20 de enero
«Tornando al verso, en lo que me puede aprovechar, a mi parecer, para aquí, es en aquel ensanchamiento; que así parece que, como comienza a producir aquella agua celestial de este manantial que digo de lo profundo de nosotros, parece que se va dilatando y ensanchando todo nuestro interior y produciendo unos bienes que no se pueden decir, ni aun el alma sabe entender qué es lo que se le da allí. Entiende una fragancia digamos ahora como si en aquel hondón interior estuviese un brasero adonde se echasen olorosos perfumes; ni se ve la lumbre, ni dónde está; mas el calor y humo oloroso penetra toda el alma y aun hartas veces como he dicho participa el cuerpo. Mirad, entendedme, que ni se siente calor ni se huele olor, que más delicada cosa es que estas cosas; sino para dároslo a entender. Y entiendan las personas que no han pasado por esto, que es verdad que pasa así y que se entiende, y lo entiende el alma más claro que yo lo digo ahora; que no es esto cosa que se puede antojar, porque por diligencias que hagamos no lo podemos adquirir, y en ello mismo se ve no ser de nuestro metal, sino de aquel purísimo oro de la sabiduría divina. Aquí no están las potencias unidas, a mi parecer, sino embebidas y mirando como espantadas qué es aquello» (4 M 2,6).
- Teresa sabe lo que es un paisaje seco, un estilo de vida personal seco y cansado, una fiesta vacía de alegría, una vida religiosa anodina, sin alma. Nosotros, también. Tomar conciencia de que a menudo vivimos una vida que no tiene sabor a vida, es un primer paso.
- Pero a Teresa, de repente, se le ensancha la vida por dentro, toma conciencia de que tiene en el corazón un surtidor de agua viva. Es el cumplimiento de la promesa de Jesús: «De vuestras entrañas manarán fuentes de agua vida». No sabe explicar muy bien lo que pasa dentro, qué es aquello, pero sabe con certeza que algo nuevo le ha nacido a su vida y que no es de su metal. Es como una fuente, como una fragancia, como un perfume que se extiende. Es la gracia inundando todo el ser.
- Dios es fuente de vida, creador de gente nueva. Su presencia es una fiesta. La novedad de Jesús ensancha el corazón. El proyecto de Jesús no puede quedar encerrado en estilos de vida estrechos. El mundo está esperando esta vida nueva, este estilo de vivir alegre y creativo, esta solidaridad honda y gozosa con los demás. La fe es ponerse en marcha, a la vida le nacen alas, al presente anodino se le abra la puerta de un futuro de vida para todos. El amor se expande, se contagia, es misionero.
21 de enero
«Podrá ser que en estas cosas interiores me contradiga algo de lo que tengo dicho en otras partes. No es maravilla, porque en casi quince años que ha que lo escribí, quizá me ha dado el Señor más claridad en estas cosas de lo que entonces entendía, y ahora y entonces puedo errar en todo, mas no mentir, que, por la misericordia de Dios, antes pasaría mil muertes. Digo lo que entiendo» (4M 2,7).
- «Digo lo que entiendo». Teresa, de nuevo, aparece como una mujer de verdad, de palabra limpia. Bebe en Dios, que es la misma verdad. No se queda dentro con segundas intenciones, no alimenta confusiones, ni sopla sobre las cenizas. Podrá ser que se contradiga, pero no puede ser que engañe. No quiere engañar en las cosas de Dios. Desde niña se le quedó impreso el camino de la verdad. Otra mujer, Teresa de Lisieux, decía: «Me parece que nunca he buscado más que la verdad». Andar en verdad: Todo un desafío para nuestro mundo, para nosotros, tan expuestos a la corrupción y a la mentira.
22 de enero
«La voluntad bien me parece que debe estar unida en alguna manera con la de Dios; mas en los efectos y obras de después se conocen estas verdades de oración, que no hay mejor crisol para probarse. Harto gran merced es de nuestro Señor, si la conoce quien la recibe, y muy grande si no torna atrás. Luego querréis, mis hijas, procurar tener esta oración, y tenéis razón; que como he dicho no acaba de entender el alma las que allí la hace el Señor y con el amor que la va acercando más a Sí, que cierto está desear saber cómo alcanzaremos esta merced. Yo os diré lo que en esto he entendido» (4M 2,8).
- A Teresa no le gusta andarse por las ramas, va al fondo de nuestro ser, a la voluntad. Ella conoce, porque se ha pensado y observado mucho, que ahí está nuestra raíz, la posibilidad de la entrega amorosa a Dios o la decisión de quedarnos solos.
- No basta una oración superficial, de nada sirve decir el amor solo con los labios. Una oración así es como pretender manipular a Dios, pero Dios no se deja manipular y se esconde, nos deja enredados en nuestra propia soledad. Muchos tienen a veces la sensación de que Dios se distancia de ellos, precisamente cuando oran. Como si no respondiera de inmediato a sus deseos. La cosa es más profunda. Del dicho al hecho hay un largo trecho. Juan de la Cruz, un enamorado, decía sorprendido: «¡Señor, Dios mío!, no eres tú extraño a quien no se extraña contigo: ¿Cómo dicen que te ausentas tú?».
- La voluntad, tan dada a dominar y controlar, a poseer y a exigir, necesita un gran cambio para poder unirse a Jesús. Del dominio pasamos a la súplica confiada. De imponer pasamos a aprender a recibir. Es la hora de Jesús. Este es el milagro de la fe. La voluntad, tan dada a dar voces y a mandar, ahora se calla y habla las palabras del amor, en silencio amoroso, que son las palabras que Dios más oye.
- La oración, ahora sí, es un diálogo profundo, en la verdad, entre Dios y nosotros; un diálogo enamorado. No siempre nuestras palabras coinciden con nuestra voluntad. En esta experiencia que nos está contando Teresa, la voluntad, lo más sagrado que tenemos, está unido a Dios. Y esto se nota en los efectos. El hecho de que Dios nos deje estar con Él ya es un grandísimo regalo. Saber que estamos recibiendo de Dios tanto, también. Jesús desborda nuestros deseos, sacia nuestra sed, es un derroche que nos deja sorprendidos, asombrados.
- ¿Cómo podemos vivir esta experiencia de amor, de unión de voluntades? ¿Cómo nosotros, que hemos sido creados para amar, podemos descubrir, asombrados, cómo Dios nos ama tanto y cómo quiere hacer maravillas en nosotros? A todo esto va a intentar responder Teresa de Jesús.
23 de enero
«Dejemos cuando el Señor es servido de hacerla porque Su Majestad quiere y no por más. El sabe el porqué; no nos hemos de meter en eso. Después de hacer lo que los de las moradas pasadas, ¡humildad, humildad! Por ésta se deja vencer el Señor a cuanto de él queremos; y lo primero en que veréis si la tenéis, es en no pensar que merecéis estas mercedes y gustos del Señor ni los habéis de tener en vuestra vida. Diréisme que de esta manera que ¿cómo se han de alcanzar no los procurando? A esto respondo que no hay otra mejor de la que os he dicho y no los procurar, por estas razones: la primera, porque lo primero que para esto es menester es amar a Dios sin interés; la segunda, porque es un poco de poca humildad pensar que por nuestros servicios miserables se ha de alcanzar cosa tan grande; la tercera, porque el verdadero aparejo para esto es deseo de padecer y de imitar al Señor y no gustos, los que, en fin, le hemos ofendido; la cuarta, porque no está obligado Su Majestad a dárnoslos, como a darnos la gloria si guardamos sus mandamientos, que sin esto nos podremos salvar y sabe mejor que nosotros lo que nos conviene y quién le ama de verdad; y así es cosa cierta, yo lo sé, y conozco personas que van por el camino del amor como han de ir, por sólo servir a su Cristo crucificado, que no sólo no le piden gustos ni los desean, mas le suplican no se los dé en esta vida. Esto es verdad. La quinta es, porque trabajaremos en balde, que como no se ha de traer esta agua por arcaduces como la pasada, si el manantial no la quiere producir, poco aprovecha que nos cansemos. Quiero decir que aunque más meditación tengamos y aunque más nos estrujemos y tengamos lágrimas, no viene este agua por aquí. Sólo se da a quien Dios quiere y cuando más descuidada está muchas veces el alma» (4M 2,9).
- Teresa da pistas para prepararnos para esta experiencia:
- La gratuidad de Dios. Da cuando quiere y como quiere. No hay más razones. A Dios nadie le ata las manos. Es el libre para hacer con sus cosas lo que quiere. No hace ofensa a nadie. Él conoce los porqués profundos que, a menudo, nuestra razón no entiende. El sabe lo que nos conviene y quién le ama de verdad.
- Humildad como respuesta. Siempre, humildad, compañía imprescindible para los orantes a lo largo de todo el camino. Necesaria para entender quién es Dios y para saber que nunca compramos a Dios con nuestras obras. Sabemos que la tenemos cuando somos conscientes de que no merecemos los dones que Dios nos da, que son siempre gratuidad, regalo inmerecido.
- Dar la vida sin interés, sin esperar nada a cambio. Así hace la fuente cuando da el agua, así hace la semilla cuando se convierte en espiga de trigo. Necesitamos mucha limpieza en esto.
- Estar dispuestos a llevar la cruz por ser seguidores de Jesús. Vivir la gratuidad que Jesús ofrece no solo conlleva gustos, también conlleva cruz. No hay que abandonar por el hecho de que ésta aparezca en el horizonte. La gratuidad lleva a la fidelidad del seguimiento de Jesús, el único dador de vida verdadera.
24 de enero
«Suyas somos, hermanas; haga lo que quisiere de nosotras; llévenos por donde fuere servido. Bien creo que quien de verdad se humillare y desasiere (digo de verdad, porque no ha de ser por nuestros pensamientos, que muchas veces nos engañan, sino que estemos desasidas del todo), que no dejará el Señor de hacernos esta merced y otras muchas que no sabremos desear. Sea por siempre alabado y bendito, amén» (4M 2,10).
- Teresa nunca nos aleja del Evangelio, siempre nos acerca a Jesús. Nos convoca a la fidelidad a Jesús. No nos mete en una oración hecha de devociones intimistas, ajena a los dolores y gozos de la humanidad. Todo lo contrario, nos invita siempre a poner los ojos en Jesús, los pies en sus pisadas, la mano junto a otras manos para un mundo nuevo. Jesús hace posible la oración nueva.
- Teresa canta la libertad de hacer lo que Él quiera, de caminar por donde Él quiera («haced lo que Él os diga», que dice María; «escuchadle», que dice el Padre en el bautismo de Jesús. Aquí está el verdadero desasimiento que ayuda a otros a liberarse de la esclavitud.
- Esta actitud nos prepara para recibir al Dios que no sabe más que amar y hacer mercedes. Esta experiencia nos mete de lleno en la fiesta de la vida, fiesta de alabanza y solidaridad.
25 de enero
«Los efectos de esta oración son muchos: algunos diré, y primero, otra manera de oración que comienza casi siempre primero que ésta, y por haberla dicho en otras partes, diré poco. Un recogimiento que también me parece sobrenatural, porque no es estar en oscuro ni cerrar los ojos, ni consiste en cosa exterior, puesto que, sin quererlo, se hace esto de cerrar los ojos y desear soledad; y sin artificio, parece que se va labrando el edificio para la oración que queda dicha; porque estos sentidos y cosas exteriores parece que van perdiendo de su derecho porque el alma vaya cobrando el suyo que tenía perdido» (4M 3,1).
- Teresa está contándonos sus experiencias de oración, que es una forma preciosa de narrar para nosotros su fe y su amor intensos a Jesús. Quiere contagiarnos la plenitud de vida que Dios le da para que se extienda su alabanza. Nos ha dicho que, de repente, sin mérito nuestro, Dios deja notar en lo más hondo del alma. Ahora, antes de decirnos, los efectos que deja esta oración, nos habla de otra experiencia de oración, la de oración de recogimiento, siempre gratuita e inmerecida.
- No se trata tanto del esfuerzo o estrategias que nosotros hacemos por recogernos, cuanto lo que acontece cuando es Dios quien nos recoge. Dios, con su gracia, nos convoca al asombro de la fe. Siempre es la hora de Dios, pero ahora se hace más visible. Sin pretenderlo se nos cierran los ojos, convocados para ver por dentro. Sin buscarlo, la presencia de Dios, que nos vive por dentro, nos atrae a la soledad como preparación para hablarnos al corazón. somos atraídos a la soledad.
- Vamos «perdiendo» algo para ganar algo que teníamos perdido. Así lo canta Juan de la Cruz: «Pues ya sin en el ejido de hoy más no fuere vista ni hallada, diréis que me he perdido; que, andando enamorada, me hice perdidiza y fui ganada». Somos convocados a un diálogo de amor en la interioridad.
26 de enero
«Dicen que «el alma se entra dentro de sí» y otras veces que «sube sobre sí». Por este lenguaje no sabré yo aclarar nada, que esto tengo malo que por el que yo lo sé decir pienso que me habéis de entender, y quizá será sola para mí. Hagamos cuenta que estos sentidos y potencias (que ya he dicho que son la gente de este castillo, que es lo que he tomado para saber decir algo), que se han ido fuera y andan con gente extraña, enemiga del bien de este castillo, días y años; y que ya se han ido, viendo su perdición, acercando a él, aunque no acaban de estar dentro porque esta costumbre es recia cosa, sino no son ya traidores y andan alrededor. Visto ya el gran Rey, que está en la morada de este castillo, su buena voluntad, por su gran misericordia, quiérelos tornar a él y, como buen pastor, con un silbo tan suave, que aun casi ellos mismos no le entienden, hace que conozcan su voz y que no anden tan perdidos, sino que se tornen a su morada. Y tiene tanta fuerza este silbo del pastor, que desamparan las cosas exteriores en que estaban enajenados y métense en el castillo.
- Teresa no entra en disquisiciones. A su manera, trata de explicar lo que Dios está haciendo en ella, la energía que le rezuma por todos los poros. Hay cosas que merecen ser contadas, también hoy, porque no han perdido su frescura. A pesar de tanta superficialidad e incoherencia, vidas como las de Teresa mantiene vivo el rumor de Dios en medio del mundo.
- En esta ocasión narra para nosotros una conversión teologal, que consiste no solo en volver los ojos a Dios sino en descubrir que Dios está llamándonos a que le miremos. Nuestras capacidades, acostumbradas a estar fuera de nosotros, se han ido acercando al hondón. Y el Rey del castillo, por su gran misericordia, nos quiere acercar a Él a base de amor.
- Con un ejemplo precioso, que ella ha visto tantas veces por los campos de Castilla, nos habla del silbo del pastor que convoca y atrae. Las ovejas oyen su voz, lo conocen. La fuerza poderosa de la palabra de Jesús colma con creces nuestros deseos más profundos de estar con Dios. No solo nuestra sed quiere estar junto a la fuente, sino que es la fuente, que mana y corre, la que desea estar junto a la sed. Jesús con nosotros, en una interioridad habitada, enamorada. Esto es oración. La gloria de Jesús se manifiesta. Crece nuestra fe. ¡Gloria al Señor!