Cómo entrar dentro de sí. Es un tema central del camino. El recogimiento es un estadio intermedio entre la oración rezada y la oración de pura contemplación. Teresa intenta decirnos qué es oración de recogimiento, los medios, y cómo podemos acostumbrarnos a ello.
En un primer momento nos ha dicho que recogerse es centrarse en el Otro. Ahora consiste en «entrar, con El, dentro de sí».
Un presupuesto básico: entrar dentro de sí mismo. La Santa prefirió como punto de partida la segunda palabra del Padrenuestro «que estás en los cielos». No en los cielos estrellados, sino en los cielos de mi alma o de mi vida, cielos espaciosos y dilatados de mi espíritu. Le da calado teológico al tema del recogimiento, hondura de fe. La interioridad del hombre es morada, o templo del Espíritu. Dios tiene sus delicias ahí, en estar con nosotros. Es importante «no solo creerlo, sino procurar entenderlo por experiencia» (C 28,1). Esto de experimentar que somos morada de Dios no es cosa fácil cuando un alma comienza a orar. «El no se da a conocer hasta que va ensanchándola poco a poco, conforma a lo que es menester para lo que ha de poner en ella» (C 28,12).
Consignas:
- Ahí, en mi espacio interior, «Dios está tan cerca que nos oirá» (C 28,2), basta hablarle bajito.
- Basta «ponerse en soledad y mirarle dentro de sí, y no extrañarse de tan buen huésped» (C 28,2).
- Aprender a «hablarle como a Padre, pedirle como a Padre» (C 28,2).
- Comunicarse con El sin falsas humildades (cf C 28,3).
- Audacia cristiana: «tratad con él como con Padre y como con hermano y como con Señor y como con Esposo, a veces de una manera, a veces de otra, que El os enseñará lo que habéis de hacer para contentarle. Dejaos de ser bobas: pedidle la palabra, que vuestro Esposo es, que os trate como a tal» (C 28,3).
Recogerse, ¿qué es? «Llámase recogimiento porque recoge el alma toda las potencias y se entra dentro de sí» (C 28,4).
- Es cosa del alma, es decir, cosa del centro interior de la persona.
- Es ella la que ha de convocar hacia dentro los sentidos y potencias.
- El alma misma «se entra dentro de sí con su Dios» (C 28,4).
- Dios actúa ahí: «viene con más brevedad a enseñarla su divino Maestro» (C 28,4).
- La persona recibe todo el misterio de Cristo con hondura y sentido nuevos, en ese nuevo mundo de la interioridad.
Catarata de imágenes plásticas. «Es llegar a beber el agua de la fuente» (C 28,5). «Caminar mucho en poco tiempo» (C 28,5). Es como un viaje por mar llevados por el viento, es entrarse como las abejas en la colmena «para labrar allí la miel» (C 28,7). Es disponer de una centellica para soplar sobre ella y prender fuego de amor que lo abrase todo (C 28,8).
Cómo acostumbrarse. «Hablemos un poco de cómo nos acostumbraremos a tan buen modo de proceder» (C 28,8).
- «Hagamos cuenta que dentro de nosotras está un palacio de grandísima riqueza» (C 28,9).
- Pero el palacio no es fin para sí mismo, es morada para alguien. «No nos imaginemos huecas por dentro» (C 28,10). «En este palacio está un gran rey» (C 28,9).
- Mi interioridad tiene una especie de dimensión religiosa y sacra: está hecha para ser capacidad de Dios, morada para él.
- Entrar dentro.
- Ser sensibles a la acción de El. Dios no nos habita como el ídolo está en su templo. Está en el palacio interior para la comunión de las personas.
- El se da a conocer, enriqueciéndola experiencia interior del orante. «Que pueda poner y quitar como en cosa propia» (C 28,12). «El no ha de forzar nuestra voluntad», pues «El no se da a Sí del todo hasta que nos damos del todo» (C 28,12).
Lee detenidamente estos pensamientos del Diario de Etty Hillesum, una mujer que sintoniza con Teresa y que puede sintonizar también contigo.
«Creo que lo voy a hacer: cada mañana, antes de ponerme a trabajar, dedicaré media hora a «volverme hacia el interior», a escuchar lo que pasa en mí. También podría decir meditar. Pero esa palabra me hace sentirme aún un tanto incómoda. Sí, ¿por qué no media hora de paz conmigo misma? Movemos los brazos, las piernas y otros músculos por la mañana en el cuarto de baño, pero eso no basta. El hombre es cuerpo y espíritu. Media hora de gimnasia y media hora de ‘meditación’ puede proporcionarnos una buena base de concentración para toda la jornada. Pero conseguir una ‘hora de paz’ no es tan sencillo. Es algo que se aprende. Tendríamos que borrar del interior todo ese pequeño fárrago bajamente humano, todas las florituras. Una pequeña cabeza como la mía está siempre atiborrada de inquietud por naderías. Hay también sentimientos y pensamientos que nos elevan y nos liberan, pero ese fárrago se insinúa por todas partes. El fin de la meditación debería consistir en crear en nuestro interior una llanura grande y extensa, limpia de los zarzales disimulados que nos tapan la vista. Hacer entrar un poco de ‘Dios’ en nosotros, del mismo modo que hay un poco de ‘Dios’ en la Novena de Beethoven. Hacer entrar también un poco de ‘Amor’ en nosotros, no de un amor de lujo de media hora con el que te regalas, orgullosa de la elevación de tus sentimientos, sino de un amor que podamos transferir de algún modo a la modesta práctica cotidiana».
«Hay en mí un pozo muy profundo. Y en ese pozo está Dios. A veces consigo llegar a él, pero lo más frecuente es que las piedras y escombros obstruyan el pozo, y Dios quede sepultado. Entonces es necesario volver a sacarlo a la luz».