Primera forma de regar el huerto

LIBRO DE LA VIDA: Capítulos 11-12-13

Primer grado de oración

Dejábamos a Teresa con el deseo de anonimato para su relato. Recordad el poco éxito que tuvieron sus recomendaciones. Ahora introduce, del capítulo 11 al 22, un tratadillo para hablar de los cuatro grados de oración. En el relato se mezcla los momentos orantes, los datos autobiográficos, el deseo de enseñar, una cierta polémica con las opiniones que había en el ambiente. En esta escuela trataremos del primer grado de oración. Veamos el esquema de los tres capítulos.

1.- Un pórtico precioso

La dignidad de ser orante. Ser orante es una gran dignidad. Conviene saberlo. Ser orantes es «ser siervos del amor». Quien comienza a orar comienza algo muy importante. Es como quien encuentra una perla preciosa. No concibe Teresa comenzar una cosa con poco entusiasmo. ¡La oración es algo grande! «Es una dignidad tan grande, que me regalo extrañamente en pensar en ella» (V 11,1).

Una dignidad que empeña a toda la persona. Orar, es por lo tanto, determinarse a amar, iniciar un camino hacia el amor. Orar es cuestión de amor, no conviene olvidar esto. La oración no es una técnica, sino una experiencia de amor.

Comienza la Santa con una pregunta al Señor: «¡Oh Señor de mi alma y bien mío! ¿Por qué no quisisteis que en determinándose un alma a amaros, con hacer lo que puede en dejarlo todo para mejor se emplear en este amor de Dios, luego gozase de subir a tener este amor perfecto?» (V 11,1). Y responde: Porque «no queremos nosotros; pues toda la falta nuestra es» (V 11,1). ¿Por qué? Porque «somos tan caros y tan tardíos de darnos del todo a Dios, que, como Su Majestad no quiere gocemos de cosa tan preciosa sin gran precio, no acabamos de disponernos» (V 11,1).

El amor es un don, de acuerdo, porque no hay en la tierra nada con que se lo pueda comprar (eco del Cantar de los Cantares: «Si alguien ofreciera todos los haberes de su casa por el amor, se granjearía desprecio», Cant 8,7).

«Si hiciésemos lo que podemos… muy en breve se nos daría este bien» (V 11,2). Pero «parécenos que lo damos todo, y es que ofrecemos a Dios la renta o los frutos y quedámonos con la raíz y posesión» (V 11,2). E ironiza: «¡Donosa manera de buscar amor de Dios! Y luego le queremos a manos llenas, a manera de decir» (V 11,3). «Así que, porque no se acaba de dar junto, no se nos da por junto este tesoro» (V 11,3). Nosotros diríamos: ¡Bonita manera de buscar amor de Dios!

Se requiere determinación para no emprender el camino a medias. Esta es la mayor dificultad en los comienzos. «Harto gran misericordia hace a quien da gracia y ánimo para determinarse a procurar con todas sus fuerzas este bien. Porque, si persevera, no se niega Dios a nadie» (V 11,4). ¿Por qué se necesita tanto ánimo? Porque hay muchas dificultades y peligros y dan ganas de volverse atrás (cf V11,4). En afrontar estas dificultades está el trabajo. El que ora con determinación no va sola, «siempre lleva mucha gente tras sí. Como a buen capitán, le da Dios quien vaya en su compañía» (V 11,5). Es lo que dice la Esposa en los Cantares 1,4: «Atráeme y correremos juntos»

2.- El símil del huerto. Primera forma de regar el huerto

El agua es un tema recurrente en la Escritura -recordemos el salmo 1 que contrapone el cardo en la estepa con el árbol plantado junto a la acequia-. Para Teresa, el agua es una experiencia muy fuerte, humana y espiritualmente.

(Se hace presente el símbolo del agua mientras se escucha la canción: Dame de beber)

Teresa, amiga de comparaciones, compara la vida de la persona con un huerto que hay que regar. Se puede regar de cuatro maneras: sacando agua del pozo, con noria y arcaduces, de una acequia, por medio de la lluvia. Cuatro modos de regar el huerto que corresponden a cuatro grados de oración para llegar al amor. Todo lo ha vivido Teresa por experiencia.

Primer grado: sacar agua del pozo. Es la oración de los principiantes. Hay muchos trabajos. ¿Por qué? «Han de cansarse en recoger los sentidos, que, como están acostumbrados a andar derramados, es harto trabajo» (V 11,9). En concreto, interiorizar los sentidos, o sea, ejercitarse en cosas que no son fáciles:

  • «irse acostumbrando a no se les dar nada de ver ni oír»
  • «Estar en soledad»
  • «Pensar su vida pasada»
  • «No acaban de entender que se arrepienten de los pecados»
  • «procurar tratar de la vida de Cristo». «Porque en pensar y escudriñar lo que el Señor pasó por nosotros, muévenos a compasión, y es sabrosa esta pena y las lágrimas que proceden de aquí. Y de pensar la gloria que esperamos y el amor que el Señor nos tuvo y su resurrección, muévenos a gozo» (V 12,1).
  • «y cánsase el entendimiento en esto» (V 11,9). Pensar y amar, esa es la tarea.

¿Qué hacer si aparece la sequedad? «Y así se determine, aunque para toda la vida le dure esta sequedad, no dejar a Cristo caer con la cruz. Tiempo vendrá que se lo pague por junto. No haya miedo que se pierda el trabajo. A buen amo sirve. Mirándole está. No haga caso de malos pensamientos» (V 11,10). Con la certeza de que «no deja Dios sin gran premio, aun en esta vida» (V 11,11). «Alabad por ello a Su Majestad y fiad de su bondad, que nunca faltó a sus amigos… Guíe Su Majestad por donde quisiere» (V 11,12).

¿Por qué se comporta Dios de esa manera? «Para probar a sus amadores y saber si podrán beber el cáliz y ayudarle a llevar la cruz, antes que ponga en ellos grandes tesoros» (V 11,11). «Creo nos quiere Su Majestad llevar por aquí, para que entendamos bien lo poco que somos; porque son de tan gran dignidad las mercedes de después, que quiere por experiencia veamos antes nuestra miseria primero que nos las dé» (V 11,11). Esta pobreza es un muro protector contra toda vanidad.

Teresa deja bien claras las cosas: «No está el amor de Dios en tener lágrimas, ni en estos gustos y ternura… sino en servir con justicia y fortaleza de ánima y humildad» (V 11,13). «Importa mucho que de sequedades ni de inquietud y distraimiento en los pensamientos nadie se apriete ni aflija. Si quiere ganar libertad de espíritu y no andar siempre atribulado, comience a no se espantar de la cruz, y verá cómo se la ayuda también a llevar el Señor y con el contento que anda y el provecho que saca de todo. Porque ya se ve que, si el pozo no mana, que nosotros no podemos poner el agua» (V 11,17). Querer estar con el Señor y amarle es lo que vale. Eso es ya «recibir, más me parece a mí eso, que no dar nosotros nada» (V 11,13).

La oración preciosa que le brota:

«Haced vos, Señor, lo que quisiereis.

No os ofenda yo.

No se pierdan las virtudes, si alguna me habéis ya dado por sola vuestra bondad.

Padecer quiero, Señor, pues Vos padecísteis.

Cúmplase en mí de todas maneras vuestra voluntad.

Y no plega a Vuestra Majestad que cosa de tanto precio como vuestro amor

se dé a gente que sirve solo por gustos» (V 11,12).

Resumiendo:

Si vienen lágrimas, bien. Si viene gozo, bien. Pero nada de buscarlo artificialmente, a base de estrategias nuestras. No subamos si El no nos sube. No se puede «merecer ni ganar si no la da Dios» (V 12,1) y «estále muy bien a un alma que no la ha subido de aquí, no procurar subir ella» (V 12,1). «Presumir ni pensar de suspenderle nosotros, es lo que digo no se haga, ni se deje de obrar con él, porque nos quedaremos bobos y fríos, y ni haremos lo uno ni lo otro… Ocupar las potencias del alma y pensar hacerlas estar quedas, es desatino» (V 12,5).

Porque «todo va fundado en humildad» (V 12,3) y «Dios hace demasiado, según somos, en allegarnos cerca de Sí» (V 12,4). «Porque esto tiene excelente esta virtud (la humildad), que no hay obra a quien ella acompañe, que deje el alma disgustada» (V 12,5).

A nosotros nos toca «determinarnos a hacer mucho por Dios y despertar el amor» (V 12,2), «cobrar amor a este Señor a quien tanto debemos» (V 12,2). A nosotros nos toca trabajar por traer esta preciosa compañía de Cristo. De nuevo recalca su estilo de orar, que consiste en orientar a la persona hacia Cristo y relacionarse con Él.

«Puede representarse delante de Cristo

y acostumbrarse a enamorarse mucho de su sagrada Humanidad

y traerle siempre consigo

y hablar con él,

pedirle para sus necesidades

y quejársele de sus trabajos,

alegrarse con él en sus contentos

y no olvidarle por ellos,

sin procurar oraciones compuestas,

sino palabras conforme a sus deseos y necesidad» (V 12,2).

3.- Consejos orientadores para algunas tentaciones en esta etapa

«Procúrese a los principios andar con alegría y libertad» (V 13,1). La libertad es fundamental para la oración. La libertad y la alegría. «Para esperar se requiere mucha alegría» (Péguy).

«Tener gran confianza, porque conviene no apocar los deseos, sino creer de Dios… que podemos llegar a lo que muchos santos con su favor» (V 13,2). Frase para enmarcar: «Quiere Su Majestad y es amigo de ánimas animosas» (V 13,2). «Espántame lo mucho que hace en este camino animarse a grandes cosas» (V 13,2). «Estas primeras determinaciones son gran cosa» (V 13,3).

Contar con buenos maestros. Teresa es contraria al aislamiento en la oración. Necesitamos quien nos dé luz. «Porque espíritu que no vaya comenzado en verdad yo más le querría sin oración… De devociones a bobas nos libre Dios» (V 13,16). «Mas han de mirar que sea tal, que no los enseñe a ser sapos, ni que se contente con que se muestre el alma a solo cazar lagartijas» (V 13,3). «creo si hubiera quien me sacara a volar, más me hubiera puesto en que estos deseos fueran con obra… Porque el Señor nunca falta ni queda por El; nosotros somos los faltos y miserables» (V 13,6). Y le brota una sentida oración por ellos: «¡Bendito seáis vos, Señor, que tan inhábil y sin provecho me hicisteis! Mas aláboos, muy mucho, porque despertáis a tantos que nos despierten. Había de ser muy continua nuestra oración por estos que nos dan luz. ¿Qué seríamos sin ellos entre tan grandes tempestades como ahora tiene la Iglesia? Si algunos ha habido ruines, más resplandecerán los buenos. Plega al Señor los tenga de su mano y los ayude para que nos ayuden, amén» (V 13,21).

Entender bien lo que es la verdadera humildad. «¡Siempre la humildad delante, para entender que no han de venir estas fuerzas de las nuestras!» (V 13,3). «El demonio hace mucho daño para no ir muy adelante gente que tiene oración, con hacerlos entender mal de la humildad, haciendo que nos parezca soberbia tener grandes deseos y querer imitar a los santos y desear ser mártires. Luego nos dice o hace entender que las cosas de los santos son para admirar, mas no para hacerlas los que somos pecadores» (V 13,4).

Imitar a los santos para no caminar a «paso de gallina» (V 13,5) Cuando la tentación te quiere convencer de tu incapacidad. ¡Podemos! No tener miedo. Teresa apela a su propia experiencia. «Como soy tan enferma, hasta que me determiné en no hacer caso del cuerpo ni de la salud, siempre estuve atada, sin valer nada… después que no estoy tan mirada y regalada, tengo mucha más salud» (V 13,7). «Así que va mucho a los principios de comenzar oración a no amilanar los pensamientos» (V 13,7).

«Otra tentación es luego muy ordinaria, que es desear que todos sean muy espirituales» (V 13,8). Aconseja la Santa: «Porque lo más que hemos de procurar al principio es solo tener cuidado de sí sola, y hacer cuenta que no hay en la tierra sino Dios y ella» (V 13,9).

«Da otra tentación de pena de los pecados y faltas que ven en los otros» (V 13,10). Esto inquieta mucho e impide la oración. Teresa le da la vuelta y hace una propuesta elegante: «Pues procuremos siempre mirar las virtudes y cosas buenas que viéremos en los otros, y tapar sus defectos con nuestros grandes pecados… es tener a todos por mejores que nosotros» (V 13,10).

«Miren también este aviso los que discurren mucho con el entendimiento… que no se les vaya todo el tiempo en esto… que ha de haber día de domingo» (V 13,11). Aunque el propio conocimiento «es el pan con que todos los manjares se han de comer… su Majestad sabe mejor que nosotros de lo que nos conviene comer» (V 13,15). Y de nuevo recoge su estilo de orar:

«Se representen delante de Cristo,

y sin cansancio del entendimiento

se estén hablando y regalando con El,

sin cansarse en componer razones,

sino presentar necesidades

y la razón que tiene para no nos sufrir allí:

lo uno un tiempo, y lo otro otro,

porque no se canse el alma de comer siempre un manjar» (V 13,11).

«Pues tornando a lo que decía de pensar a Cristo a la columna,

es bueno discurrir un rato y pensar las penas que allí tuvo

y por qué las tuvo y quién es el que las tuvo

y el amor con que las pasó.

Mas que no se canse siempre en andar a buscar esto,

sino que se esté allí con el, acallado el entendimiento.

Si pudiera, ocuparle en que mire que le mira,

y le acompañe y hable y pida y se humille y regale con él,

y acuerde que no merecía estar allí» (V 13,22).

«Hay muchos caminos» (V 13,13). Pero «no dejando la Pasión y vida de Cristo, que es de donde nos ha venido y viene todo el bien» (V 13,13).

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