Fundaciones (18-19): Fundación de Salamanca

Luz en la ciudad. Algo nuevo está surgiendo en torno a la Madre Teresa: entrega apasionada a Dios amigo, servicio a la Iglesia y a la sociedad, estilo muy humano -evangélico- de vivir. Un jesuita, el P. Martín Gutiérrez, percibe este perfume y lo quiere para su ciudad. «Estando entendiendo en esto, me escribió un rector de la Compañía de Jesús de Salamanca, diciéndome que estaría allí muy bien un monasterio de éstos, dándome de ello razones; aunque por ser muy pobre el lugar, me había detenido a hacer allí fundación de pobreza. Mas considerando que lo es tanto Ávila y nunca le falta, ni creo faltará Dios a quien le sirviere, puestas las cosas tan en razón como se pone, siendo tan pocas y ayudándose del trabajo de sus manos, me determiné a hacerlo… Y yéndome desde Toledo a Ávila, procuré desde allí la licencia del Obispo… el cual lo hizo tan bien que como el padre rector le informó de esta Orden y que sería servicio de Dios, la dio luego» (F 18,1).

El que tiene casa descansa. «Y así luego procuré alquilar una casa que me hizo haber una señora que yo conocía, y era dificultoso por no ser tiempo en que se alquilan y tenerla unos estudiantes, con los cuales acabaron de darla cuando estuviese allí quien había de entrar en ella» (F 18,2). «Pues habida la licencia y teniendo cierta la casa, confiada de la misericordia de Dios… me partí para allá, llevando sola una compañera» (F 18,3). Dos reflexiones al hilo de la casa: «Que nunca hasta dejar casa propia y recogida y acomodada a mi querer, dejara ningún monasterio, ni le he dejado. Que en esto me hacía Dios mucha merced, que en el trabajo gustaba ser la primera, y todas las cosas para su descanso y acomodamiento procuraba hasta las muy menudas, como si toda mi vida hubiera de vivir en aquella casa, y así me daba gran alegría cuando quedaban muy bien» (F 19,6). Otra: «Que en tener buena casa o no la tener, va poco; antes es gran placer cuando nos vemos en casa que nos pueden echar de ella, acordándonos cómo el Señor del mundo no tuvo ninguna… Plega a la divina Majestad que no nos falten las moradas eternas, por su infinita bondad y misericordia. Amén, amén» (F 19,12).

Andando los caminos con una meta viva en el corazón. El que tiene un porqué profundo soporta cualquier cómo. La Madre Teresa tiene claro que es Jesús quien da fuerzas. «Llegamos víspera de Todos Santos, habiendo andado harto del camino la noche antes con harto frío, y dormido en un lugar, estando yo bien mala» (F 18,3). «No pongo en estas fundaciones los grandes trabajos de los caminos, con fríos, con soles, con nieves, que venía vez no cesarnos en todo el día de nevar, otras perder el camino, otras con hartos males y calenturas, porque, gloria a Dios, de ordinario es tener yo poca salud, sino que veía claro que nuestro Señor me daba esfuerzo. Porque me acaecía algunas veces que se trataba de fundación, hallarme con tantos males y dolores, que yo me congojaba mucho, porque me parecía que aun para estar en la celda sin acostarme no estaba; y tornarme a nuestro Señor, quejándome a Su Majestad y diciéndole que cómo quería hiciese lo que no podía, y después, aunque con trabajo, Su Majestad daba fuerzas, y con el hervor que me ponía y el cuidado, parece que me olvidaba de mí» (F 18,4).

«A lo que ahora me acuerdo nunca dejé fundación por miedo del trabajo, aunque de los caminos, en especial largos, sentía gran contradicción; mas en comenzándolos a andar me parecía poco, viendo en servicio de quién se hacía y considerando que en aquella casa se había de alabar el Señor y haber Santísimo Sacramento. Esto es particular consuelo para mí, ver una iglesia más… que aunque muchos no lo advertimos, estar Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre, como está en el Santísimo Sacramento en muchas partes, gran consuelo nos había de ser» (F 18,5), «Cuando veo estas almas tan limpias en alabanzas de Dios» (F 18,5).

La noche, como camino hacia la aurora. La Madre Teresa vive cada fundación como un paso de la noche a la luz, como un amanecer que estrena Cristo resucitado. La noche es tiempo de fundación. «Pues, víspera de Todos Santos, el año que queda dicho, a mediodía, llegamos a la ciudad de Salamanca. Desde una posada procuré saber de un buen hombre de allí, a quien tenía encomendado me tuviese desembarazada la casa, llamado Nicolás Gutiérrez, harto siervo de Dios. Había ganado de Su Majestad con su buena vida una paz y contento en los trabajos grande, que había tenido muchos y vístose en gran prosperidad y había quedado muy pobre, y llevábalo con tanta alegría como la riqueza… Como vino, díjome que la casa no estaba desembarazada, que no había podido acabar con los estudiantes que saliesen de ella. Yo le dije lo que importaba que luego nos la diesen… El fue a cuya era la casa, y tanto trabajó, que se la desembarazaron aquella tarde. Ya casi noche, entramos en ella» (F 19,2). «Como (los estudiantes) no deben tener esa curiosidad, estaba de suerte toda la casa, que no se trabajó poco aquella noche…. Otro día por la mañana se dijo la primera misa» (F 19,3).

No les fue bien en esa casa, no «por falta de mantenimiento… sino de poca salud, porque era húmeda y muy fría… y lo peor, que no tenían Santísimo Sacramento, que para tanto encerramiento es harto desconsuelo» (F 19,6). Teresa regresa para comprar otra. «Fuimos por agosto, y con darse toda la prisa posible, se estuvieron hasta San Miguel, que es cuando allí se alquilan las casas, y aun no estaba bien acabada, con mucho; mas como no habíamos alquilado en la que estábamos para otro año, teníala ya otro morador; dábannos gran prisa… Algunas personas que nos querían bien, decían que hacíamos mal en irnos tan presto; mas adonde hay necesidad puédense mal tomar los consejos, si no dan remedio. Pasámonos víspera de San Miguel, un poco antes que amaneciese» (F 19,8-9). Se acerca el día. Llueve a cántaros. Todo goteras. Teresa pierde los nervios. «Yo os digo, hijas, que me vi harto imperfecta aquel día. Por estar ya divulgado, yo no sabía qué hacer, sino que me estaba deshaciendo, y dije a nuestro Señor, casi quejándome, que o no me mandase entender en estas obras, o remediase aquella necesidad. El buen hombre de Nicolás Gutiérrez, con su igualdad, como si no hubiera nada, me decía muy mansamente que no tuviese pena, que Dios lo remediaría. Y así fue, que el día de San Miguel, al tiempo de venir la gente, comenzó a hacer sol, que me hizo harta devoción y vi cuán mejor había hecho aquel bendito en confiar de nuestro Señor que no yo con mi pena» (F 19,9). «Hubo mucha gente, y música, y púsose el Santísimo Sacramento con gran solemnidad» (F 19,10).

El sentido del humor, siempre tan necesario. «Quedamos la noche de Todos Santos mi compañera y yo solas. Yo os digo, hermanas, que cuando se me acuerda el miedo de mi compañera, que era María del Sacramento, una monja de más edad que yo, y harto sierva de Dios, que me da gana de reír» (F 19,3). «La casa era muy grande y desbaratada y con muchos desvanes, y mi compañera no había quitársele del pensamiento los estudiantes, pareciéndole que como se habían enojado tanto de que salieron de la casa, que alguno se había escondido en ella; ellos lo pudieran muy bien hacer, según había adónde. Encerrámonos en una pieza adonde estaba paja» (F 19,4). «Como mi compañera se vio cerrada en aquella pieza, parece sosegó algo cuanto a lo de los estudiantes, aunque no hacía sino mirar a una parte y a otra, todavía con temores, y el demonio que la debía ayudar con representarla pensamientos de peligro para turbarme a mí, que con la flaqueza de corazón que tengo, poco me solía bastar. Yo la dije que qué miraba, que cómo allí no podía entrar nadie. Díjome: ‘Madre, estoy pensando, si ahora me muriese yo aquí, ¿qué haríais vos sola?’. Aquello, si fuera, me parecía recia cosa; y comencé a pensar un poco en ello, y aun haber miedo; porque siempre los cuerpos muertos, aunque yo no le he, me enflaquecen el corazón, aunque no esté sola. Y como el doblar de las campanas ayudaba, que como he dicho era noche de las Animas, buen principio llevaba el demonio para hacernos perder el pensamiento con niñerías; cuando entiende que de él no se ha miedo, busca otros rodeos. Yo la dije: ‘Hermana, de que eso sea, pensaré lo que he de hacer; ahora déjeme dormir’. Como habíamos tenido dos noches malas, presto quitó el sueño los miedos. Otro día vinieron más monjas, con que se nos quitaron» (F 19,5).

PERLAS PRECIOSAS

La Madre Teresa interrumpe el relato de la fundación para «tratar algunas cosas» (F 18,6), importantes para las monjas de entonces y para nosotros. Respeto a la persona, conocimiento de los otros, mortificación con suavidad, obediencia sana.

No todos van por el mismo camino. Dios tiene para cada uno un camino virgen. «Porque como hay diferentes talentos y virtudes en las preladas, por aquel camino quieren llevar a sus monjas: la que está muy mortificada, parécele fácil cualquiera cosa que mande para doblar la voluntad, como lo sería para ella… Otras prioras que tienen mucho espíritu, todo gustarían que fuese rezar. En fin, lleva el Señor por diferentes caminos…La discreción es gran cosa para el gobierno» (F 18,6).

Conocimiento de las personas. «Si la priora se embebe en oración, aunque no sea en la hora de oración sino después de maitines, allí tiene todo el convento, cuando sería muy mejor que se fuesen a dormir. Si es amiga de mortificación, todo ha de ser bullir, y estas ovejitas dela Virgencallando, como unos corderitos; que a mí, cierto, me hace gran devoción y confusión, y, a las veces, harta tentación…que hay harto que hacer, y lo demás fuese con suavidad… que es cosa muy importante la discreción en estas cosas y conocer los talentos» (F 18,7). «No ha de pensar la priora que conoce luego las almas. Deje esto para Dios, que es solo quien puede entenderlo; sino procure llevar a cada una por donde Su Majestad la lleva» (F 18,9).

Mortificación sí, pero… «Han de considerar que esto de mortificación no es de obligación: esto es lo primero que han de mirar. Aunque es muy necesario para ganar el alma libertad y subida perfección, no se hace esto en breve tiempo, sino que poco a poco vayan ayudando a cada una, según el talento les da Dios de entendimiento, y el espíritu» (F 18,8). «Esté advertida la priora a no la perfeccionar a fuerza de brazos, sino disimule y vaya poco a poco hasta que obre en ella el Señor» (F 18,10). «Así que unas sufrirán grandes mortificaciones, y mientras mayores se las mandaren gustarán más, porque ya les ha dado el Señor fuerza en el alma para rendir su voluntad; otras no las sufrirán aun pequeñas y será como si a un niño cargan dos hanegas de trigo, no sólo no las llevará, mas quebrantarse ha y caeráse en el suelo» (F 18,10).

Ojo con la obediencia. «Aunque sea por probar la obediencia, no mandéis cosa que pueda ser, haciéndola, pecado, ni venial» (F 18,11). «Y también estén avisadas las súbditas, que cosa que sería pecado mortal hacerla sin mandársela, que no la pueden hacer mandándosela» (F 18,11). «Todo lo que no fuere con estos peligros, yo lo alabo» (F 18,12).

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