Salamanca, abril 1571
1. Todo ayer me hallé con gran soledad, que, si no fue cuando comulgué, no hizo en mí ninguna operación ser día de la Resurrección. Anoche estando con todas dijeron un cantarcillo de cómo era recio de sufrir vivir sin Dios (49). Como estaba ya con pena, fue tanta la operación que me hizo, que se me comenzaron a entumecer las manos, y no bastó resistencia, sino que como salgo de mí por los arrobamientos de contento, de la misma manera se suspende el alma con la grandísima pena, que queda enajenada, y hasta hoy no lo he entendido; antes, de unos días acá, me parecía no tener tan grandes ímpetus como solía, y ahora me parece que es la causa esto que he dicho, no sé yo si puede ser, que antes no llegaba la pena a salir de mí, y como es tan intolerable, y yo me estaba en mis sentidos, hacíame dar gritos grandes sin poderlo excusar; ahora, como ha crecido, ha llegado a términos de este traspasamiento y entendiendo más el que nuestra Señora tuvo, que hasta hoy -como digo- no he entendido qué es traspasamiento. Quedó tan quebrantado el cuerpo, que aun esto escribo hoy con harta pena, que quedan como descoyuntadas las manos y con dolor.
2. Diráme vuestra merced de que me vea, si puede ser este enajenamiento de pena, y si lo siento como es o me engaño.
3. Hasta esta mañana estaba con esta pena, que estando en oración tuve un gran arrobamiento y parecíame que nuestro Señor me había llevado el espíritu junto a su Padre y díjole: «Esta que me diste te doy», y parecíame que me llegaba a sí. Esto no es cosa imaginaria, sino con una certeza grande y una delicadeza tan espiritual, que todo no se sabe decir. Díjome algunas palabras, que no se me acuerdan; de hacerme merced eran algunas. Duró algún espacio tenerme cabe sí.
4. Como vuestra merced se fue ayer tan presto y yo veo las muchas ocupaciones que tiene para poderme yo consolar con él aun lo necesario, porque veo son más necesarias las ocupaciones de vuestra merced, quedé un rato con pena y tristeza. Como yo tenía la soledad que he dicho, ayudaba; y como criatura de la tierra no me parece me tiene asida, diome algún escrúpulo, temiendo no comenzase a perder esta libertad. Esto era anoche. Y respondióme hoy nuestro Señor a ello, y díjome que no me maravillase, que así como los mortales desean compañía para comunicar sus contentos sensuales, así el alma la desea -cuando haya quien la entienda- comunicar sus gozos y penas y se entristece no tener con quién. Díjome: «El va ahora bien y me agradan sus obras».
5. Como estuvo algún espacio conmigo, acordóseme que había yo dicho a vuestra merced que pasaban de presto estas visiones. Díjome que había diferencia de esto a las imaginarias y que no podía en las mercedes que nos hacía haber regla cierta, porque unas veces convenía de una manera y otras de otra.
6. Un día, después de comulgar, me parece clarísimamente se sentó cabe mí nuestro Señor y comenzóme a consolar con grandes regalos, y díjome entre otras cosas: «Vesme aquí, hija, que yo soy; muestra tus manos», y parecíame que me las tomaba y llegaba a su costado, y dijo: «Mira mis llagas. No estás sin mí. Pasa la brevedad de la vida».
En algunas cosas que me dijo, entendí que después que subió a los cielos, nunca bajó a la tierra, si no es en el Santísimo Sacramento, a comunicarse con nadie.
Díjome que en resucitando había visto a nuestra Señora, porque estaba ya con gran necesidad, que la pena la tenía tan absorta y traspasada, que aún no tornaba luego en sí para gozar de aquel gozo (por aquí entendí esotro mi traspasamiento, bien diferente; mas ¡cuál debía ser el de la Virgen!); y que había estado mucho con ella; porque había sido menester hasta consolarla.
(MC 15, EDE 13, BAC 13)
NOTAS
48 El autógrafo, casi entero pero dividido en fragmentos, se conserva actualmente en las Carmelitas Descalzas de Locarno. Destinatario probable de la Relación fue el P. Martín Gutiérrez: Salamanca, 15-16 de abril de 1571. El último fragmento (núm. 6) quizás no forme parte de la presente Relación (cf. fray Luis, p. 551).
49 La cantora del «cantarcillo» fue Isabel de Jesús, entonces novicia. Véase su testimonio en los procesos de la Santa (B.M.C., 2, p. 48) y Ribera IV, c. 10, p. 399); cf. Moradas VI, 11, 8 y Conc. 7, 2. La letrilla comenzaba: «Véante mis ojos, dulce Jesús bueno…»