Este capítulo, elaborado a conciencia y polémico -fue suprimido en la primera edición-, sigue glosando las dos primeras peticiones del Padrenuestro. Nos acercamos con ella al agua viva de la oración contemplativa.
Teresa habla de contemplación no desde la teoría sino desde la práctica. Para ella la oración de quietud es «principio de contemplación» y por eso mismo la entrada en el Reino que pedimos en el Padrenuestro. «Parece comienza el Señor a dar a entender que oye nuestra petición y comienza a darnos su reino aquí para que de veras le alabemos y santifiquemos su nombre y procuremos lo hagan todos» (C 31,1). El orante siente que «está en el palacio del Rey y ve que le comienza ya a dar aquí su reino» (C 31,3).
La oración es cosa de amistad, cosa de dos, de Dios y del hombre. En los primeros pasos del rezo y meditación el orante tiene la sensación de ser él quien lleva el protagonismo. Ahora entra en escena el misterioso Interlocutor. La acción la percibe Teresa en tres planos.
Hay un primer plano teologal, básico y decisivo: Dios interviene con su gracia en nuestra oración. El orante y El «están tan cerca que ve que se entienden por señas» (C 31,3). «Es un ponerse el alma… en la paz de su presencia» (C 31,2). El orante «entiende por una manera muy fuera de entender con los sentidos exteriores, que está junto cabe su Dios» (C 31,2). El orante siente que no es él quien se pone a sí mismo en paz, sino que es el Señor quien «lo pone en paz en su presencia» (C 31,2). De ahí la sensación de gratuidad absoluta, «cosa muy conocidamente sobrenatural» (C 31,10).
Hay un segundo plano psicológico: la gracia de la contemplación remueve y transforma la interioridad del orante. La voluntad, y con ella la afectividad entera del orante, quedan subyugadas, «cautivas» (C 31,3). «Contenta de verse cabe la fuente, que aun sin beber está ya harta» (C 31,3). La paz y la quietud se extienden en derredor: «todas las potencias se sosiegan» (C 31,2); «siéntese grandísimo deleite en el cuerpo y grande satisfacción el alma» (C 31,3). «Descansa… y se le doblan las fuerzas para caminar» (C31,2).
Hay un tercer plano existencial: la vida común y corriente del orante. La contemplación alcanza la vida cotidiana. En la contemplación se entra por la puerta del amor, que afecta a toda la vida. La oración revierte sobre la vida. La entrada en el reino es un revulsivo o un generador intensivo de presencia y compromiso en el quehacer. «Vida activa y contemplativa es junta. De todo sirven entonces al Señor juntamente; porque la voluntad estáse en su obra sin saber cómo obra y en su contemplación; las otras dos potencias andan en lo que Marta; así que ella y María andan juntas» (C 31,5).
Teresa habla desde la experiencia. «Yo sé de una persona a quien la ponía el Señor aquí muchas veces» (C 31,5). Habla desde la experiencia de sí y de otros, algunas hermanas de la comunidad, san Francisco de Borja, para iniciar en la experiencia y guiar a través de ella.
Las motivaciones bíblicas. El anciano Simeón, que prorrumpe en el himno de paz y en el deseo del reino al entrar en la presencia del Señor, porque «dióselo el mismo Niño a entender» (C 31,2). O la imagen de Pedro en el Tabor: el contemplativo «de buena gana diría con San Pedro: hagamos aquí tres tiendas» (C 31,3). O las figuras típicas de Marta y María. Y la figura del publicano, capaz de orar sin apenas palabras «sino con un alzar los ojos» (C 31,6).
La pedagogía de las imágenes. Aparecen la fuente, el palacio y el camino. La vela, la llama y el soplo, para expresar la gratuidad de Dios. Las más bellas imágenes las reserva Teresa para poner de relieve la acción de Dios. «Que así como no podemos hacer que amanezca, tampoco podemos hacer que deje de amanecer» (C 31,6). La imagen más bella, la del «niño que aún mama, cuando está a los pechos de su madre, y ella sin que él paladee, échale la leche en la boca para regalarle» (C 31,9-10).
Consejos que da Teresa para aprender a recibir bien:
- No forzar la mano del dador: «es bobería» (C 31,6).
- «Es bien procurar más soledad para dar lugar al Señor y dejar que El obre como en cosa suya» (C 31,7).
- No desasosegarse porque la fantasía y el pensamiento se nieguen a compartir la paz de la voluntad (C 31,8).
- Sí importa disponerse para recibir, para recibir más. «Que entiendan lo que les falta y se humillen, y procuren irse desasiendo de todo» (C 31,11).
- Que el contemplativo responda «en los servicios conforme a tan gran merced» (C 31,12).
- La oración de quietud es solo «el principio de la contemplación». Es grande la diferencia que hay entre ella y la oración de unión, en la que «está toda el alma unida con Dios» (C 31,10).
- No olvidar que todo esto se apoya en una piedra humilde: la oración vocal y el rezo del Padrenuestro en sus dos primeras peticiones. «Creed que aquí es el verdadero alabar y santificar su nombre» (C 31,11.13).