Fundaciones (17): Fundaciónes en Pastrana

PASTRANA

Casi sin tiempo para respirar y estar a sus anchas con el Señor, «luego que se fundó la casa de Toledo, desde a quince días, víspera de Pascua del Espíritu Santo» (F 17,1), la Madre Teresa emprende una nueva aventura fundacional en el tiempo del Espíritu. Hubiera querido otra cosa. «Cansada aquellos días de andar con oficiales, había acabádose todo. Aquella mañana, sentándonos en refectorio a comer, me dio tan gran consuelo de ver que ya no tenía qué hacer y que aquella Pascua podía gozarme con nuestro Señor algún rato, que casi no podía comer, según se sentía mi alma regalada. No merecí mucho este consuelo» (F 17,1). Estamos a finales de mayo de 1569 y tiene Teresa cincuenta y cuatro años. Y de nuevo, vuelve a los caminos para mostrar el amor de su Amado.

DOS MUJERES FRENTE A FRENTE

Una, Ana de Mendoza, Princesa de Éboli, fémina inquieta, veleidosa y avasalladora. La otra, Teresa de Jesús, mujer siempre dispuesta a buscar luz pero no a dejarse pisar. Desde el principio saltan chispas y terminará habiendo fuego. «Estando en esto, me vienen a decir que está allí un criado de la princesa de Éboli, mujer de Ruy Gómez de Silva. Yo fui allá, y era que enviaba por mí, porque había mucho que estaba tratado entre ella y mí de fundar un monasterio en Pastrana. Yo no pensé que fuera tan presto. A mí me dio pena, porque tan recién fundado el monasterio y con contradicción, era mucho peligro dejarle, y así me determiné luego a no ir y se lo dije. El díjome que no se sufría, porque la princesa estaba ya allá y no iba a otra cosa, que era hacerle afrenta. Con todo eso, no me pasaba por pensamiento de ir, y así le dije que se fuese a comer y que yo escribiría a la princesa y se iría. El era hombre muy honrado y, aunque se le hacía de mal, como yo le dije las razones que había, pasaba por ello» (F 17,2).

Pero a la hora de tomar decisiones, no solo cuentan las razones, entra también, y de qué manera, la oración, y la búsqueda de parecer del confesor. «Fuime delante del Santísimo Sacramento para pedir al Señor escribiese de suerte que no se enojase, porque nos estaba muy mal, a causa de comenzar entonces los frailes, y para todo era bueno tener a Ruy Gómez, que tanta cabida tenía con el Rey y con todos… Estando en esto, fueme dicho de parte de nuestro Señor que no dejase de ir, que a más iba que a aquella fundación, y que llevase la Regla y Constituciones» (F 17,3). «Yo, como esto entendí, aunque veía grandes razones para no ir, no osé sino hacer lo que solía en semejantes cosas, que era regirme por el consejo del confesor. Y así le envié a llamar, sin decirle lo que había entendido en la oración… Su Majestad, cuando quiere se haga una cosa, se lo pone en corazón… Mirándolo todo, le pareció fuese, y con eso me determiné a ir» (F 17,4). «Salí de Toledo segundo día de Pascua de Espíritu Santo» (F 17,5).

SORPRESA INESPERADA, AUNQUE ANUNCIADA: VOCACIONES PARA EL CARMELO DESCALZO

El relato de Teresa parece una lección de historia de altura -tal es la pléyade de personajes importantes que aparecen-, pero en el fondo es historia de salvación. «Era el camino por Madrid, y fuímonos a posar mis compañeras y yo a un monasterio de franciscas con una señora que le hizo y estaba en él, llamada doña Leonor Mascareñas, aya que fue del rey, muy sierva de nuestro Señor» (F 17,5). Esta mujer es la mediadora de las nuevas vocaciones parea frailes descalzos.

«Esta señora me dijo que se holgaba viniese a tal tiempo, porque estaba allí un ermitaño que me deseaba mucho conocer, y que le parecía que la vida que hacían él y sus compañeros conformaba mucho con nuestra Regla. Yo, como tenía solos dos frailes, vínome el pensamiento, que si pudiese que éste lo fuese, que sería gran cosa; y así la supliqué procurase que nos hablásemos. El posaba en un aposento que esta señora le tenía dado, con otro hermano mancebo, llamado fray Juan de la Miseria, gran siervo de Dios y muy simple en las cosas del mundo. Pues comunicándonos entrambos, me vino a decir que quería ir a Roma» (F 17,6).

El retrato y relato del candidato de Mariano dejan embelesada a la Madre Teresa. «Era de nación italiana, doctor y de muy gran ingenio y habilidad. Estando con la Reina de Polonia, que era el gobierno de toda su casa, nunca se habiendo inclinado a casar… llamóle nuestro Señor a dejarlo todo para mejor procurar su salvación. Después de haber pasado algunos trabajos, que le levantaron había sido en una muerte de un hombre, y le tuvieron dos años en la cárcel, adonde no quiso letrado, ni que nadie volviese por él, sino Dios y su justicia, habiendo testigos que decían que él los había llamado para que le matasen, casi como a los viejos de Santa Susana acaeció que, preguntado a cada uno adónde estaba entonces, el uno dijo que sentado sobre una cama; el otro, que a una ventana; en fin, vinieron a confesar cómo lo levantaban, y él me certificaba que le había costado hartos dineros librarlos para que no los castigasen, y que el mismo que le hacía la guerra, había venido a sus manos que hiciese cierta información contra él, y que por el mismo caso había puesto cuanto había podido por no le hacer daño» (F 17,7). «Estas y otras virtudes que es hombre limpio y casto, enemigo de tratar con mujeres debían de merecer con nuestro Señor que le diese conocimiento de lo que era el mundo, para procurar apartarse de él… Supo que cerca de Sevilla estaban juntos unos ermitaños en un desierto, que llamaban el Tardón, teniendo un hombre muy santo por mayor, que llamaban el padre Mateo. Tenía cada uno su celda y aparte, sin decir oficio divino, sino un oratorio adonde se juntaban a misa. Ni tenían renta ni querían recibir limosna ni la recibían; sino de la labor de sus manos se mantenían, y cada uno comía por sí, harto pobremente. Parecióme, cuando lo oí, el retrato de nuestros santos Padres» (F 17,8).

«Pues como me dijo la manera de su vida, yo le mostré nuestra Regla primitiva y le dije que sin tanto trabajo podía guardar todo aquello, pues era lo mismo, en especial de vivir de la labor de sus manos, que era a lo que él mucho se inclinaba, diciéndome que estaba el mundo perdido de codicia y que esto hacía no tener en nada a los religiosos. Como yo estaba en lo mismo, en esto presto nos concertamos y aun en todo; que, dándole yo razones de lo mucho que podía servir a Dios en este hábito, me dijo que pensaría en ello aquella noche. Ya yo le vi casi determinado» (F 17,9). «Su Majestad, que lo quería, le movió de manera aquella noche, que otro día me llamó ya muy determinado y aun espantado de verse mudado tan presto, en especial por una mujer, que aun ahora algunas veces me lo dice, como si fuera eso la causa, sino el Señor que puede mudar los corazones. Grandes son sus juicios» (F 17,9).

SEGUNDO CONVENTO DE LOS FRAILES

«Pues díjome cómo Ruy Gómez en Pastrana, que es el mismo lugar adonde yo iba, le había dado una buena ermita y sitio para hacer allí asiento de ermitaños, y que él quería hacerla de esta Orden y tomar el hábito. Yo se lo agradecí y alabé mucho a nuestro Señor; porque de las dos licencias que me había enviado nuestro padre General Reverendísimo para dos monasterios, no estaba hecho más del uno. Y desde allí hice mensajero a los dos padres que quedan dichos, el que era Provincial y lo había sido, pidiéndole mucho me diesen licencia, porque no se podía hacer sin su consentimiento; y escribí al obispo de Ávila, que era don Álvaro de Mendoza, que nos favorecía mucho, para que lo acabase con ellos. Fue Dios servido que lo tuvieron por bien. Les parecería que en lugar tan apartado les podía hacer poco perjuicio. Diome la palabra de ir allá en siendo venida la licencia. Con esto fui en extremo contenta» (F 17,11-12).

«Hallé allá a la princesa y al príncipe Ruy Gómez, que me hicieron muy buen acogimiento. Diéronnos un aposento apartado… Estaría allí tres meses, adonde se pasaron hartos trabajos, por pedirme algunas cosas la princesa que no convenían a nuestra religión, y así me determiné a venir de allí sin fundar, antes que hacerlo. El príncipe Ruy Gómez, con su cordura, que lo era mucho y llegado a razón, hizo a su mujer que se allanase; y yo llevaba algunas cosas, porque tenía más deseo de que se hiciese el monasterio de los frailes que el de las monjas, por entender lo mucho que importaba, como después se ha visto» (F 17,12-13).

«En este tiempo vino Mariano y su compañero, los ermitaños que quedan dichos, y traída la licencia, aquellos señores tuvieron por bien que se hiciese la ermita que le había dado para ermitaños de frailes Descalzos… Yo les aderecé hábitos y capas, y hacía todo lo que podía para que ellos tomasen luego el hábito» (F 17,14).

Un fraile calzado de Medina se quiere unir. «Que aunque no era muy viejo, no era mozo, muy buen predicador, llamado fray Baltasar de Jesús. … yo alabé a Dios. El dio el hábito al padre Mariano y a su compañero, para legos entrambos… Pues fundados entrambos monasterios y venido el padre fray Antonio de Jesús, comenzaron a entrar novicios tales cuales adelante se dirá de algunos, y a servir a nuestro Señor tan de veras, como si El es servido escribirá quien lo sepa mejor decir que yo, que en este caso, cierto quedo corta» (F 17,15).

La Princesa monja. «En lo que toca a las monjas, estuvo el monasterio allí de ellas en mucha gracia de estos señores y con gran cuidado de la princesa en regalarlas y tratarlas bien, hasta que murió el príncipe Ruy Gómez, que el demonio, o por ventura porque el Señor lo permitió Su Majestad sabe por qué con la acelerada pasión de su muerte entró la princesa allí monja. Con la pena que tenía, no le podían caer en mucho gusto las cosas a que no estaba usada de encerramiento, y por el santo concilio la priora no podía dar las libertades que quería» (F 17,16).

«Vínose a disgustar con ella y con todas de tal manera, que aun después que dejó el hábito, estando ya en su casa, le daban enojo, y las pobres monjas andaban con tanta inquietud, que yo procuré con cuantas vías pude, suplicándolo a los prelados, que quitasen de allí el monasterio… dejando cuanto les había dado la princesa… dejando bien lastimados a los del lugar. Yo con el mayor contento del mundo de verlas en quietud, porque estaba muy bien informada que ellas ninguna culpa habían tenido en el disgusto de la princesa… En fin, el Señor que lo permitió. Debía ver que no convenía allí aquel monasterio, que sus juicios son grandes y contra todos nuestros entendimientos. Yo, por solo el mío, no me atreviera, sino por el parecer de personas de letras y santidad» (F 17,17).

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