Introducción
En primer lugar, santa Teresa de Jesús no usa nunca el término Eucaristía. Habla siempre del Santísimo Sacramento. Tiene 60 presencias en todos sus escritos. Con este término significa: 1. La presencia real de Jesús en el Sagrario. 2. La presencia especial de su Humanidad. Es la presencia de Cristo, muerto, resucitado y glorioso. 3. Esta presencia es significativa de dos cosas: A. Humildad de ese Dios, Majestad infinita. Todo ello como señal, clara y evidente, del amor de Dios a su criatura, débil y tan lejana de saber devolver por su parte, ese amor que Dios se merece, y tan soberbia en tantas ocasiones. B. Jesús compañero en todas y cada una de las circunstancias de nuestra vida. Usa, además, el verbo comulgar en los diversos tiempos del mismo, unas 103 veces, y el sustantivo Comunión 8 veces, y en plural (Comuniones) otras 5 veces.
I. Situación en el s. XVI del sacramento de la Eucaristía
Teresa de Jesús vive prácticamente la centralidad de este siglo, de oro en las ciencias, artes y en la teología: 1515-1582. Vive, pues el pretridentino, la celebración del Concilio de Trento, y el postconcilio. Siglo todo él de una floreciente espiritualidad teológica, popular, y de excepcionales teólogos. Siglo de luchas eclesiales, con la ruptura del Protestantismo, y entre teólogos y «espirituales». Siglo en el seno de la Iglesia Católica en el que se sientan las bases doctrinales de gran parte de la teología práctica, de la espiritualidad, de normas piadosas y de prácticas de una religiosidad popular que cala el entramado de la sociedad de entonces, de las familias y de la vida de especial consagración. Teresa de Jesús todo esto lo vive con intensidad, con preocupación y aportando todo lo que ella entiende puede aportar, bajo el aspecto de vivencia, testimonio y practicidad: la renovación augurada por el Concilio de Trento, no se llevará a cabo si no es desde dentro, piensa ella, y desde la reforma de costumbres y de vida más conforme al Evangelio. Se propone por ello vivir los consejos evangélicos con la mayor perfección que ella, y las que la sigan, puedan. Respecto a la Eucaristía, la práctica de frecuentarla en la comunión era mínima.
II. Formación eucarística de Teresa de Ahumada
1. En el hogar de Teresa, hogar cristiano a la usanza cien por cien, se cumplía a la perfección con los días señalados para poder comulgar: en la liturgia pascual y en especiales momentos o celebraciones familiares; se participaba en la misa dominical, en las procesiones populares y grandes escenificaciones en torno a la fiesta del Corpus Christi. Sin embargo, no parece que la Eucaristía influyera demasiado en la infancia y adolescencia de Teresa de Ahumada. Por ejemplo: no queda constancia de cuándo hizo la Primera Comunión. Tampoco aflora ese hecho entre los acontecimientos que ella recuerda de su niñez. En Vida -su autobiografía- hasta el capítulo 4,9 no hace mención de este Sacramento, cuando dice ella: «En todos estos años -habla de 18 años que pasó grandes dificultades para hacer oración-, si no era acabando de comulgar, jamás osaba comenzar a tener oración sin un libro; que tanto temía mi alma estar sin él -sin un libro- en oración, como si con mucha gente fuera a pelear». En los capítulos siguientes de Vida hablará con más frecuencia de la comunión: 5,4; 6,6; 7,11 y 7,21, etc., etc… Y son alusiones no del todo positivas: misas del cura de Becedas, «devociones de Misas», pero ya en un tiempo de su vida un tanto tardío. Hace alusión especial a la confesión y comunión después del terrible colapso que padeció, el 15 de agosto de 1539; Teresa tiene ya 24 años. (Véase V 5,10).
2. En el monasterio de la Encarnación de Ávila En la Encarnación de Ávila la piedad eucarística vivida por Teresa de Ahumada era la que entonces se vivía en una comunidad religiosa. Según la Regla del Carmen, la celebración de la Misa era el acto comunitario por excelencia. Esto lo fue siempre en la vida de Teresa de Jesús, tanto en el monasterio de la Encarnación, de Ávila, como en la vida renovada del Nuevo Carmelo Teresiano; sin embargo, son pocas las fechas en que se permite a cada religiosa la comunión. Una cosa es la celebración cada día de la Misa y otra, la comunión. Lo primero ha sido central siempre en la vida de especial consagración, y lo es en la vida de cualquier cristiano consciente y responsable. No se entendió siempre de esta manera la participación en la comunión. En las Constituciones de aquel entonces, la rúbrica tercera trataba «de las confesiones y comunión de las hermanas», y prescribía: «comulgarán regularmente en el primer domingo de Adviento, y en la Navidad, y en el primer domingo de Cuaresma, y en el jueves de la cena, y en el día de Pascua siguiente, y en el día de la ascensión, y en la pascua del Espíritu Santo, y en el día del corpus christi, en la fiesta de todos los santos, y en las fiestas de nuestra señora, y en el día que reciben el hábito, y en el día que hacen profesión… Pero si nuestro Señor diere devoción al convento, o a la mayor parte, de querer comulgar más a menudo, poderlo han facer de consejo del confesor y de licencia de la priora» (BMC 9, p.485). Como se puede observar, estamos lejos de la confesión frecuente, y hasta diaria, de ahora. Por el relato de Vida sabemos que en los años de crisis espiritual (en la vida de oración en concreto) de Teresa de Jesús, también su comunión eucarística sufrió nuevas menguas. No sabemos si anteriormente había sido fiel a la comunión dominical; pero durante esa época no fue fiel a dicha frecuencia en la comunión, ya que merced al revulsivo del gran «paroxismo» del mes de agosto de 1539, había optado por «comulgar y confesar muy más a menudo, y desearlo» (V 6,4). Tres o cuatro años después de la muerte de su padre, al proponerse una profunda revisión de vida, hace suya la consigna de su confesor y vuelve a «comulgar de quince a quince días», dice ella así en V 7,17. Ese tímido reflorecimiento de su piedad eucarística servirá de aliento a la vida espiritual de Teresa en los duros años de brega que van a seguir, entre los 29 y 39 años de edad. En el monasterio de la Encarnación de Ávila florece por esas fechas un grupo de devotas del Sacramento de la Eucaristía. Forman la que llamaban la «Compañía del Corpus…», que tiene reglamento y prácticas propias. Teresa pertenece a esa Compañía. Su pertenencia será muy positiva para la Santa, pues producirá frutos exquisitos en su posterior piedad eucarística. Además de lo dicho hasta ahora, hay que colocar unos cuantos factores de su formación eucarística en la misma raíz de ese itinerario eucarístico de Teresa. Simplemente los enumero: A. Entre los «buenos libros» que formaban parte en la pequeña biblioteca de D. Alonso, su padre, figuraba -desde antes de nacer Teresa- un «Tratado de la misa», probablemente de Fray Diego de Guzmán. B. Mucho más influyente en su piedad eucarística fue, sin duda, «La imitación de Cristo», o «Contemptus mundi», como ella lo llama. Efectivamente, Teresa lo retendrá como uno de los libros fundamentales de la biblioteca de cada Carmelo (cfr. Constituciones 2,7). C. Pero, sobre todo, Teresa tendrá un precioso manual de formación eucarística en los «Cartujanos», es decir, en los cuatro volúmenes de la «Vita Christi» escrita por el cartujo Landulfo de Sajonia, y traducida por el franciscano Ambrosio de Montesinos (Alcalá 1502/1503); incluido también por la Santa en la lista de los libros propuestos en las Constituciones 2,7.
III. Vida mística y Eucaristía
1. Vida, experiencia mística y doctrina en santa Teresa de Jesús En la Doctora Mística, la experiencia mística es la base de su vida y de su enseñanza: todo pasa por la experiencia mística. Una vez que su experiencia se centró en el misterio de Cristo, tal como ella misma nos lo cuenta a partir de Vida 27, con especial atención a su Humanidad (Vida 22 y Moradas VI,7), era normal que el Santísimo Sacramento, como ella lo llama, pasase a integrar ese campo de la piedad cristológica de Teresa. Es probable que, para esas fechas, ya practicara la Comunión diaria, aunque eso supusiera una singularidad llamativa en su ambiente comunitario. Singularidad agravada por los condicionamientos de su salud, como nos cuenta en Vida 7,11 y 40,20.
2. Gracias místicas y sus problemas con los teólogos Cuando las gracias místicas arrecian, es decir, son superabundantes, y los teólogos las ponen en duda, una de las medidas más crueles adoptadas contra la Santa es alejarla de la Comunión frecuente: «Díjome mi confesor que todos se determinaban en que era demonio, que no comulgase tan a menudo y que procurase distraerme de suerte que no tuviese soledad» (Vida 25,14). «Fuime de la Iglesia con esta aflicción y entréme en un oratorio, habiéndome quitado muchos días de comulgar, quitada la soledad, que era todo mi consuelo, sin tener persona con quien tratar, porque todos eran contra mí» (Vida 25,15). Se trató de una represión pasajera. Para esas fechas (en torno al 1558/1559), ya su piedad eucarística se había vuelto fuego incandescente. Al final del relato de Vida, ella misma contará que su deseo de comulgar eran fuerte, «que aunque me pusieran lanzas a los pechos, me parece entrara por ellas» (Vida 39,22).
3. En los momentos de la Comunión Ahora los principales acontecimientos de su vida brotan de la Eucaristía. El primero de todos su misión de fundadora: «Habiendo un día comulgado, mandóme mucho Su Majestad lo procurase con todas mis fuerzas…» (V 32,11). Al final del relato de Vida nos encontramos con una serie de gracias eucarísticas, así como a lo largo de sus Relaciones y en las jornadas últimas como fundadora, que ella nos comunica en su libro las Fundaciones, capítulos 30-31. El punto culminante de las experiencias místicas es la gracia del matrimonio espiritual, que tiene lugar el 18 de noviembre de 1572, al recibir la comunión de manos de san Juan de la Cruz. Éste, para mortificarla, le dio sólo la mitad de la Hostia. Ella lo sintió mucho interiormente, pues le gustaba recibir la comunión con Formas grandes. «Díjome Su Majestad: «No hayas miedo, hija, que nadie sea parte para quitarte de Mí»; dándome a entender que no importaba … y dióme su mano derecha, y díjome: «Mira este clavo, que es señal que serás mi esposa desde hoy. Hasta ahora no lo habías merecido; de aquí adelante, no sólo como Criador y como Rey y tu Dios mirarás mi honra, sino como verdadera esposa mía: mi honra es ya tuya y la tuya mía» (R 35. cfr. M 7,2,1). La comunión sacramental con Cristo, en los últimos diez años de su vida, es una dulcísima oportunidad para renovar la gracia especialísima de la esponsalidad. A su vez esta gracia esponsal pone de manifiesto mediante el símbolo del clavo, la dimensión de la Eucaristía como sacrificio de la Nueva Alianza y como comunión de Cristo-Esposo con la Iglesia-Esposa. Es, por lo mismo, expresión máxima del Misterio Pascual, que culmina en las séptimas moradas teresianas, en las que Teresa experiencia la presencia de Cristo resucitado. Por eso, de alguna manera, la Eucaristía -el Santísimo Sacramento- constituye el centro de la oración teresiana: Cristo en su Humanidad doliente, resucitada y glorificada. Es todo un historial de fe, amor, tensión de esperanza escatológica, momento privilegiado para el trato de amistad con Dios, Señor y Esposo, que en el sacramento «disfraza» la infinita majestad de su Humanidad Glorificada. Es la celebración cotidiana de su Pascua diaria con nosotros. Así interpreta la Mística Doctora la presencia viva y real de Cristo en el Santísimo Sacramento y la celebración de la Misa.
4. Experiencia de la presencia real de Cristo en el Santísimo Sacramento. Presencia especial de su Humanidad: Cristo muerto, resucitado y glorioso En esa serie de gracias místicas eucarísticas hay que hacer resaltar varios aspectos de su contenido. A. La Santa tiene experiencia especial del misterio del Santísimo Sacramento y de la real presencia del Señor en él (cfr. V 28,8). B. Experiencia de du sangre derramada (cfr. R 26). C. De la majestad del Señor resucitado y glorificado, ahora encubierto bajo el signo sacramental (cfr. V 38,21). Y a continuación dirá: «Cuando yo me llegaba a comulgar y me acordaba de aquella majestad grandísima que había visto, y miraba que era el que estaba en el Santísimo Sacramento…, los cabellos se me espeluzaban, y toda parecía me aniquilaba» (Vida 38,19). D. Incluso fuera de contexto autobiográfico, Teresa nos ha hecho otras confidencias eucarísticas exquisitas y deliciosas (cfr. C 34, 6-7).
IV. Las fundaciones y la Eucaristía
La Madre Teresa de Jesús tenía la firme convicción de que una nueva casa religiosa sólo quedaba erigida, fundada, cuando se celebraba en ella la primera misa, y quedaba reservado en la capilla el Santísimo Sacramento. Tal convicción se debía a la idea que ella tenía de la centralidad del Sacramento de la Eucaristía en la buena marcha de la casa religiosa, de la vida fraterna en comunidad. El centro de la vida y de la misma liturgia es la Eucaristía. En torno a esa convicción vive su drama de fundadora con episodios emocionantes, como se puede ver: en la fundación de Medina del Campo (cfr. Fundaciones, capítulo 3).
Esta fundación es del año 1567. Episodios parecidos a los de Medina del Campo se repetirán prácticamente en cada fundación: Toledo, Segovia… Hasta la fundación de Burgos, la más penosa de todas, sin duda. El Arzobispo de la ciudad de Burgos no consiente que la casa de Dª Catalina, en la que reside la pequeña comunidad que acompaña a la Santa Madre, rehabilite su antigua capilla para celebrar la Misa cada día. Por ello tendrán que madrugar cada mañana, atravesar la plaza de Huerto del Rey, subir una de las escalinatas de la iglesia de San Gil, y asistir a la primera Misa que se celebraba en la ciudad en la capilla de Nuestra Señora de la Buena Mañana, para regresar de nuevo, en silencio y a oscuras todavía, a la casa de Dª Catalina. La misma Teresa de Jesús, al hacer balance de su tarea de fundadora, percibe dicho quehacer, ante todo como implantación de la Eucaristía en un templo más, o como colaboración a la difusión de la presencia eucarística del Señor en medio de los hombres: «porque para mí es grandísimo consuelo ver una iglesia más adonde haya Santísimo Sacramento» (Fundaciones, capítulo 3,10).
Esto la llenaba de alegría como contrapunto a lo que hacían los luteranos, suprimiendo la Eucaristía y profanando las iglesias: «Es particular consuelo para mí ver una iglesia más, cuando me acuerdo de las muchas que quitan los luteranos. No sé qué trabajos, por grandes que fuesen, se habían de temer a trueco de tan gran bien para la cristiandad; que aunque muchos no lo advertimos, estar Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre, como está en el Santísimo Sacramento en muchas partes, gran consuelo nos había de ser» (F 18,5). Esta misma idea persiste en las últimas fundaciones. Con ocasión de la fundación de Palencia escribía: «Aunque no sea sino haber otra iglesia adonde está el Santísimo Sacramento, es mucho» (F 29,27).
V. La Santa Misa
Para la Mística Doctora, llamada inquieta y andariega, la Misa era literalmente un alto en el camino: «Ponía grandísimo cuidado en que los sacerdotes que iban con ella [de] camino, por ningún caso no dejasen de decir la Misa ningún día. Y uno que por no hallar recaudo para decirla todos los que iban, faltó para uno, decía a las que allí íbamos: rueguen a Dios que se halle lo que falta para decir esta Misa, que me hace mucha fatiga pensar si se ha de privar hoy la Iglesia del valor de este sacrificio» (Declaración de Ana de San Jesús en el proceso de Salamanca: BMC 18, pág.465).
La Misa es la manera de renovar la presencia, viva y salvadora, de Jesús en la historia de la Humanidad. Es una presencia tan viva y tan real que la Santa la percibe como si se encontrase con Cristo en el tiempo en que estuvo entre nosotros. Por eso, ella se reía dentro de sí cuando oía decir a alguna persona que quisiera haber vivido en el tiempo en que Él vivió en el mundo. Lo dice así santa Teresa: «A ésta [Teresa] habíala el Señor dado tan viva fe, que cuando oía a algunas personas decir que quisieran ser en el tiempo que andaba Cristo nuestro bien en el mundo, se reía entre sí, pareciéndole que, teniéndole tan verdaderamente en el Santísimo Sacramento como entonces, que, ¿qué más se les daba?» (C 34,6. Se pueden ver C 34,8 y 13. M 5,1,11. F 18,5).
VI. Catequesis práctica de santa Teresa en torno al Santísimo Sacramento
Al poner en marcha el nuevo estilo de vida comunitaria en los carmelos por ella fundados, santa Teresa reflexionó hondamente sobre la importancia de la Misa y de la Comunión. Por eso en el apartado I del elemental proyecto de vida trazado en las primeras Constituciones dadas al grupo por ella reunido el año 1567, menciona el tema de la Misa en los siguientes términos: «que dejarán Nona para cantar antes de Misa» (nº 3). «Los domingos y días de fiesta se cante Misa y vísperas y maitines» (nº 4). «Lo ordinario sea todo rezado y también la Misa»(nº 5). «A las ocho en verano, y a las nueve en invierno, se diga Misa» (nº 6). En este mismo nº 6 se dice referente a la Comunión: «Las que comulgaren, se queden un poco en el coro». 1. Frecuencia de la Comunión En lo que respecta a la Comunión, en el apartado II se dice: «Qué días se ha de recibir al Señor».
El nº 1 de este apartado dice textualmente: «La Comunión será cada domingo y días de fiesta y días de Nuestro Señor y Nuestra Señora y de nuestro padre san Alberto, de san José, y los demás días que al confesor pareciere, conforme a la devoción y espíritu de las hermanas, con licencia de la madre priora. También se comulgará el día de la advocación de la casa». Hasta aquí el texto constitucional. El primer biógrafo de la Santa, Francisco de Ribera, añade que, además de lo prescrito en las Constituciones, la Madre Teresa «mandó que cada monja comulgase todos los años el día en que tomó el hábito, y en el que hizo la profesión. Y aunque esto no está en las Constituciones, quiso que tuviera la misma fuerza que si en ellas estuviera, y para que se supiese la voluntad, una vez que se lo preguntaron pidió tinta y papel, y lo escribió y lo firmó de su nombre» (página 424).
Y continúa diciendo Ribera que de esta devoción que tenía al Santísimo Sacramento venía la grande reverencia que tenía a los sacerdotes, por ser ellos los que consagran. Nos dice, por otra parte, el cuidado que tenía respecto a todo lo que tuviera alguna relación con este Sacramento: ornamentos, cálices, corporales, etc. Esas primeras disposiciones elementales tienen amplio desarrollo doctrinal y pedagógico en Camino de Perfección.
Se sirve de la petición central del Padrenuestro: «Danos hoy nuestro pan de cada día», para educar en profundidad la piedad eucarística de la comunidad, y de cada hermana. 2. Ideas fundamentales que les inculca Las ideas esenciales, y que sirven de una auténtica catequesis teresiana en torno a la Eucaristía pueden resumirse así:
A. Ante todo, Teresa afirma que la Eucaristía es el don por excelencia del Padre, que ya no consiste en el maná del desierto, sino en el don de su propio Hijo. Es la doctrina del capítulo 6 de san Juan. Es ese don-persona lo que pedimos al Padre al decirle que nos dé «el pan de cada día». Y ese pan se lo pedimos para el «hoy» pasajero de la vida presente, y para el cada día de la eternidad (cfr. C 34,1-2).
B. La Eucaristía es, a la vez, la prolongación de la presencia de Cristo entre los hombres. Presencia «velada» de su Humanidad, como la Encarnación fue presencia velada de su Divinidad. La Eucaristía, bajo los signos del pan y del vino, es un nuevo «disfraz» de su Persona Gloriosa. Su Divina Majestad, el Esposo, el Señor, «disfrazado» en el Santísimo Sacramento. Se puede ver especialmente en C 34,3.9 y 12. Santa Teresa habla de este modo especialmente en el comentario que hace a la petición del Padrenuestro «Panem nostrum quotidianum da nobis hodie» en los capítulos 33, 34 y 35.
Habla también la Santa de una Majestad tan grande disimulada bajo los accidentes del pan y del vino (cfr. C 33,9), o disimulada «en cosa tan poca como la Hostia» (V 38,21). Pero todo ello hecho en una cercanía máxima, aunque misteriosa. El misterio no suprime nada a la cercanía que se da en el Santísimo Sacramento. Cercanía misteriosa, importante y decisiva, para el orante, necesitado de entrar en la presencia misteriosa del Otro -de Cristo-, para posibilitar el trato recíproco de amor.
C. Esa misteriosa presencia de Cristo en el Santísimo Sacramento es la más excelente plataforma para poder realizar todas las modulaciones de la oración: adorar, bendecir, dar gracias, alabar, reparar, pedir… Y de modo muy singular, para unirse a Cristo, y orar con Él y por Él al Padre, por la Iglesia (cfr. C capítulo 34).
D. La Eucaristía es misterio de presencia y de comunión: principio y semilla de unión. Esta comunión es propuesta por Teresa como un proceso de interiorización-inmersión. Comulgando interiorizamos al Señor, y nos interiorizamos por inmersión con Él: Él en nosotros, y nosotros en Él. Usa la Santa los términos bíblicos de «templo» y «posada», para aplicarlos a ese momento del Banquete Eucarístico, en el que el Señor se convierte en comida -y bebida- del que comulga. Lo más importante en ese momento de la Comunión es la «unión» que se realiza entre Cristo y el comulgante.
E. Pero, a su vez, la Eucaristía es manifestación suma de Cristo y de su amor. En ella se nos descubre, se nos da a conocer, de manera especial; está oculto, pero dispuesto a manifestarse al que comulga según la medida de sus deseos. El Señor tiene muchísimas formas de manifestarse; pero de hecho «se descubre» del todo, sólo «a quien mucho lo desea» (C 34,10 y 12). No se olvide que el Sacramento-Banquete requiere hambre espiritual para ser recibido adecuadamente.
F. Por fin, Cristo en la Eucaristía está sacrificado; de este modo puede ser ofrecido en sacrificio al Padre. No sólo en la Misa. Ni sólo el sacerdote. Sino en cualquier momento y por cualquiera de nosotros, llamados así a ejercer lo sumo del sacerdocio bautismal por el que se participa del único sacerdocio de Cristo (cfr. C capítulo 35). Este aspecto, que acabo de reseñar, adquiere valor especial en la formación de la carmelita, pues la Santa la responsabiliza con la oración, desde el primer capítulo de Camino de Perfección, de las grandes necesidades de la Iglesia.
G. La Comunión es el momento de «negociar» con el Señor; es decir, es el momento de la petición, de la intercesión: «Estaos con Él de buena gana. No perdáis tan buena sazón [es decir, tan buena oportunidad] de negociar como es la hora después de haber comulgado. Si la obediencia os mandare, hermanas, otra cosa, procurad dejar el alma con el Señor» (C 34,10). H. Es también tiempo oportuno para que se nos dé a conocer, para que nos enseñe este buen Maestro, y para suplicarle que no se vaya de junto a nosotros (cfr. C 34,10). En la memoria de las primeras carmelitas fundadas por santa Teresa de Jesús quedó impreso el recuerdo de la última oración de la Mística Doctora en el lecho de muerte. Ya sin fuerzas, al acercarse el Santísimo a su celda, la enferma se incorpora en la tarima, inicia en voz alta el último diálogo con Dios, y le repite una y otra vez: «Hora es ya, Esposo mío, de que nos veamos». Bellísima catequesis práctica de santa Teresa de Jesús acerca del Santísimo Sacramento: la Eucaristía, sacramento-sacrificio, y celebración gozosa del Misterio Pascual.
Bibliografía AVELINO DE CASTRO ALBARRÁN, Teresa de Jesús, loca de la Eucaristía, Madrid 1952. JESÚS CASTELLANO, «Ya es hora, Esposo mío, que nos veamos»: MteCarm 88(1980)576-582. PIETRO PARENTE, Esperienza mistica dell’ Eucaristia, Roma 1981, pp. 43-57. TOMÁS ÁLVAREZ, Santa Teresa y la experiencia mística de la eucaristía. En torno a un libro reciente: MteCarm 89 (1981) 542-548. JESÚS CASTELLANO, Vivir con Teresa de Jesús la liturgia de la Iglesia: MteCarm 89 (1981) 209-233. GERARDO ORTEGA, La Eucaristía ahora y siempre. Con Teresa de Jesús al fondo: MteCarm 889 (1981) 509-517. CAMILLO GENNARO, Il mistero eucaristico nell’experienza di Teresa D’Avila: RivVitSp 37 (1983) 153-164. TOMÁS ÁLVAREZ, Paso a paso. Leyendo con Teresa su Camino de Perfección, Edit. Monte Carmelo, Burgos 1998, 2ª edición, pp. 227-251. CIRO GARCÍA, Santa Teresa de Jesús: nuevas claves de lectura, Edit. Monte Carmelo, Burgos 1998, pp. 121-143. ID., Experiencia eucarística de Santa Teresa de Jesús: Burgense 41 (2000) 73-86. TOMÁS ALVAREZ, Eucaristía, en Diccionario de Santa Teresa, Edit. Monte Carmelo, Burgos 202, pp. 276-281.
Mauricio Martín del Blanco.