Fundaciones (15-16): Fundación en Toledo

TOLEDO

«Estaba en la ciudad de Toledo un hombre honrado y siervo de Dios, mercader, el cual nunca se quiso casar» (F 15,31). Así empieza Teresa el relato de la fundación.

UNA FORMA CREATIVA DE MIRAR

Uno de los frutos que concede el Espíritu a los orantes es la mirada buena hacia todos. La forma de mirar a los otros es un elemento de discernimiento oracional. La Madre Teresa es un ejemplo. En su forma de mirar, recoge la mirada creativa del Padre («vio Dios cuanto había hecho, y todo estaba muy bien» (Gn 1,31) y la mirada embellecedora de Jesús («y yéndolos mirando, con sola su figura, vestidos los dejó de hermosura»). Espigamos algunos de los retratos que hace en este capítulo.

Martín Ramírez, el mercader de Toledo: «Hombre honrado y siervo de Dios… hacía una vida como muy católico, hombre de gran verdad y honestidad, Con trato lícito allegaba su hacienda con intento de hacer de ella una obra que fuese muy agradable al Señor» (F 15,1).

«Un padre de la Compañía, llamado Pablo Hernández, … el cual tenía mucho deseo de que se hiciese un monasterio de éstos en este lugar, fuele a hablar (al anterior) y díjole el servicio que sería de nuestro Señor tan grande» (F 15,1).

Alonso Álvarez Ramírez, «hombre harto discreto y temeroso de Dios y de mucha verdad y limosnero y llegado a toda razón, que de él, que le he tratado mucho, como testigo de vista, puedo decir esto con gran verdad» (F 15,2).

«La señora doña Luisa, que es … la fundadora de Malagón. Fui recibida con gran alegría, porque es mucho lo que me quiere» (F 15,3).

Las monjas que van con ella: «Llevaba dos compañeras de San José de Ávila, harto siervas de Dios» (F 15,3).

«Diego Ortiz, que era, aunque muy bueno y teólogo, más entero en su parecer que Alonso Álvarez; no se ponía tan presto en la razón» (F 15,4).

«Un caballero… llamado don Pedro Manrique, hijo del Adelantado de Castilla: era muy siervo de Dios, y lo es, que aún es vivo, … era mucha cosa en este lugar, porque tiene mucho entendimiento y valor» (F 15,4).

Alonso de Ávila, otro «mercader, amigo mío, del mismo lugar, que nunca se ha querido casar, ni entiende sino en hacer buenas obras con los presos de la cárcel, y otras muchas obras buenas que hace» (F15,6).

Un fraile francisco. «llamado fray Martín de la Cruz, muy santo. Estuvo algunos días y cuando se fue, envióme un mancebo que él confesaba» (F 15,6).

El mancebo «llamado Andrada, nonada rico, sino harto pobre, a quien él (el franciscano) rogó hiciese todo lo que yo le dijese. El, estando un día en una iglesia en misa, me fue a hablar y a decir lo que le había dicho aquel bendito, y que estuviese cierta que en todo lo que él podía que lo haría por mí, aunque sólo con su persona podía ayudarnos. Yo se lo agradecí, y me cayó harto en gracia y a mis compañeras más ver el ayuda que el santo nos enviaba, porque su traje no era para tratar con Descalzas» (F 15,6).

«LAS TRAZAS DE DIOS» (F 15,8)

Para la Madre Teresa el protagonista principal de esta historia fundacional es el Señor. «Es el Señor quien lo ha hecho. Ha sido un milagro patente» (Sal 117). Y el Señor tiene sus trazas que no son las nuestras (cf Is 55,8). «Muchas veces, cuando considero en esta fundación, me espantan las trazas de Dios» (F 15,8).

Determinación. Al mercader que le iba a ayudar, le da el mal de la muerte. Al hermano de éste, le sale un yerno un tanto complicado y «comenzáronme a pedir muchas condiciones, que yo no me parecía convenía otorgar… vinimos a desconcertarnos del todo» (F 15,4). Ni el Gobernador ni el Consejo dan elbrazo a torcer a pesar de que son muchos los que interceden a favor de la fundación. Y aquí viene la determinación. «Yo no sabía qué me hacer, porque no había venido a otra cosa y veía que había de ser mucha nota irme sin fundar… Y así me determiné de hablar al Gobernador, y fuime a una iglesia que está junto con su casa y enviéle a suplicar que tuviese por bien de hablarme. Había ya más de dos meses que se andaba en procurarlo y cada día era peor. Como me vi con él, díjele que era recia cosa que hubiese mujeres que querían vivir en tanto rigor y perfección y encerramiento, y que los que no pasaban nada de esto, sino que se estaban en regalos, quisiesen estorbar obras de tanto servicio de nuestro Señor. Estas y otras hartas cosas le dije con una determinación grande que me daba el Señor. De manera le movió el corazón, que antes que me quitase de con él, me dio la licencia» (F 15,5). «Yo me fui muy contenta, que me parecía ya lo tenía todo, sin tener nada» (F 15,6). De hecho, solo tiene tres o cuatro ducados, «con que compré dos lienzos (porque ninguna cosa tenía de imagen para poner en el altar) y dos jergones y una manta. De casa no había memoria» (F 15,6).

Aquí hay un mancebo pobre. El corazón del relato. «Acordóseme del mancebo que me había enviado fray Martín de la Cruz y díjelo a mis compañeras. Ellas se rieron mucho de mí y dijeron que no hiciese tal, que no serviría de más de descubrirlo. Yo no las quise oír, que, por ser enviado de aquel siervo de Dios, confiaba había de hacer algo y que no había sido sin misterio. Y así le envié a llamar y le conté con todo el secreto que yo le pude encargar, lo que pasaba, y que para este fin le rogaba me buscase una casa, que yo daría fiador para el alquiler… A él se le hizo muy fácil y me dijo que la buscaría. Luego, otro día de mañana, estando en misa en la Compañía de Jesús, me vino a hablar y dijo que ya tenía la casa, que allí traía las llaves, que cerca estaba, que la fuésemos a ver, y así lo hicimos; y era tan buena, que estuvimos en ella un año casi» (F 15,7). Y la Madre Teresa se queda admirada de las trazas de Dios: «que había casi tres meses al menos más de dos, que no me acuerdo bien que habían andado dando vuelta a Toledo para buscarla personas tan ricas y, como si no hubiera casas en él, nunca la pudieron hallar, y vino luego este mancebo, que no lo era, sino harto pobre, y quiere el Señor que luego la halla; y que pudiéndose fundar sin trabajo estando concertada con Alonso Álvarez, que no lo estuviese, sino bien fuera de serlo, para que fuese la fundación con pobreza y trabajo» (F 15,8).

«Pues como nos contentó la casa, luego di orden para que se tomase la posesión antes que en ella se hiciese ninguna cosa, porque no hubiese algún estorbo; y bien en breve me vino a decir el dicho Andrada que aquel día se desembarazaba la casa, que llevásemos nuestro ajuar. Yo le dije que poco había que hacer, que ninguna cosa teníamos sino dos jergones y una manta. El se debía espantar. A mis compañeras les pesó de que se lo dije, y me dijeron que cómo lo había dicho, que de que nos viese tan pobres no nos querría ayudar. Yo no advertí en eso y a él le hizo poco al caso; porque quien le daba aquella voluntad, había de llevarla adelante hasta hacer su obra; y es así que con la que él anduvo en acomodar la casa y traer oficiales, no me parece le hacíamos ventaja.» (F 15,9).

Así, en secreto, a boca de noche, con una campanilla, con harto miedo, toda la noche aliñándolo, buscando aderezos prestados para decir la misa, nace la criatura. «Después veía yo cuán mal lo habíamos hecho, que entonces con el embebecimiento que Dios pone para que se haga la obra, no se advierten los inconvenientes» (F 15,11). Mujeres sobresaltadas, enfado del dueño, excomunión de los del Consejo, «espantados de tal atrevimiento que una mujercilla, contra su voluntad, les hiciese un monasterio» (F 15,11).

La alegría de la pobreza. «Estuvimos algunos días con los jergones y la manta, sin más ropa, y aun aquel día ni una seroja de leña no teníamos para asar una sardina, y no sé a quién movió el Señor que nos pusieron en la iglesia un hacecito de leña, con que nos remediamos. A las noches se pasaba algún frío, que le hacía; aunque con la manta y las capas de sayal que traemos encima nos abrigábamos, que muchas veces nos aprovechan» (F 15,13). ¿Cómo es posible que teniendo tantos amigos, éstos no le ayudarán? «No sé la causa, sino que quiso Dios que experimentásemos el bien de esta virtud» (F 15,13).

«Ello fue harto bien para nosotras, porque era tanto el consuelo interior que traíamos y la alegría, que muchas veces se me acuerda lo que el Señor tiene encerrada en las virtudes: como una contemplación suave me parece causaba esta falta que teníamos, aunque duró poco, que luego nos fueron proveyendo más de lo que quisiéramos el mismo Alonso Álvarez y otros. Y es cierto que era tanta mi tristeza, que no me parecía sino como si tuviera muchas joyas de oro y me las llevaran y dejaran pobre; así sentía pena de que se nos iba acabando la pobreza y mis compañeras lo mismo; que como las vi mustias, les pregunté qué habían, y me dijeron: ‘¡qué hemos de haber, Madre!: que ya no parece somos pobres’ Desde entonces me creció deseo de serlo mucho, y me quedó señorío para tener en poco las cosas de bienes temporales; pues su falta hace crecer el bien interior, que cierto trae consigo otra hartura y quietud» (F 15,14-15).

PARA ALEGRÍA DE DIOS

Si cuenta lo que ha pasado en este monasterio, y en otros, es «para que se alabe nuestro Señor en sus siervas» (F 16,3).

Admira a la Madre Teresa que Ana de la Madre de Dios, de cuarenta años, «antes que hiciese profesión hizo donación de todo lo que tenía, que era muy rica, y dio en limosna para la casa» (F 16,2). Le llena de paz que una hermana, «recibidos los sacramentos y después de dada la Extremaunción, era tanta su alegría y contento, … como si fuera a otra tierra…’¡Oh Madre, qué grandes cosas tengo de ver!’. Así murió, como un ángel» (F 16,4). Y otras «que mueren con una quietud y sosiego, como si les diese un arrobamiento o quietud de oración, sin haber habido muestra de tentación ninguna. Así espero en la bondad de Dios que nos ha de hacer en esto merced, y por los méritos de su Hijo y de la gloriosa Madre suya, cuyo hábito traemos. Por eso, hijas mías, esforcémonos a ser verdaderas carmelitas, que presto se acabará la jornada» (F 16,5). «Plega a nuestro Señor, hermanas, que nosotras hagamos la vida como verdaderas hijas de la Virgen y guardemos nuestra profesión, para que nuestro Señor nos haga la merced que nos ha prometido. Amén» (F 16,7).

Fundación de Toledo

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