32. Esto es contemplación perfecta (Camino 32)

Estamos ante una de las páginas fuertes del Camino. Para Teresa decirle a Dios «hágase tu voluntad» no es una oración cualquiera. Es una palabra que marca uno de los hitos cimeros de la oración cristiana. Es hacer el don de sí, es abrirse al don de la contemplación, al pleno don de El, en amistad consumada. Es llegar a la «fuente de agua viva».

Si Dios no nos diera su reino, ¿cómo podríamos santificar su nombre y cómo seríamos capaces de darle efectivamente nuestra voluntad?

Cuando el orante hace el don de sí, Jesús está de por medio (C 32,1), hace de embajador nuestro (C 32,3), suple y robustece nuestras cobardías y deficiencias. «Bien hicisteis, nuestro buen Maestro, en pedir la petición pasada para que podamos cumplir lo que dais por nosotros. Porque, cierto, Señor, si así no fuera, imposible me parece. Mas haciendo vuestro Padre lo que Vos le pedís de darnos acá su reino, yo sé que os sacaremos verdadero en dar lo que dais por nosotros: porque hecha la tierra cielo, será posible hacer en mí vuestra voluntad. Mas sin esto, y en tierra tan ruin como la mía y tan sin fruto, yo no sé, Señor, cómo sería posible. Es gran cosa lo que ofrecéis» (C 32,2).

Teresa no sabe hablar de oración sin hacerla. Una vez más lleva esto a la práctica. Pasa del diálogo con Cristo al diálogo con las lectoras: «¡Oh Señor mío, qué gran regalo es éste para mí!… ¡Oh amigas, qué gran ganancia hay aquí» (C 32,4). El capítulo está lleno de expresiones orantes, que nos acercan a la experiencia de Teresa.

Decir al Padre «hágase tu voluntad» es ofrecerle la nuestra. Petición en la forma, oferta profunda en el fondo. Ejemplo de esta petición es la que hace Jesús en el Huerto. «Cierto, Señor mío, que no nos dejáis con nada, y que damos todo lo que podemos, si lo damos como decimos» (C 32,1). No es extraño que orar de verdad esta petición cueste. A veces lo decimos entre el miedo y la superficialidad. «Querría yo preguntarles… lo que dicen cuando suplican al Señor cumpla su voluntad en ellos. O es que lo dicen por decir lo que todos, mas no para hacerlo» (C 32,3).

Teresa insiste en este acto de entrega. En esto está el todo, «en darnos todo al todo sin hacernos partes» (C 8,1). «Todo lo que os he avisado en este libro va dirigido a este punto de darnos del todo al Criador y poner nuestra voluntad en la suya, y desasirnos de las criaturas» (C 32,9). «Démosle ya una vez la joya del todo» (C 32,8) con determinada determinación. «Así que, hermanas, si tenéis amor, procurad no sean palabras de cumplimiento las que decís a tan gran Señor» (C 32,7). «Porque sin dar nuestra voluntad del todo al Señor para que haga en todo… conforme a ella, nunca deja (El) beber del agua viva de la fuente» (C 32,9).

La contemplación es el resultado de haber hecho el don de sí al Padre. La contemplación es la gracia que sobreviene al hecho de haberse dado del todo a El. «El no se da a Sí del todo hasta que nos damos del todo. Esto es cosa cierta, y porque importa tanto os lo recuerdo tantas veces» (C 28,12).

Teresa hace ante nosotros un momento de viva y real contemplación. «Todo lo demás estorba e impide decir fial voluntas tua: cúmplase, Señor, en mí vuestra voluntad de todos los modos y maneras que Vos, Señor mío, quisiereis. Si queréis con trabajos, dadme esfuerzo y vengan; si con persecuciones y enfermedades y deshonras y necesidades, aquí estoy, no volveré el rostro, Padre mío, ni es razón vuelva las espaldas. Pues vuestro Hijo dio en nombre de todos esta mi voluntad, no es razón falte de mi parte; sino que me hagáis Vos merced de darme vuestro reino para que yo lo pueda hacer, pues El me le pidió, y disponed en mí como en cosa vuestra, conforma a vuestra voluntad. ¡Oh hermanas mías, qué fuerza tiene este don…!» (C 32,10-11).

La mayor asimilación a Cristo. Cuando el orante ha superado sus miedos y por fin ha sido capaz de decir al Padre: «haz en mi tu voluntad», está bien seguro de cuál va a ser ésta. «Ni riquezas ni deleites ni honras ni todas estas cosas de acá. ¡No os quiere tan poco!» (C 32,6). «Da conforme al amor que nos tiene: a los que ama más, da de estos dones más; a los que menos, menos, y conforme al ánimo que ve en cada uno, y el amor que tiene a Su Majestad. A quien amare mucho, verá que puede padecer mucho por El; al que amare poco, poco» (C 32,7). Porque «la medida de llevar gran cruz o pequeña es la del amor» (C 32,7).

«Unión» es un término muy usado en Teresa. Únicamente en la unión va a ocurrir el hecho terminal de la santificación del orante. Santidad que acontece por la presencia de Dios en él. Decir hágase «si va con la determinación que ha de ir, no puede menos de traer al Todopoderoso a ser uno con nuestra bajeza y transformarnos en Sí, y hacer una unión del Criador con la criatura» (C 32,11).

Horizontes insospechados. «Porque no contento El con tener hecha esta alma una cosa consigo por haberla ya unido a Sí mismo, comienza a regalarse con ella, a descubrirle sus secretos, a holgarse de que entienda lo que ha ganado, y que conozca algo de lo que la tiene por dar: hácela ir perdiendo los sentidos exteriores, porque no le ocupe nada. Esto es arrobamiento. Y comienza a tratar con tanta amistad, que no solo la torna a dejar su voluntad, mas dale la suya con ella» (C 32,12).

Aquí ya no hay técnicas ni méritos. El orante está en el reino de la gracia. Aquí «la pobre alma, aunque quiera, no puede lo que querría, ni puede nada sin que se lo den. Y esta es su mayor riqueza: quedar, mientras más sirva, más adeudada» (C 32,13).

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