Fundaciones (27): Caravaca ¿Punto y final?

El Espíritu mueve los hilos. Se sirve de muchos, relaciona a unos con otros para llevar a cabo su proyecto. El movimiento que hay en este texto es paradigmático. Teresa está en Ávila. «Llega un mensajero propio, que le enviaba una señora de allí, llamada doña Catalina, porque se habían ido a su casa desde un sermón que oyeron a un padre de la Compañía de Jesús tres doncellas con determinación de no salir hasta que se fundase un monasterio en el mismo lugar… Tenían noticia de ésta que ha hecho nuestro Señor en fundar estos monasterios, que se la habían dado de la Compañía de Jesús, que siempre han favorecido y ayudado a ella» (F 27,1). «Yo, como vi el deseo y hervor de aquellas almas, y que de tan lejos iban a buscar la Orden de nuestra Señora, hízome devoción y púsome deseo de ayudar a su buen intento» (F 27,2). «Mas como el Señor tenía determinado otra cosa, aprovecharon poco mis trazas» (F 27,2).

Caravaca está lejos. Los deseos de la Madre Teresa, poco conocedora de aquella geografía, se debilitan. Le importa mucho que la comunidad no quede aislada. «Verdad es que, como yo me informé en Beas de adónde era y vi ser tan a trasmano y de allí allá tan mal camino, que habían de pasar trabajo los que fuesen a visitar las monjas, y que a los prelados se les haría de mal, tenía bien poca gana de ir a fundarle» (F 27,3). Pero las candidatas, como la mujer sirofenicia del evangelio, «estaban tan firmes… que supieron tan bien granjear al padre Julián de Ávila y Antonio Gaytán, que antes que se vinieron dejaron hechas las escrituras, y se vinieron dejándolas muy contentas; y ellos lo vinieron tanto de ellas y de la tierra… a la verdad, se les puede a ellos agradecer esta fundación» (F 27,4).

Caravaca y Beas pertenecen a la Orden de Santiago. Las pretensiones de éstos chocan con el proyecto de Teresa. Escribe al Rey. Éste le responde. Ella queda agradecida, ora intercediendo. «Mas hízome tanta merced el Rey, que en escribiéndole yo, mandó que se diese, que es al presente Don Felipe, tan amigo de favorecer los religiosos que entienden que guardan su profesión, que, como hubiese sabido la manera del proceder de estos monasterios, y ser de la primera Regla, en todo nos ha favorecido. Y así, hijas, os ruego yo mucho, que siempre se haga particular oración por Su Majestad, como ahora la hacemos» (F 27,6).

La fundación llena de alegría al pueblo. Teresa delega funciones. «Como yo estaba tan lejos y con tantos trabajos, no podía remediarlas, y habíales harta lástima… (F 27,7). «Acordó el padre maestro fray Jerónimo Gracián… que fuesen las monjas que allí habían de fundar, aunque no fuese yo… Procuré que fuese priora de quien yo confiaba lo haría muy bien, porque es harto mejor que yo» (F 27,8). Era a finales de diciembre. Hacía mal tiempo. «Llegadas allá, fueron recibidas con gran contento del pueblo, en especial de las que estaban encerradas. Fundaron el monasterio, poniendo el Santísimo Sacramento día del Nombre de Jesús, año de 1576. Luego tomaron las dos hábito» (F 27,9).

Una forma de leer los hechos de la vida con la mirada teologal. Sale a la luz lo interior. Una de las tres jóvenes se echa para atrás, «acordó de tornarse a su casa con una hermana suya» (F 27,9). Se respira un aire de libertad. «Mirad, mis hijas, los juicios de Dios y la obligación que tenemos de servirle las que nos ha dejado perseverar hasta hacer profesión y quedar para siempre en la casa de Dios y por hijas de la Virgen, que se aprovechó Su Majestad de la voluntad de esta doncella y de su hacienda para hacer este monasterio, y al tiempo que había de gozar de lo que tanto había deseado, faltóle la fortaleza y sujetóla el humor, a quien muchas veces, hijas, echamos la culpa de nuestras imperfecciones y mudanzas» (F 27,10).

Es el Señor quien lo hace. «Plega a Su Majestad que nos dé abundantemente su gracia, que con esto no habrá cosa que nos ataje los pasos para ir siempre adelante en su servicio, y que a todas nos ampare y favorezca para que no se pierda por nuestra flaqueza un tan gran principio como ha sido servido que comience en unas mujeres tan miserables como nosotras…Que cada una haga cuenta de las que vinieren que en ella torna a comenzar esta primera Regla de la Orden de la Virgen nuestra Señora… Acordaos con la pobreza y trabajo que se ha hecho lo que vosotras gozáis con descanso; y si bien lo advertís, veréis que estas casas en parte no las han fundado hombres las más de ellas, sino la mano poderosa de Dios, y que es muy amigo Su Majestad de llevar adelante las obras que El hace, si no queda por nosotras. ¿De dónde pensáis que tuviera poder una mujercilla como yo para tan grandes obras, sujeta, sin solo un maravedí, ni quien con nada me favoreciese?» (F 27,11).

Una sorprendente definición de la vida. «Mirad, mirad, mis hijas, la mano de Dios. Pues no sería por ser de sangre ilustre el hacerme honra. De todas cuantas maneras lo queráis mirar, entenderéis ser obra suya. No es razón que nosotras la disminuyamos en nada, aunque nos costase la vida y la honra y el descanso; cuánto más que todo lo tenemos aquí junto. Porque vida es vivir de manera que no se tema la muerte ni todos los sucesos de la vida, y estar con esta ordinaria alegría que ahora todas traéis y esta prosperidad, que no puede ser mayor que no temer la pobreza, antes desearla. ¿Pues a qué se puede comparar la paz interior y exterior con que siempre andáis? En vuestra mano está vivir y morir con ella, como veis que mueren las que hemos visto morir en estas casas. Porque, si siempre pedís a Dios lo lleve adelante y no fiáis nada de vosotras, no os negará su misericordia; si tenéis confianza en El y ánimos animosos que es muy amigo Su Majestad de esto, no hayáis miedo que os falte nada» (F 27,12).

Discernimiento vocacional. «Nunca dejéis de recibir las que vinieren a querer ser monjas (como os contenten sus deseos y talentos, y que no sea por sólo remediarse, sino por servir a Dios con más perfección), porque no tenga bienes de fortuna, si los tiene de virtudes; que por otra parte remediará Dios lo que por ésta os habíais de remediar, con el doblo» (F 27,12). «Gran experiencia tengo de ello. Bien sabe Su Majestad que a cuanto me puedo acordar jamás he dejado de recibir ninguna por esta falta, como me contentase lo demás. Testigos son las muchas que están recibidas sólo por Dios, como vosotras sabéis. Y puédoos certificar que no me daba tan gran contento cuando recibía la que traía mucho, como las que tomaba sólo por Dios; antes las había miedo, y las pobres me dilataban el espíritu y daba un gozo tan grande, que me hacía llorar de alegría. Esto es verdad» (F 27,13).

«No pretendemos todas otra cosa, ni Dios nos dé tal lugar, sino que sea Su Majestad servido en todo y por todo» (F 27,14).

Andar en verdad. «Y aunque yo soy miserable y ruin, para honra y gloria suya lo digo, y para que os holguéis de cómo se han fundado estas casas suyas. Que nunca en negocio de ellas, ni en cosa que se me ofreciese para esto, si pensara no salir con ninguna si no era torciendo en algo este intento, en ninguna manera hiciera cosa, ni la he hecho digo en estas fundaciones que yo entendiese torcía de la voluntad del Señor un punto, conforme a lo que me aconsejaban mis confesores (que siempre han sido, después que ando en esto, grandes letrados y siervos de Dios, como sabéis), ni -que me acuerde- llegó jamás a mi pensamiento otra cosa» (F 27,15). «Bendito sea el que todo lo ha hecho, y despertado la caridad de las personas que nos han ayudado. Plega a Su Majestad que siempre nos ampare y dé gracia, para que no seamos ingratas a tantas mercedes, amén» (F 27,16).

¿Culminación de su etapa de fundadora? La Madre Teresa hace recuento de su tarea. «Se han pasado algunos trabajos, aunque creo son los menos los que he escrito; porque si se hubieran de decir por menudo, era gran cansancio, así de los caminos, con aguas y nieves y con perderlos, y sobre todo muchas veces con tan poca salud» (F 27,17). «En llevar condiciones de muchas personas, que era menester en cada pueblo, no se trabajaba poco» (F 27,18). «Y en dejar las hijas y hermanas mías cuando me iba de una parte a otra, yo os digo que, como yo las amo tanto, que no ha sido la más pequeña cruz, en especial cuando pensaba que no las había de tornar a ver y veía su gran sentimiento y lágrimas. Que aunque están de otras cosas desasidas, ésta no se lo ha dado Dios, por ventura para que me fuese a mí más tormento, que tampoco lo estoy de ellas, aunque me esforzaba todo lo que podía para no se lo mostrar, y las reñía; mas poco me aprovechaba, que es grande el amor que me tienen y bien se ve… ser verdadero» (F 27,18).

Ha fundado siempre con licencia y mandato del General, al que «amo mucho». «Cada casa que se fundaba me escribía recibir grandísimo contento… porque deseaba fundase tantas como tengo cabellos en la cabeza» (F 27,19). Pero, porque «Su Majestad fue servido de darme ya algún descanso, o que al demonio le pesó porque se hacían tantas casas adonde se servía nuestro Señor (bien se ha entendido no fue por voluntad de nuestro Padre General)… tráenme un mandamiento dado en Definitorio, no sólo para que no fundase más, sino para que por ninguna vía saliese de la casa que eligiese para estar, que es como manera de cárcel… Y lo peor era estar disgustado conmigo nuestro Padre General, que era lo que a mí me daba pena, harto sin causa, sino con informaciones de personas apasionadas. Con esto me dijeron juntamente otras dos cosas de testimonios bien graves que me levantaban» (F 27,19). «Para que veáis la misericordia de nuestro Señor y cómo no desampara Su Majestad a quien desea servirle, que no sólo no me dio pena, sino un gozo… que no cabía en mí, de manera que no me espanto de lo que hacía el rey David cuando iba delante del arca del Señor, porque no quisiera yo entonces hacer otra, según el gozo, que no sabía cómo le encubrir» (F 27,20). Aunque ellos «pensaban… que me hacían el mayor pesar del mundo» (F 27,20).

Experiencia de gozo. «Creo fue mi gozo principal parecerme que, pues las criaturas me pagaban así, que tenía contento al Criador. Porque tengo entendido que el que le tomare por cosas de la tierra o dichos de alabanzas de los hombres, está muy engañado; dejado de la poca ganancia que en esto hay, una cosa les parece hoy, otra mañana; de lo que una vez dicen bien, presto tornan a decir mal. Bendito seáis Vos, Dios y Señor mío, que sois inmutable por siempre jamás, amén. Quien os sirviere hasta el fin, vivirá sin fin, en vuestra eternidad» (F 27,21).

«Hase acabado hoy, víspera de San Eugenio, a catorce días del mes de noviembre, año de 1576 en el Monasterio de San José de Toledo, adonde ahora estoy… a gloria y honra de nuestro Señor Jesucristo, que reina y reinará para siempre. Amén.» (F 27,23). «Por amor de nuestro Señor pido a las hermanas y hermanos que esto leyeren me encomienden a nuestro Señor para que haya misericordia de mí y me libre de las penas del purgatorio y me deje gozar de sí» (F 27,24).

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