con razón no le consintiera quedar el Padre Eterno con nosotros; sino que es tan amigo de sus amigos y tan señor de sus siervos que, como ve la voluntad de su buen Hijo, no le quiere estorbar obra tan excelente y adonde tan cumplidamente muestra el amor que tiene a su Padre». (Camino de perfección 35,2).
Santa Teresa de Jesús tiene una palabra de autoridad en la Iglesia para enseñar sobre la oración. No fue fácil, pero ella inició un camino que hoy es senda de perfección para quien quiera encontrarse con Cristo. ¿Qué es lo que define la oración en Teresa?
Muchas son las influencias y los maestros que le marcaron en su vida de oración, pero solo ella supo darle forma para llegar a esa definición magistral sobre la oración: «Tratar de amistad, estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos nos ama» (Vida 8, 5).
En este proceso de oración hay que señalar la importancia que tiene en la obra de Teresa la Humanidad de Cristo:
«Puede representarse delante de Cristo y acostumbrarse a enamorarse mucho de su Sagrada Humanidad y traerle siempre consigo y hablar con Él, pedirle para sus necesidades y quejársele de sus trabajos […]. Es excelente manera de aprovechar y muy en breve; y quien trabajare a traer consigo esta preciosa compañía y se aprovechase mucho de ella y de veras cobrare amor a este Señor a quien tanto debemos, yo le doy por aprovechado (Vida 12,2).
La santa afirma la necesidad de meditar constantemente en los misterios de la humanidad de Cristo: sentirlo cerca, traer su compañía, gozar de su presencia. La debilidad del hombre necesita encontrar siempre en Cristo un eco a sus sentimientos, un amparo en sus miserias, porque
«es muy buen amigo Cristo, porque le miramos hombre y vémosle con flaquezas y trabajos, y es compañía» (Vida 22, 10).
Desde la cumbre de su experiencia espiritual, en Las Moradas, Teresa podrá acumular estos mismos argumentos y añadir nuevas experiencias, caracterizadas por una avalancha de gracias místicas de matiz cristológico; en la profundidad de las séptimas moradas, confiesa:
«Es muy continuo no se apartar de andar con Cristo nuestro Señor por una manera admirable, adonde divino y humano junto es siempre su compañía» (6 Moradas 7,9).
Teresa es constante. El alcance de esta tesis va más allá de la refutación de la opinión de los espirituales de su tiempo, supera tantas sutilezas para convertirse en una tesis de vida cristiana. Se trata de confirmar que el misterio de Cristo, Dios y Hombre, es el camino y la medida de toda vida espiritual:
«Porque si pierden la guía que es el buen Jesús, no acertarán el camino; porque el mismo Señor dice que es camino; también dice el Señor que es luz y que no puede ninguno ir al Padre sino por Él y quien me ve a mí ve a mi Padre» (6 Moradas 7,6).
Orar ante una imagen
La meditación continua en la Humanidad de Cristo desemboca en la contemplación de las imágenes de Jesús, como camino y método para una presencia continua de Cristo. La vida cotidiana de Teresa está marcada por las imágenes de Cristo en todos los momentos de su vida, porque no solo se dejó cautivar por la Infancia o la Pasión de Jesús, sino que cualquier momento narrado en los evangelios, en especial Jesús y la samaritana, será un manantial de oración para ella.
Esta humanidad de Cristo parte desde el misterio de la Encarnación, la Natividad. De ahí la presencia de este misterio en el Carmelo. La selección de obras de la infancia de Cristo enfatiza aún más el pensamiento teresiano y tiene una profunda huella en la plástica carmelitana. Por ello, es costumbre la presencia de tantas imágenes del Niño Jesús en las clausuras carmelitanas y tiene en Teresa parte de culpa, como El Peregrinito que la santa dejó en el Carmelo de Valladolid. Según la tradición del convento de las carmelitas descalzas vallisoletanas, la santa se lo regaló a la primera joven que profesó en el monasterio, la hermana Ana de san José. Esta hermana tenía costumbre de hablar con él, le preguntaba sus dudas, le contaba sus alegrías, y el Niño le respondía. Un día la hermana Ana se distrae en su trabajo, se enfrasca tanto en su quehacer que se distrae de la presencia de Dios. El Niño reclama su atención: «Ana, mira que me dejas solo».
La delicadeza de las monjas del Carmelo con el Niño se pone de manifiesto en las numerosas historias que cada convento atesora sobre las imágenes del Niño Jesús y las religiosas.
Cristo llagado atado a la columna
Teresa experimenta en su propia vida que la salvación nos viene de la entrega generosa de Cristo en la cruz. Al igual que las imágenes del Niño Jesús, las imágenes de la Pasión de Cristo forman parte esencial del universo teresiano veneradas por el Carmelo como reliquias de la Fundadora. Si hay un tema de la Pasión que llega al corazón de Teresa es el de Cristo llagado atado a la columna. La experiencia con Cristo atado a la columna es esencial en la conversión personal de Teresa:
«Pues tornando a lo que decía, de pensar a Cristo a la columna, es bueno discurrir un rato, y pensar las penas que allí tuvo, y por qué las tuvo, y quién es el que las tuvo, y el amor con que las pasó […]. Si pudiere, ocuparle en que mire que le mira, y le acompañe, y pida; humíllese, y regálase con él, y acuérdese que no merecía estar allí» (Vida 13,22).
En el convento de San José, en una de las ermitas de la huerta, después de una visión, santa Teresa mandará pintar al que llamará el Cristo de los lindos ojos, una imagen de Cristo atado a la columna. La santa nos cuenta:
«Fuime, estando así, a una ermita bien apartada, que las hay en este monasterio, y estando en una, adonde está Cristo a la columna, suplicándole me hiciese esta merced, oí que me hablaba una voz muy suave, como metida en un silbo. Yo me espelucé toda, que me hizo temor, y quisiera entender lo que me decía, mas no pude, que pasó muy en breve (Vida 39,3).
Isabel de santo Domingo declara, sin embargo, en los procesos, que la pintura del Cristo a la columna hizo pintar la Santa Madre en la dicha ermita después de haber tenido sobre ella muchas horas de oración e industriando a un muy buen pintor que lo pintaba en el modo como lo había de pintar […]. Acabado de pintar esta imagen, y llegando la Santa Madre a verla, se quedó arrobada delante del pintor sin poderlo impedir». Es la tradición que se ha conservado en el Carmelo.
En este punto no olvidamos un hecho trascendental, que su conversión personal tiene lugar ante una imagen de Cristo muy llagado. Es una cuaresma del año 1554, el Señor la sorprendió, ella estaba preparada:
«Pues ya andaba ya mi alma cansada y, aunque quería, no le dejaban descansar las ruines costumbres que tenía. Acaecióme que, entrando un día en el oratorio, vi una imagen que habían traído allí a guardar, que se había buscado para cierta fiesta que se hacía en casa. Era de Cristo muy llagado y tan devota que, en mirándola, toda me turbó de verle tal, porque representaba bien lo que pasó por nosotros» (Vida 9, 1).
Es el tema estrella en la iconografía pasionista de Teresa, como lo vemos en la pintura de Cubillas de Cerrato (Palencia). Fue el mismo tema que se encargó a Gregorio Fernández para la Casa Natal en Ávila, luego separado. Nos quedamos admirados ante la belleza del Cristo atado a la columna que Fernández talla para las madres de Calahorra.
El Crucificado
Como hito central, el Crucificado, el anonadamiento del Verbo, su silencio como cordero manso. Imitación para el cristiano según Teresa:
«¿Qué poseísteis, Señor mío, sino trabajos y dolores y deshonras, y aun no tuvisteis sino un madero en que pasar el trabajoso trago de la muerte? En fi, Dios mío, que los que quisiéremos ser vuestros hijos verdaderos y no renunciar la herencia, no nos conviene huir del padecer» (Fundaciones 10,11).
Esta devoción ha propiciado que el Carmelo haya creado algunas de las joyas de la imaginería española debidas a Montañés, Juan de Juni, Pereira o Gregorio Fernández.
Mirando al cielo, con grito desgarrador, ha captado Juan de Juni al prodigioso Crucificado del claustro de las madres de Valladolid.
Como el Cordero humilde, reclinada su cabeza en el pecho, justo cuando acaba de entregar su espíritu, ha quedado plasmado en el último de los crucificadosque tallara Montañés, en torno a 1617, para los frailes descalzos del colegio del Santo Ángel de Sevilla, y que es el culmen de su maestría y del clasicismo. Cuenta la tradición conventual que el célebre escultor lo regaló a la comunidad de frailes por las numerosas obras de caridad que hacían con los pobres, llamándose Cristo «de la sopa de los pobres».
Los tránsitos, las celdas, los claustros, el refectorio, todo estará presidido por la cruz, la bandera de la humildad:
«Pues tornando a lo que decía, gran fundamento es el comenzar con determinación de llevar camino de cruz desde el principio y no los desear, pues el mismo Señor mostró este camino de perfección diciendo: Toma tu cruz y sígueme (…) Los contemplativos han de llevar levantada la bandera de la humildad y sufrir cuantos golpes les dieren sin dar ninguno; porque su oficio es padecer como Cristo, llevar en alto la cruz, no la dejar de las manos por peligros en que se vean, ni que vean en él la flaqueza en padecer» (Vida 15, 13).
El Resucitado
La fe de Teresa en la Humanidad de Cristo adquiere su plenitud en la experiencia crucial de Cristo vivo y resucitado. Dejemos que la santa nos lo recuerde:
«Si estáis alegre, miradle resucitado; que solo imaginar cómo salió del sepulcro os alegrará. Mas ¡con qué claridad y con qué hermosura! ¡Con qué majestad, qué victorioso, qué alegre!» (Camino de perfección 26, 4).
No hay belleza más sublime que la del más bello de entre los hijos de los hombres, resucitado y victorioso:
«¡Oh Emperador nuestro, sumo poder, suma bondad, la misma sabiduría, sin principio, sin fin, sin haber término en vuestras obras, son infinitas, sin poderse comprender, una hermosura que tiene en sí todas las hermosuras, la misma fortaleza!» (Camino de perfección 22,6).
Cuántas pinturas en las que Teresa recibe la visita del resucitado, nunca falta en los ciclos dedicados a la santa.
Amor en la Eucaristía
La Eucaristía se revela como la síntesis de los misterios salvadores de Cristo: presencia real y verdadera de Cristo glorioso, sacrificio de Cristo y de la Iglesia, comunión de vida gloriosa:
«Viene a veces con tan grande majestad que no hay quien pueda dudar sino que es el mismo Señor, en especial en acabando de comulgar, que lo sabemos que está allí, que nos lo dice la fe. Representase tan Señor de aquella posada, que parece, toda deshecha el alma, se ve consumir en Cristo» (Vida 28,8).
Otro día revive la experiencia de las llagas de la Resurrección:
«Después de comulgar me parece clarísimamente se sentó cabe mí nuestro Señor y comenzóme a consolar con grandes regalos, y díjome entre otras cosas: Vesme aquí, hija, que soy yo; muestra tus manos; y parecíame que me las tomaba y llegaba a su costado, y dijo: Mira mis llagas; no estás sin Mí, pasa la brevedad de la vida» (Cuentas de conciencia 13,10).
Para ella, que revive cada escena evangélica, Jesús actúa a través de la Eucaristía como lo hacía en los tiempos en los que andaba por los caminos de Galilea:
«Pues, si cuando andaba en el mundo, de solo tocar sus ropas sanaba los enfermos, ¿qué hay que dudar que hará milagros estando tan dentro de mí, si tenemos fe, y nos dará lo que le pidiéremos, pues está en nuestra casa? Y no suele su Majestad pagar mal la posada, si le hacen buen hospedaje» (Camino de perfección 34,8).
Se le erizan los cabellos con solo pensar en la humillación de su Majestad en la Eucaristía:
«Cuando yo me llegaba a comulgar y me acordaba de aquella Majestad grandísima que había visto, y miraba que era el que estaba en el Santísimo Sacramento (y muchas veces quiere el Señor que le vea en la Hostia), los cabellos se me espeluzaban, y toda me parecía se aniquilaba. ¡Oh, Señor mío! Mas si no encubriérais vuestra grandeza, ¿quién osara llegar tantas veces a juntar cosa tan sucia y miserable con tan gran Majestad? Bendito seáis, Señor» (Vida38,19).
Junto a Teresa
Es Cristo el protagonista en la vida de santa Teresa:
«Parecíame andar siempre a mi lado Jesucristo […]; estar siempre a mi lado derecho sentíalo muy claro y que era testigo de todo lo que yo hacía (Vida 27, 2).
Lo mismo que lo fue para Teresa, así quedó en el Carmelo:
«De ver a Cristo, me quedó imprimida su grandísima hermosura y la tengo hoy día, porque para esto bastaba sola una vez ¡cuánto más tantas como el Señor me hace esta merced!» (Vida 37,4).
El culmen es Cristo coronando a Teresa. Cristo es el amigo verdadero:
«Con tan buen amigo todo se puede sufrir, es ayuda y da esfuerzo, nunca falta, es amigo verdadero» (Vida 22,6).
Que la visita a las Edades del Hombre haga en nosotros el mismo efecto que la Imagen de Cristo hizo en la vida de Teresa hasta llegar a que esa Imagen quede imprimida en el alma de tal manera que no se pueda nunca borrar.
P. Juan Dobado Fernández, OCD
Comisario de las Edades del Hombre 2015
Artículo publicado en la Revista ORAR, 256,
Orar como Teresa ante la imagen de Cristo from CIPE. El Carmelo