Teresa declara lo que es oración mental. Estamos ante una página crucial del libro. Conocemos su definición: «Orar es tratar de amistad estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos nos ama» (Vida 8,5).
Habla, como siempre, desde la propia experiencia. Brotan por doquier soliloquios orantes. Después de la oración de C 22,8 dirá: esto es orar. Teresa tiene un arte de enseñar muy personal. No sabe enseñar en teoría. Por eso, el capítulo se llena de personas. Teresa escribe, habla y ora a Dios. Increpa a los semiteólogos de la oposición y se asombra de sus dichos. Y desde ellos va y viene a las lectoras.
Habla con las lectoras: «Sabed hijas que…» (C 22,1). Habla con el Señor: «Pues, ¿qué es esto, Señor mío, qué es esto, mi Emperador…?» (C 22,1). Habla con los que contradicen: «Qué es esto, cristianos. Los que decís que no es menester oración mental, ¿entendeisos?» (C 22,2).
Ante nosotros aparecen las convicciones teresianas de que la oración es tratar con El; su toma de posición frente a doctrinas equivocadas; y, sobre todo, sus momentos de oración vividos en directo.
Nosotros hemos aprendido qué es orar, más que con teorías y definiciones, viéndola a ella misma en oración a lo largo del capítulo.
Entonces, orar ¿qué es? En la relación de amistad que es la oración, lo más importante son los amigos. Los dos. ¿Quién soy yo? ¿Quién es él? Mucho más importante que las palabras, más que los ritos y el protocolo, más que las técnicas de recogimiento e interiorización, más que las variantes de la oración en vocal, mental, contemplativa…
Lo primero e insuplantable será la toma de conciencia del «quién con quién». Caer en la cuenta de «con quién va a hablar y quién es el que habla» (C 22,3). Si esto se hiciese bien la oración iría sobre rieles. Lo que importa es «entender y ver que hablo con Dios, con más advertencia que a las palabras que digo» (C 22,1). Porque «hablando con tan gran Señor, es bien estéis mirando con quién habláis y quién sois vos» (C 22,1).
Se trata de despertar la conciencia del Otro, de entrar en su órbita con el propio yo, tras haberse sacudido de encima las máscaras, pesos y ataduras de engreimiento, egocentrismo… El hombre está ante Dios, está con El.
Este estar con El, Teresa lo matiza a base de verbos: Entender y ver que hablo con él, estar mirando, pensarlo, pensar con quién habláis, procurar conocerlo, conocer su limpieza y quién es él. Todo esto es para acertar a tratarlo. «Para ver cómo lo hemos de tratar» (C 22,3).
Orar es aprender a tratar a Dios. Quizás sepa hacerlo mejor el pastorcito con su grosería que el sabio con sus teulogías y elegantes razonamientos (C 22,4). Versión de la parábola del publicano y el fariseo. El estar con él y cabe El es camino directo.
Lee despacio y ora esta oración de la Santa, señalando lo que más te llame la atención:
«¿Por qué nos han de quitar que procuremos quién es este hombre y quién es su Padre, y qué tierra es ésta adonde me ha de llevar y qué bienes son los que promete darme, qué condición tiene, cómo podré contentarle mejor, en qué le haré placer… Pues, Esposo mío, ¿en todo han de hacer menos caso de Vos que de los hombres? Si a ellos no les parece bien esto, dejen os vuestras esposas, que han de hacer vida con Vos… Esta es oración mental, hijas mías, entender estas verdades» (C 22,7-8).