«Había dado un concierto extraordinario el genial violinista Sarasate. Salió a la calle aclamado, y allí había un hombre tocando su violín. El maestro se lo pidió. Lo tocó magistralmente y después pasó el sombrero y recogió mucho dinero que entregó al violinista callejero. Pero éste lloraba silenciosamente, y al preguntarle que por qué lloraba, si había recogido tanto dinero, el músico ambulante contestó que estaba emocionado porque había arrancado a su viejo violín unas notas que él nunca habría podido ni soñar».
Teresa empieza calmando las prisas de sus lectoras. «No os parezca mucho todo esto, que voy entablando el juego» (CE 24,1). Teresa sabe jugar al ajedrez. Y el juego se le mete en el escrito. A Dios se le da jaque mate con la humildad. Como lo hizo la Virgen en la Anunciación o como la esposa de los Cantares, que logró cautivar al amado con lo más frágil de sí misma, con un cabello de su cabeza. Pero rompió todo el esquema. ¿Por qué?
Porque no encajaba todo esto con la gratuidad de Dios. La relación entre nuestra humildad y el amor de El iba por otro camino. Humildad es aceptar la iniciativa de Dios.
Sigue pensando que la humildad y las virtudes son muy importantes para la vida de oración, pero los caminos de la misericordia de Dios son aximétricos. Los casos de Pablo, la Magdalena, la oveja perdida, el hijo pródigo, le hicieron reflexionar. Cambio de esquema mental: Dios se adelanta, no sufre la espera. Acosa amorosamente. Lo hace a muchos. Dios, dándose, nos provoca «para darnos a su Majestad con la determinación que El se da a nosotros» (C 16,5).
Y criticó sus afirmaciones:
- «Digo que no vendrá el rey de la gloria a nuestra alma si no nos esforzamos a ganar las virtudes grandes» (C 16,6). Sin humildad profunda y virtudes no hay que hacerse ilusiones.
- Pero algunas veces querrá Dios a personas que estén en mal estado hacerles tan gran favor, para sacarlas por este medio de las manos al demonio» (C 16,6). Dios se entrega por amor. «Nunca se cansa de dar» (C 16,9).
- A pesar de todo sigue con lo mismo: «No se da este Rey sino a quien se le da del todo» (C 16,4).
Recrea en tu vida la gratitud con esta oración:
Gracias, Señor, por el cosmos y sus leyes cargadas de misterio.
Gracias, Señor, por cada mujer, ternura de Dios en el mundo.
Gracias, Señor, por los que tienen siempre una palabra de aliento.
Gracias, Señor, por los gestos de paz que hacen frente a la violencia.
Gracias, Señor, por la cercanía siempre fresca de los amigos
Gracias, Señor, por los débiles de la tierra y su contribución a la esperanza.
Gracias, Señor, por tantos gestos cotidianos de servicio y gratuidad.
Gracias, Señor, por el milagro del agua y del pan, del abrazo y del beso.
Jesús nos explica lo que es el Padre por medio de las parábolas de la alegría de Lucas 15: la oveja perdida, la dracma perdida, el hijo pródigo.