Audacia. «Estando allí (Salamanca), vino un mensajero de la villa de Beas, con cartas para mí de una señora de aquel lugar y del beneficiado de él y de otras personas, pidiéndome fuese a fundar un monasterio, porque ya tenían casa para él, que no faltaba sino irle a fundar» (F 22,1). ¿Qué hacer? Por una parte, «grandes bienes de la tierra, y con razón, que es muy deleitosa y de buen temple»…Por otra, «mas mirando las muchas leguas que había desde allí allá, parecióme desatino» (F 22,2). ¿Qué hacer? Debe obediencia al «Comisario Apostólico, enemigo, o al menos no amigo, de que fundase.»; y también al precepto del General: «que no dejase fundación» (F 22,2). Concluye con una mirada teologal: «Algunas veces pienso en esto y cómo lo que nuestro Señor quiere, aunque nosotros no queramos, se viene a que, sin entenderlo, seamos el instrumento» (F 22,3).
Catalina Godínez o los caminos del manantial antes de que aflore. Relato vocacional encantador de una muchacha de catorce años, a la que «nuestro Señor la llamó para sí» (F 22,4). Cómo pasó de estar «muy fuera de dejar el mundo» y de tener «una estima de sí de manera, que le parecía todo era poco lo que su padre pretendía en casamientos que la traían» (F 22,4), a dejarlo todo por Jesús..
Encuentro orante. Cruce de miradas. Conversión. «Estando un día en una pieza que estaba… acaso llegó a leer en un crucifijo que allí estaba el título que se pone sobre la cruz, y súbitamente, en leyéndole, la mudó toda el Señor» (F 22,5). «Le pareció había venido una luz a su alma para entender la verdad, como si en una pieza oscura entrara el sol; y con esta luz puso los ojos en el Señor que estaba en la cruz corriendo sangre, y pensó cuán maltratado estaba, y en su gran humildad, y cuán diferente camino llevaba ella yendo por soberbia. En esto debía estar algún espacio, que la suspendió el Señor. Allí le dio Su Majestad un propio conocimiento grande de su miseria, y quisiera que todos lo entendieran. Diole un deseo de padecer por Dios tan grande, que todo lo que pasaron los mártires quisiera ella padecer junto, una humillación tan profunda de humildad y aborrecimiento de sí, que, si no fuera por no haber ofendido a Dios, quisiera ser una mujer muy perdida para que todos la aborrecieran» (F 22,6). Ante esto, Teresa no puede dejar de orar: «Seáis Vos bendito, mi Dios, por siempre jamás, que en un momento deshacéis un alma y la tornáis a hacer. ¿Qué es esto, Señor? ¡Oh, grandes son vuestros juicios, Señor! Vos sabéis lo que hacéis, y yo no sé lo que me digo, pues son incomprensibles vuestras obras y juicios. Seáis por siempre glorificado, que tenéis poder para más. ¿Qué fuera de mí, si esto no fuera?» (F 22,7).
Ruido del Enemigo, «porque tengo para mí que nunca nuestro Señor hace merced tan grande, sin que alcance parte a más que la misma persona» (F 22,9). A propósito del color moreno de la piel: «No hacía sino entrarse a un corral y mojarse el rostro y ponerse al sol, para que por parecer mal la dejasen los casamientos que todavía la importunaban» (F 22,10). «Quedó de manera en no querer mandar a nadie… Muchas veces comenzaba a las diez de la noche la oración, y no se sentía hasta que era de día» (F 22,11).
Juicio de Dios. Está enferma, los parientes le dicen que es desatino ser monja y fundar convento, no tiene autorización. «Ella dijo que, si en un mes la daba nuestro Señor salud, que entenderían era servido de ello y que ella misma iría a la Corte a procurarlo» (F 22,14). «Una víspera de San Sebastián, que era sábado, la dio nuestro Señor tan entera salud, que ella no sabía cómo encubrirlo para que no se entendiese el milagro…Ella vio en sí grandísima mudanza, y en el alma dice que se sintió otra, según quedó aprovechada» (F 22,15). «Lo que Su Majestad quiere no se puede dejar de hacer. Así vinieron las monjas al principio de cuaresma, año de 1575. Recibiólas el pueblo con gran solemnidad y alegría y procesión. En lo general fue grande el contento; hasta los niños mostraban ser obra de que se servía nuestro Señor. Fundóse el monasterio, llamado San José del Salvador, esta misma cuaresma, día de Santo Matía» (F 22,19). «Ninguna cosa entiendo de esta alma que no sea para ser agradable a Dios, y así lo es con todas. Plega a Su Majestad la tenga de su mano, y la aumente las virtudes y gracia que le ha dado para mayor servicio y honra suya. Amén» (F 22,24).
Una perla preciosa, excepcional: el P. Gracián.Capítulo polémico. Quiere hablar de Sevilla y habla de Gracián. «Pues estando en esta villa de Beas esperando licencia del Consejo de las Órdenes para la fundación de Caravaca, vino a verme allí un padre de nuestra Orden, de los Descalzos, llamado el maestro fray Jerónimo de la Madre de Dios, Gracián, que había pocos años que tomó nuestro hábito estando en Alcalá, hombre de muchas letras y entendimiento y modestia, acompañado de grandes virtudes toda su vida, que parece nuestra Señora le escogió para bien de esta Orden primitiva, estando él en Alcalá, muy fuera de tomar nuestro hábito, aunque no de ser religioso» (F 23,1).
El Magníficat de Teresa: «¡Oh sabiduría de Dios y poder!, ¡cómo no podemos nosotros huir de lo que es su voluntad! Bien veía nuestro Señor la gran necesidad que había en esta obra que Su Majestad había comenzado, de persona semejante. Yo le alabo muchas veces por la merced que en esto nos hizo; que si yo mucho quisiera pedir a Su Majestad una persona para que pusiera en orden todas las cosas de la Orden en estos principios, no acertara a pedir tanto como Su Majestad en esto nos dio. Sea bendito por siempre» (F 23,3).
La Virgen «su enamorada». «Pues teniendo él bien apartado de su pensamiento tomar este hábito, rogáronle que fuese a tratar a Pastrana con la Priora del monasterio de nuestra Orden, que aun no era quitado de allí, para que recibiese una monja» (F 23,4). «¡Qué medios toma la divina Majestad!…La Virgen nuestra Señora, cuyo devoto es en gran extremo, le quiso pagar con darle su hábito; y así pienso que fue la medianera para que Dios le hiciese esta merced; y aun la causa de tomarle él y haberse aficionado tanto a la Orden era esta gloriosa Virgen; no quiso que a quien tanto la deseaba servir le faltase ocasión para ponerlo por obra, porque es su costumbre favorecer a los que de ella se quieren amparar» (F 23,4). «Pues llevándole la Virgen a Pastrana como engañado, pensando él que iba a procurar el hábito de la monja, y llevábale Dios para dársele a él. ¡Oh secretos de Dios! Y cómo, sin que lo queramos, nos va disponiendo para hacernos mercedes y para pagar a esta alma las buenas obras que había hecho y el buen ejemplo que siempre había dado y lo mucho que deseaba servir a su gloriosa Madre; que siempre debe Su Majestad de pagar esto con grandes premios» (F 23,6).
«Estando muchacho en Madrid, iba muchas veces a una imagen de nuestra Señora que él tenía gran devoción, no me acuerdo adónde era: llamábala «su enamorada», y era muy ordinario lo que la visitaba. Ella le debía alcanzar de su Hijo la limpieza con que siempre ha vivido… Dice que algunas veces le parecía que tenía hinchados los ojos de llorar por las muchas ofensas que se hacían a su Hijo. De aquí le nacía un ímpetu grande y deseo del remedio de las almas… A este deseo del bien de las almas tiene tan gran inclinación, que cualquier trabajo se le hace pequeño si piensa hacer con él algún fruto» (F 23,5).
Pastoral vocacional. «Pues llegado a Pastrana, fue a hablar a la priora, para que tomase aquella monja, y parece que la habló para que procurase con nuestro Señor que entrase él. Como ella le vio, que es agradable su trato, de manera que, por la mayor parte, los que le tratan le aman (es gracia que da nuestro Señor), y así de todos sus súbditos y súbditas es en extremo amado; porque aunque no perdona ninguna falta (que en esto tiene extremo, en mirar el aumento de la religión), es con una suavidad tan agradable, que parece no se ha de poder quejar ninguno de él» (F 23,7).
Oración por las vocaciones. «Pues acaeciéndole a esta priora lo que a los demás, diole grandísima gana de que entrase en la Orden, y díjolo a las hermanas, que mirasen lo que les importaba, porque entonces había muy pocos o casi ninguno semejante, y que todas pidiesen a nuestro Señor que no le dejase ir, sino que tomase el hábito. Es esta priora grandísima sierva de Dios, que aun su oración sola pienso sería oída de Su Majestad, ¡cuánto más las de almas tan buenas como allí estaban! Todas lo tomaron muy a su cargo, y con ayunos, disciplinas y oración lo pedían continuo a Su Majestad, y así fue servido de hacernos esta merced» (F 23,8). Dificultades, tentaciones, «en especial de la pena que había de ser para sus padres, que le amaban mucho y tenían gran confianza había de ayudar a remediar sus hijos, que tenían hartas hijas e hijos, él, dejando este cuidado a Dios, por quien lo dejaba todo, se determinó a ser súbdito de la Virgen y tomar su hábito. Y así se le dieron con gran alegría de todos, en especial de las monjas y priora, que daban grandes alabanzas a nuestro Señor, pareciéndole que las había Su Majestad hecho esta merced por sus oraciones» (F 23,8).
No lo pasó nada bien en el noviciado. «Era cosa excesiva de la manera que los llevaba (un fraile harto mozo) y las mortificaciones que les hacía hacer; que cada vez me espanto cómo lo podían sufrir, en especial semejantes personas, que era menester el espíritu que le daba Dios para sufrirlo» (F 23,9).
Su confidente. Teresa justifica que hable así de él. «Parecerá cosa impertinente haberme comunicado él tantas particularidades de su alma; quizá lo quiso el Señor para que yo lo pusiese aquí, porque sea El alabado en sus criaturas; que sé yo que con confesor ni con ninguna persona se ha declarado tanto» (F 23,11).
«Idome he, cierto, mucho a la mano. No he podido más, ni me ha parecido, que se deje de hacer memoria de quien tanto bien ha hecho a esta renovación de la Regla primera. Digo las casas de los frailes, que las de las monjas, por su bondad, siempre hasta ahora han ido bien; y las de los frailes no iban mal, mas llevaba principio de caer muy presto. En cada casa hacían como les parecía,porque a unos les parecía uno y a otros otro. Harto fatigada me tenían algunas veces» (F 23,12).
«Remediólo nuestro Señor por el padre maestro fray Jerónimo de la Madre de Dios…Le dieron autoridad y gobierno sobre los Descalzos y Descalzas. Hizo constituciones para los frailes… La primera vez que los visitó, lo puso todo en tanta sazón y concierto, que se parecía bien ser ayudado de la divina Majestad y que nuestra Señora le había escogido para remedio de su Orden, a quien suplico yo mucho acabe con su Hijo siempre le favorezca y dé gracia para ir muy adelante en su servicio. Amén» F 23,13).