30. Ante las altas peticiones del PADRENUESTRO (Camino 30)

Estamos en el espacio de las peticiones, «altas peticiones», dirá Teresa.

Decir «Padre» tiene que despertar y remover desde las entrañas el sentido filial del orante, y hacerlo entrar en los sentimientos de Jesús. El mejor modo de decir Padre será hacerlo en contemplación profunda.

Las primeras peticiones del Padrenuestro, son semilla y reclamo de contemplación. Rezarlas bien es algo que desborda el movimiento de los labios: tiene resonancia y reclamos en las capas profundas del espíritu.

Comienza recordando la necesidad de evitar la recitación mecánica. «Que entendáis lo que pedís» (C 30,3). «Llevar pensando cómo pedir, para contentarle y no serle desabrido» (C 30,1). La atención no se refiere solo a la mente, sino sensibilización interpersonal.

El espíritu humano normalmente resbala sobre las palabras, «porque estamos ciegos y con hastío para no poder comer los manjares que nos han de dar vida» (C 30,3).

Las dos peticiones primeras las entiende y las va a glosar en clave de oración contemplativa. «Os quiero decir lo que yo entiendo. Si no os contentare, pensad vosotras otras consideraciones» (C 30,3).

Las dos primeras peticiones le evocan la oración que «hay en el reino del cielo». «El gran bien que me parece a mí que hay en el reino del cielo, con otros muchos, es ya no tener cuenta con cosa de la tierra, sino un sosiego y gloria en sí mismos, un alegrarse de que se alegren todos, una paz perpetua, una satisfacción grande en sí mismo, que les viene de ver que todos alaban y santifican al Señor y bendicen su nombre y no le ofende nadie. Todos le aman y la misma alma no entiende en otra cosa sino en amarle, ni puede dejarle de amar, porque le conoce» (C 30,5). Esa forma de orar de los que están en el cielo es el modelo de los que están en la tierra.

Le pedimos su reino para poderle alabar y glorificar. Rezar en actitud contemplativa. El rezo maquinal es la muerte de la semilla contemplativa presente en cada palabra. Atención a la comunión de las personas. Abrirse paso a la acción del Otro. Dejarle a El el mando de nuestros resortes interiores. El será quien «ponga en sosiego las potencias y en quietud el alma» (C 30,6). Para Teresa el paso a la contemplación no es el resultado de nuestras técnicas, sino la intervención gratuita y amorosa del Señor. Sugiere más atención al Padre que a lo que le pedimos. Para ello recurre a la compañía del Maestro, que nos enseñó esta oración. Invita a pronunciar las palabras del Padrenuestro con los sentimientos del Maestro, a entrar en comunión con las palabras y sentimientos de Jesús, los que afloraron en su alma cuando dijo: Padre.

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