Los beatos Luis y Celia Martin, padres de santa Teresita del Niño Jesús, serán canonizados el próximo 18 de octubre, domingo del Domund y clausura del Sínodo de la Familia
Es una grata noticia para la espiritualidad familiar, que cuenta en el santoral de la Iglesia con escasos modelos que ofrecer. Los santos han sido mayoritariamente célibes, y mayormente también religiosos, ligados por unos votos o por el sacerdocio. La casi totalidad de los santos y santas que la Iglesia ha propuesto como modelos de vida cristiana han gozado de una consagración que los pone en un estado de vida diferente de la mayor parte del pueblo de Dios. Monjes, frailes, sacerdotes, obispos, papas, misioneros… o monjas y religiosas, todos han profesado el voto de castidad o han renunciado de algún modo a la vida conyugal por el reino de los cielos.
No es fácil recorrer la hagiografía de la Iglesia para encontrar ejemplos de cristianos que han llegado a la perfección cristiana sin dejar la vida común, hecha de trabajo, familia y empeño en la vida pública. El 93 por ciento de los santos que aparecen en el Santoral de la Iglesia están marcados por su vida célibe y consagrada. Solo un 7% pertenece al grupo de los desposados. Pero en este pequeño grupo habría que hacer una valoración. La mayoría de ellos no han sido exaltados a la santidad por su cualidad de casados, sino por otros aspectos. Por ejemplo: la militancia del guerrero cristiano (san Luis de Francia o san Fernando) o la exaltación de la viudedad consagrada a Dios (santa Rita de Casia). En la antigüedad, puede ponerse el ejemplo de san Isidro Labrador y su esposa santa María de la Cabeza. Y en nuestros tiempos, el caso de Luigi y María Beltrame Quattrocchi, padres de cuatro niños, primer matrimonio beatificado conjuntamente en la Iglesia por Juan Pablo II en el año 2001. Luis y Celia son los segundos que han sido beatificados en 2008 como esposos y lo serán también en la canonización.
Luis y Celia Martin, padres de Teresa de Lisieux, se muestran unos santos cercanos al común de los mortales. No son consagrados, ni célibes, no han hecho voto de castidad, sus vidas están tejidas por el trabajo –él de relojero, ella de encajera–, vida de familia numerosa, pertenecientes a asociaciones parroquiales, vecinos de sus vecinos. Vivieron con todas sus consecuencias la espiritualidad propia de su tiempo en una Francia del XIX convulsa por las secuelas de la revolución, el anticlericalismo, y cierto jansenismo espiritual que vislumbra un Dios de Justicia frente a un Dios del Amor, con peligro de convertir las almas buenas en escrupulosas.
Luis y Celia han sido santos en la humilde realidad de sus vidas, con una sencilla fe sustentada en la oración en familia, educación de sus hijas, misa diaria, lecturas piadosas, el mes de María, el amor a Dios y al prójimo y fidelidad a la Iglesia. Estuvieron siempre en perfecto acuerdo de corazón y de pensamiento. Él se refería a ella ante sus hijas como nuestra «santa madre». Y Celia escribía a su hermano Isidoro refiriéndose a Luis: «¡Qué hombre más santo es mi marido! Me gustaría que tuvieran uno parecido todas las mujeres».
Sus cinco hijas –cuatro carmelitas descalzas, una salesa– son su corona. Tras la canonización de la más pequeña, Teresa de Lisieux, y ahora la de los padres, se anuncia el comienzo de la causa de beatificación de Leonia, la monja salesa. Pero yo, que he hecho un largo recorrido describiendo las vidas santas de esta familia, tengo que reconocer que las otras hermanas dejaron tras de sí igualmente una viva impresión de santidad en sus vidas. ¡Qué bueno sería que un día toda la familia, los padres y las cinco hijas religiosas, se vieran en los altares como junta está ya en el reino de los cielos!
Carlos Ros, en Revista ORAR 258
El P. Saverio Cannistrà dirigió a la Familia del Carmelo una carta con motivo de la canonización de Luis Martin y Celia Guérin, padres de Santa Teresita del Niño Jesús, carmelita descalza francesa.
Ofrecemos este vídeo grabado con motivo de la beatificación de Luis y Celia. En él intervienen los padres carmelitas Gabriel Castro y Eduardo T. Gil de Muro.