Uno de los capítulos más breves del libro. Teresa interrumpe el comentario al Padrenuestro par hacer un elogio de la oración del Señor. Al ir comentando el Padrenuestro se le ha llenado el alma de sentimientos. Ahora los deja salir y los convierte en confidencia.
Son sentimientos de admiración y aprecio profundo: «Espántame ver… en tan pocas palabras… toda la contemplación y perfección» (C 37,1).
Sentimientos de gratitud al Maestro que, mientras nos enseña, ora con nosotros, hasta sorprenderlo diciendo las mismas peticiones que nos enseña. Le interesa rastrear los sentimientos de Jesús al decir el Padrenuestro y compartir con los lectores esos sentimientos.
Este elogio lo ha venido haciendo a lo largo del Camino. Recuerda la anécdota de la pobre vieja, amiga de Teresa, que tenía en el Padrenuestro su manual de contemplación (C 30,7).
Recuerda la consigna: «Os conviene, para rezar el Paternóster, no apartarse cabe el Maestro que os lo enseñó» (C 24,5). Y esta otra: tener presente «el gran amor que nos mostró el Señor en las primeras palabras del Paternóster» (C 27, epígrafe). Ella está convencida de que «esta oración evangélica… encierra en sí todo el camino espiritual»: «la gran consolación que está encerrada aquí» en cada petición (C 42,5).
Rezo a dos niveles. Teresa se asombra de las tonalidades que encierra esta oración. Es una oración llana para todos. Teresa cree que Jesús la dejó intencionadamente abierta para que pueda posarse en los labios de cualquier orante. Incluso en las situaciones más extremas, de dolor, de gozo, de necesidad, de oscuridad, de petición o de acción de gracias.