12 de noviembre
«A los que por la misericordia de Dios han vencido estos combates, y con la perseverancia entrado a las terceras moradas ¿qué les diremos, sino bienaventurado el varón que teme al Señor? No ha sido poco hacer Su Majestad que entienda yo ahora qué quiere decir el romance de este verso a este tiempo, según soy torpe en este caso. Por cierto, con razón le llamaremos bienaventurado, pues si no torna atrás, a lo que podemos entender lleva camino seguro de su salvación. Aquí veréis, hermanas, lo que importa vencer las batallas pasadas; porque tengo por cierto que nunca deja el Señor de ponerle en seguridad de conciencia, que no es poco bien. Digo en seguridad, y dije mal, que no la hay en esta vida, y por eso siempre entended que digo ‘si no torna a dejar el camino comenzado'» (3M 1,1).
- La misericordia de Dios, el esfuerzo en la pelea y la perseverancia se alían para que entremos más adentro en la espesura.
- El amor a Dios lo vivimos en riesgo, como quien lleva un tesoro en vasijas de barro.
- De ahí la necesidad y bienaventuranza del temor. El temor de Dios sí, temor de volver atrás, de desandar el camino emprendido de la amistad con Él. El miedo es al que hay que echar fuera, porque nos paraliza y nos impide caminar con alegría.
- Decir «Amén» nos da esa seguridad que tiene el niño en brazos de su mamá. Así estamos ante Dios. Lo que nos enseña el Espíritu es tan seguro, que merece confianza.
13 de noviembre
«Harto gran miseria es vivir en vida que siempre hemos de andar como los que tienen los enemigos a la puerta, que ni pueden dormir ni comer sin armas, y siempre con sobresalto si por alguna parte pueden desportillar esta fortaleza. ¡Oh Señor mío y bien mío!, ¿cómo queréis que se desee vida tan miserable, que no es posible dejar de querer y pedir nos saquéis de ella si no es con esperanza de perderla por Vos o gastarla muy de veras en vuestro servicio, y sobre todo entender que es vuestra voluntad? Si lo es, Dios mío, muramos con Vos, como dijo Santo Tomás, que no es otra cosa sino morir muchas veces vivir sin Vos y con estos temores de que puede ser posible perderos para siempre. Por eso digo, hijas, que la bienaventuranza que hemos de pedir es estar ya en seguridad con los bienaventurados; que con estos temores ¿qué contento puede tener quien todo su contento es contentar a Dios? Y considerad que éste, y muy mayor, tenían algunos santos que cayeron en graves pecados; y no tenemos seguro que nos dará Dios la mano para salir de ellos y hacer la penitencia que ellos (entiéndese del auxilio particular)» (3M 1,2).
- Hay formas de vivir la vida que no son vida. Descubrirlo ya es un don de Dios. Poner la mano en la mano de Dios es seguridad.
- La vida la vivimos en plenitud cuando la gastamos en servir al Señor y a los hermanos más necesitados, cuando nos fijamos objetivos que son mayores que uno mismo.
- Dios conoce nuestros corazones y nos ama. No hay mejor forma de ganar la vida que decir, con María: hágase tu voluntad.
- Vivir sin Dios es morir. Dios, en su amor apasionado por nosotros, levanta nuestra vida cautiva y le da alas para volar en esperanza.
14 de noviembre
«Por cierto, hijas mías, que estoy con tanto temor escribiendo esto, que no sé cómo lo escribo ni cómo vivo cuando se me acuerda, que es muy muchas veces. Pedidle, hijas mías, que viva Su Majestad en mí siempre; porque si no es así, ¿qué seguridad puede tener una vida tan mal gastada como la mía? Y no os pese de entender que esto es así, como algunas veces lo he visto en vosotras cuando os lo digo, y procede de que quisierais que hubiera sido muy santa, y tenéis razón: también lo quisiera yo; mas ¡qué tengo de hacer si lo perdí por sola mi culpa! Que no me quejaré de Dios que dejó de darme bastantes ayudas para que se cumplieran vuestros deseos; que no puedo decir esto sin lágrimas y gran confusión de ver que escriba yo cosa para las que me pueden enseñar a mí. ¡Recia obediencia ha sido! Plega al Señor que, pues se hace por El, sea para que os aprovechéis de algo porque le pidáis perdone a esta miserable atrevida. Mas bien sabe Su Majestad que sólo puedo presumir de su misericordia, y ya que no puedo dejar de ser la que he sido, no tengo otro remedio, sino llegarme a ella y confiar en los méritos de su Hijo y de la Virgen, madre suya, cuyo hábito indignamente traigo y traéis vosotras. Alabadle, hijas mías, que lo sois de esta Señora verdaderamente; y así no tenéis para qué os afrentar de que sea yo ruin, pues tenéis tan buena madre. Imitadla y considerad qué tal debe ser la grandeza de esta Señora y el bien de tenerla por patrona, pues no han bastado mis pecados y ser la que soy para deslustrar en nada esta sagrada Orden» (3M 1,3).
- Dios nos lo da todo, no sabe hacer otra cosa que amar. Pero nosotros, ¡cuánto hemos perdido por nuestra culpa! El aceptar que nos mire es lo que nos mantiene en la alegría, lo que despierta nuestra alabanza.
- Quedarse en terreno de nadie, sin proyecto de santidad, es la mayor desgracia. De lo único que podemos presumir es de la misericordia del Señor.
- Solo la confianza ilimitada en el Señor podrá salvarnos de la inestabilidad e inseguridad permanente.
- Que Dios viva siempre en nosotros, éste es el mayor bien.
15 de noviembre
«Mas una cosa os aviso: que no por ser tal y tener tal madre estéis seguras, que muy santo era David, y ya veis lo que fue Salomón; ni hagáis caso del encerramiento y penitencia en que vivís, ni os asegure el tratar siempre de Dios y ejercitaros en la oración tan continuo y estar tan retiradas de las cosas del mundo y tenerlas a vuestro parecer aborrecidas. Bueno es todo esto, mas no basta como he dicho para que dejemos de temer; y así continuad este verso y traedle en la memoria muchas veces: Beatus vir, qui timet Dominum» (3M1,4).
- Podemos llevar una vida propia de santos.
- Podemos dedicar tiempo cada día a la oración y ser fieles a ese compromiso.
- Podemos llevar una vida dedicada a los demás.
- Aun así, no es bueno fiarnos de nosotros, porque somos fragilidad.
- Lo mejor es caminar hacia un amén confiado y a un temor del Señor. Tanto el amén como el temor son dones del Espíritu.
16 de noviembre
«Ya no sé lo que decía, que me he divertido mucho y, en acordándome de mí, se me quiebran las alas para decir cosa buena; y así lo quiero dejar por ahora.
Tornando a lo que os comencé a decir de las almas que han entrado a las terceras moradas, que no las ha hecho el Señor pequeña merced en que hayan pasado las primeras dificultades, sino muy grande, de éstas, por la bondad del Señor, creo hay muchas en el mundo: son muy deseosas de no ofender a Su Majestad ni aun de los pecados veniales se guardan, y de hacer penitencia amigas, sus horas de recogimiento, gastan bien el tiempo, ejercítanse en obras de caridad con los prójimos, muy concertadas en su hablar y vestir y gobierno de casa, los que las tienen. Cierto, estado para desear y que, al parecer, no hay por qué se les niegue la entrada hasta la postrera morada ni se la negará el Señor, si ellos quieren, que linda disposición es para que las haga toda merced» (3M1,5).
- ¿Quién puede entrar en la tienda del Señor?
- El que desea responder al inmenso amor que Él nos tiene.
- El que sabe ver a Jesús en los prójimos más necesitados.
- El que está preparado con la lámpara encendida para el encuentro.
- El que se olvida de sí y sabe decir tú.
17 de noviembre
«¡Oh Jesús!, ¿y quién dirá que no quiere un tan gran bien, habiendo ya en especial pasado por lo más trabajoso?No, ninguna. Todas decimos que lo queremos; mas como aun es menester más para que del todo posea el Señor el alma, no basta decirlo, como no bastó al mancebo cuando le dijo el Señor que si quería ser perfecto. Desde que comencé a hablar en estas moradas le traigo delante; porque somos así al pie de la letra, y lo más ordinario vienen de aquí las grandes sequedades en la oración, aunque también hay otras causas; y dejo unos trabajos interiores, que tienen muchas almas buenas, intolerables y muy sin culpa suya, de los cuales siempre las saca el Señor con mucha ganancia, y de las que tienen melancolía y otras enfermedades. En fin, en todas las cosas hemos de dejar aparte los juicios de Dios. De lo que yo tengo para mí que es lo más ordinario, es lo que he dicho; porque como estas almas se ven que por ninguna cosa harían un pecado, y muchas que aun venial de advertencia no le harían, y que gastan bien su vida y su hacienda, no pueden poner a paciencia que se les cierre la puerta para entrar adonde está nuestro Rey, por cuyos vasallos se tienen y lo son. Mas aunque acá tenga muchos el rey de la tierra, no entran todos hasta su cámara. Entrad, entrad, hijas mías, en lo interior; pasad adelante de vuestras obrillas, que por ser cristianas debéis todo eso y mucho más y os basta que seáis vasallas de Dios; no queráis tanto, que os quedéis sin nada. Mirad los santos que entraron a la cámara de este Rey, y veréis la diferencia que hay de ellos a nosotras. No pidáis lo que no tenéis merecido, ni había de llegar a nuestro pensamiento que por mucho que sirvamos lo hemos de merecer los que hemos ofendido a Dios» (3M 1,6).
- En el camino de la oración necesitamos constante discernimiento para no confundirnos en el camino.
- La invocación constante al Espíritu nos ayudará a no dejar de mirar a Jesús, que siempre va por delante.
- En la relación con Jesús no bastan las palabras, es necesaria la verdad del corazón.
- Jesús siempre es gratuidad total; nunca lo compramos con nuestras obras.
- Cuando hayamos hecho todo lo que tenemos que hacer, abriremos las manos para recibir, porque lo más importante es gracia, regalo de Jesús.
18 de noviembre
«¡Oh humildad, humildad! No sé qué tentación me tengo en este caso que no puedo acabar de creer a quien tanto caso hace de estas sequedades, sino que es un poco de falta de ella. Digo que dejo los trabajos grandes interiores que he dicho, que aquéllos son mucho más que falta de devoción. Probémonos a nosotras mismas, hermanas mías, o pruébenos el Señor, que lo sabe bien hacer, aunque muchas veces no queremos entenderlo; y vengamos a estas almas tan concertadas, veamos qué hacen por Dios y luego veremos cómo no tenemos razón de quejarnos de Su Majestad. Porque si le volvemos las espaldas y nos vamos tristes, como el mancebo del Evangelio, cuando nos dice lo que hemos de hacer para ser perfectos, ¿qué queréis que haga Su Majestad, que ha de dar el premio conforme al amor que le tenemos? Y este amor, hijas, no ha de ser fabricado en nuestra imaginación, sino probado por obras; y no penséis que ha menester nuestras obras, sino la determinación de nuestra voluntad» (3M 1,7).
- ¿Qué hemos de hacer para ser perfectos?
- El Señor se da a nosotros cuando le amamos. El amor es la puerta para que nos muestre su amor.
- Irnos tristes porque el Señor no nos da lo que pretendemos es falta de humildad.
- El Señor nos conoce y sabe lo que nos hace falta.
- Lo que hacemos por Jesús es nada comparado con lo que Él hace por nosotros. Él nos amó y se entregó por nosotros.
- Más que nuestras obras, lo que quiere es nuestra voluntad de estar con Él.