ALBA DE TORMES: CONVENTO PRIVILEGIADO
Suma y sigue. «No había dos meses que se había tomado la posesión, el día de Todos Santos, en la casa de Salamanca, cuando de parte del contador del duque de Alba y de su mujer fui importunada que en aquella villa hiciese una fundación y monasterio. Yo no lo había mucha gana a causa que, por ser lugar pequeño, era menester que tuviese renta, que mi inclinación era a que ninguna tuviese» (F 20,1).
Una fundadora laica. «Fue hija Teresa de Layz… de padres nobles, y muy hijosdealgo y de limpia sangre. Tenían su asiento, por no ser tan ricos como pedía la nobleza de sus padres, en un lugar llamado Tordillos, que es dos leguas de la dicha villa de Alba» (F 20,2). Teresa lamenta, con ironía, la vieja mentalidad de la honra: «Es harta lástima que, por estar las cosas del mundo puestas en tanta vanidad, quieren más pasar la soledad que hay en estos lugares pequeños de doctrina y otras muchas cosas que son medios para dar luz a las almas, que caer un punto de los puntos que esto que ellos llaman honra traen consigo» (F 20,2).
«Pues habiendo ya tenido cuatro hijas, cuando vino a nacer Teresa de Layz, dio mucha pena a sus padres de ver que también era hija» (F 20,2). Y Teresa elogia a las hijas. «Cosa cierto mucho para llorar, que sin entender los mortales lo que les está mejor, como los que del todo ignoran los juicios de Dios, no sabiendo los grandes bienes que pueden venir de las hijas ni los grandes males de los hijos, no parece que quieren dejar al que todo lo entiende y los cría, sino que se matan por lo que se habían de alegrar. Como gente que tiene dormida la fe, no van adelante con la consideración, ni se acuerdan que es Dios el que así lo ordena, para dejarlo todo en sus manos… ¡Oh, válgame Dios!, ¡cuán diferente entenderemos estas ignorancias en el día adonde se entenderá la verdad de todas las cosas!» (F 20,3).
Un prodigio en la vida de la niña. «Pues, tornando a lo que decía, vienen las cosas a términos, que, como cosa que les importaba poco la vida de la niña, a tercer día de su nacimiento se la dejaron sola y sin acordarse nadie de ella desde la mañana hasta la noche. Una cosa habían hecho bien, que la habían hecho bautizar a un clérigo luego en naciendo. Cuando a la noche vino una mujer, que tenía cuenta con ella y supo lo que pasaba, fue corriendo a ver si era muerta, y con ella otras algunas personas que habían ido a visitar a la madre, que fueron testigos de lo que ahora diré. La mujer la tomó llorando en los brazos, y le dijo: ‘¡Cómo, mi hija! ¿vos no sois cristiana?’, a manera de que había sido crueldad. Alzó la cabeza la niña y dijo: ‘Sí soy’, y no habló más hasta la edad que suelen hablar todos. Los que la oyeron, quedaron espantados, y su madre la comenzó a querer y regalar desde entonces, y así decía muchas veces que quisiera vivir hasta ver lo que Dios hacía de esta niña» (F 20,4).
De joven, se casa con Francisco Velázquez, «que es el fundador también de esta casa… hombre virtuoso y rico, quiere tanto a su mujer, que la hace placer en todo y con mucha razón; porque todo lo que se puede pedir en una mujer casada, se lo dio el Señor muy cumplidamente… siendo moza y de muy buen parecer, a no ser tan buena, según el demonio comenzó a poner en él (un mancebo que hospedaron en su casa) malos pensamientos, pudiera suceder algún mal» (F 20,5). El marido la lleva a Salamanca. «Sólo tenían una pena, que era no les dar nuestro Señor hijos, y para que se los diese eran grandes las devociones y oraciones que ella hacía, y nunca suplicaba al Señor otra cosa sino que le diese generación, para que, acabada ella, alabasen a Su Majestad; que le parecía recia cosa que se acabase en ella y no tuviese quien después de sus días alabase a Su Majestad» (F 20,6).
Señales que vio en el patio. Se encomienda «a San Andrés, que le dijeron era abogado para esto, después de otras muchas devociones que había hecho» (F 20,7). Tiene algunas visiones en las que ve y oye al apóstol. «Una vez… parecióle que se hallaba en una casa, adonde en el patio, debajo del corredor, estaba un pozo; y vio en aquel lugar un prado y verdura, con unas flores blancas por él de tanta hermosura que no sabe ella encarecer de la manera que lo vio. Cerca del pozo se le apareció San Andrés de forma de una persona muy venerable y hermosa, que le dio gran recreación mirarle, y díjole: ‘otros hijos son éstos que los que tú quieres’… Y ella entendió claro… que era la voluntad de nuestro Señor que hiciese monasterio» (F 20,7). «Quedó tan asentado en su corazón que era aquella la voluntad de Dios, que ni se los pidió más ni los deseó. Así comenzó a pensar qué modo tendría para hacer lo que el Señor quería» (F 20,8). Por motivos de trabajo de su marido, vuelve a Alba a disgusto. Pero «como entró en el patio, vio al mismo lado el pozo, adonde había visto a San Andrés, y todo, ni más ni menos que lo había visto, se le representó»(F 20,10). «Ella, como vio aquello, quedó turbada y determinada a hacer allí el monasterio y con gran consuelo y sosiego ya para no querer ir a otra parte. Y comenzaron a comprar más casas juntas, hasta que tuvieron sitio muy bastante» (F 20,10).
Aires en contra. «Ella andaba cuidadosa de qué Orden le haría, porque quería fuesen pocas y muy encerradas, y tratándolo con dos religiosos de diferentes Órdenes, muy buenos y letrados, entrambos le dijeron sería mejor hacer otras obras; porque las monjas las más estaban descontentas, y otras cosas hartas; que, como al demonio le pesaba, queríalo estorbar, y así les hacía parecer era gran razón las razones que le decían» (F 20,11). Conciertan una boda de sobrinos para darles la herencia, y todo se desconcierta al morir. «A ella se le asentó en tanto extremo que había sido la causa de su muerte la determinación que tenían de dejar lo que Dios quería que hiciese por dárselo a él, que hubo gran temor. Acordábasele de Jonás profeta, lo que le había sucedido por no querer obedecer a Dios» (F 20,12).
Acuerdo nada fácil entre las dos Teresas. «En este tiempo acertó a ir este fraile a cierto lugar, adonde le dieron noticia de estos monasterios de nuestra Señora del Carmen que ahora se fundaban. Él, informado muy bien, tornó a ella y díjole que ya había hallado que podía hacer el monasterio como quería; díjole lo que pasaba, y que procurase tratarlo conmigo. Así se hizo. Harto trabajo se pasó en concertarnos, porque yo siempre he pretendido que los monasterios que fundaba con renta la tuviesen tan bastante, que no hayan menester las monjas a sus deudos ni a ninguno, sino que de comer y vestir les den todo lo necesario en la casa, y las enfermas muy bien curadas; porque de faltarles lo necesario vienen muchos inconvenientes» (F 20,13). «En fin, vinieron a ponerse en razón… Púsose el Santísimo Sacramento e hízose la fundación día de la Conversión de San Pablo, año de 1571, para gloria y honra de Dios, adonde, a mi parecer, es Su Majestad muy servido. Plega a Él lo lleve siempre adelante» (F 20,14).
SEGOVIA: MUCHOS PERSONAJES EN ESCENA
«Estando allí (Salamanca) un día en oración, me fue dicho de nuestro Señor que fuese a fundar a Segovia. A mí me pareció cosa imposible, porque yo no había de ir sin que me lo mandasen, y tenía entendido del padre comisario apostólico, el maestro fray Pedro Fernández, que no había gana que fundase más… Estando pensando esto, díjome el Señor que se lo dijese, que El lo haría» (F 21,1).
En actitud obediente. «Escribíle (al comisario) que ya sabía cómo yo tenía precepto de nuestro reverendísimo General de que cuando viese cómodo en alguna parte para fundar, que no lo dejase. Que en Segovia estaba admitido un monasterio de éstos, de la ciudad y del Obispo; que si mandaba Su Paternidad, que le fundaría; que se lo significaba por cumplir con mi conciencia; y con lo que mandase quedaría segura o contenta. Creo estas eran las palabras, poco más o menos, y que me parecía sería servicio de Dios. Bien parece que lo quería Su Majestad, porque luego dijo que le fundase, y me dio licencia» (F 21,2).
Una nueva presencia alentadora, también mujer. «Estaba allí una señora, mujer que había sido de un mayorazgo, llamada doña Ana de Jimena. Esta me había ido una vez a ver a Ávila y era muy sierva de Dios, y siempre su llamamiento había sido para monja. Así, en haciéndose el monasterio, entró ella y una hija suya de harto buena vida, y el descontento que había tenido casada y viuda le dio el Señor de doblado contento en viéndose en la religión» (F 21,3).
«Esta bendita señora tomó la casa y de todo lo que vio habíamos menester, así para la iglesia como para nosotras, la proveyó, que para eso tuve poco trabajo. Mas porque no hubiese fundación sin alguno, dejado el ir yo allí con harta calentura y hastío y males interiores de sequedad y oscuridad en el alma, grandísima, y males de muchas maneras corporales, que lo recio me duraría tres meses, y medio año que estuve allí siempre fue mala» (F 21,4).
Amenazas del Provisor. «El día de San José, que pusimos el Santísimo Sacramento, que, aunque había del Obispo licencia y de la ciudad, no quise sino entrar la víspera secretamente de noche» (F 21,5). El Provisor «vino luego muy enojado y no consintió decir más misa y quería llevar preso a quien la había hecho, que era un fraile Descalzo (Juan dela Cruz) que iba con el padre Julián de Ávila y otro siervo de Dios que andaba conmigo, llamado Antonio Gaytán» (F 21,5). «Este era un caballero de Alba, y habíale llamado nuestro Señor, andando muy metido en el mundo, algunos años había; teníale tan debajo de los pies, que sólo entendía en cómo le hacer más servicio… Tiene gran oración, y hale hecho Dios tantas mercedes, que todo lo que a otros sería contradicción le daba contento y se le hacía fácil… Su trato por los caminos era tratar de Dios y enseñar a los que iban con nosotras» (F 21,6). «No se quiso ir el Provisor de nuestra iglesia sin dejar un alguacil a la puerta, yo no sé para qué. Sirvió de espantar un poco a los que allí estaban. A mí nunca se me daba mucho de cosa que acaeciese después de tomada la posesión; antes eran todos mis miedos» (F 21,7).
«Estuvimos así algunos meses, hasta que se compró una casa, y con ella hartos pleitos. Harto le habíamos tenido con los frailes franciscos por otra que se compraba cerca. Con estotra le hubo con los dela Mercedy con el Cabildo, porque tenía un censo la casa suyo» (F 21,8). «¡Oh Jesús!, ¡qué trabajo es contender con muchos pareceres! Cuando ya parecía que estaba acabado, comenzaba de nuevo; porque no bastaba darles lo que pedían, que luego había otro inconveniente. Dicho así no parece nada, y el pasarlo fue mucho» (F 21,9). «Fue nuestro Señor servido que se acabó todo tan bien, que no quedó ninguna contienda, y desde a dos o tres días me fui aLa Encarnación. Seasu nombre por siempre bendito, que tantas mercedes me ha hecho siempre, y alábenle todas sus criaturas. Amén» (F 21,11).