Poesía a nuestra madre Teresa de Jesús

Aprendió sin malicia, reparte sin envidia.

Sin estudios, es fuente de vida en medio de los pueblos.

El Espíritu hizo de ella una mujer enamorada de Jesús.

Sentada con nosotros, comparte las preguntas, los hallazgos, la sed del agua viva.

Compañera de camino, amiga, cómplice de una historia de amor.

Todo en Ella suena a frescura de huerto regado, suena a Dios.

Ella es Teresa de Jesús. Él es Jesús de Teresa.

Leerla a Ella es leerle a Él. Estar con Ella, estar con Él.

 

«Todo nuestro bien consiste en aprender a recibir».

Eso hizo Ella a lo largo del camino: abrir las manos para recibir la fe.

Hasta de una hormiga recibía lecciones para amar.

En los pobres y pequeños se dejó enseñar por el Espíritu.

Esta humildad para recibir, la acompañó siempre.

Vio a Dios como el Amigo de dar si encuentra quien le reciba.

Su verdad fue su pobreza besada por el Amor.

 

«Adonde hay virtud de raíz, hacen poco las ocasiones»

Manos sobre el pecho, para empujar lo que vale a las raíces.

Virtudes grandes, metidas de lleno en el hondón del alma.

Virtudes encontradas, compartidas, celebradas, confesadas.

Verdad, libertad, amor, determinada determinación para andar.

Las dificultades son «cosillas» si la virtud está metida en los adentros.

Cuando el miedo llama a la puerta y sale la fe a abrir, ya no hay nadie.

 

«Vuestra soy, para Vos nací. ¿Qué mandáis hacer de mí?

Manos abiertas, disponibles como las de María, para decir: Aquí me tienes.

Dios nos conoce mejor, eso está claro; nos ama mucho más.

Él es el origen, es la meta. Él marca los caminos.

«Hágase tu voluntad», es la respuesta al Dios que se hace peregrino.

Ser de Él, nacer para Él, seguir las huellas que Él dejó sobre la arena.

Amén, amén, amén. Con alegría.

 

«Si vieres loar mucho a una persona te alegres mucho más que si te loasen a ti»

Mirar al Amor en los rostros en que ha dejado pintada su figura.

Compartir con los pobres el pan y la ternura.

¿Cómo es posible que en esto esté la unión con Dios?

¿Acaso no son solo para Jesús los ojos de la esposa?

La fe en familia, los dones en la mesa, todo de todos.

Las manos unidas a otras manos para cantar al que hace maravillas.

 

«Deo gracias»

El último suspiro de la noche es luz de fe, es alegría.

Nada puede terminar de otra manera: ninguna crisis, ni dolor, ni desespero.

El Espíritu se encarga que así sea.

¿Qué tales habremos de ser?: Una alabanza.

Las manos de todos levantadas ya lo dicen:

Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu.

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