Textos selectos

Teresa, a la escucha de la Palabra

«En los brazos de Dios»

«He aquí, hermano mío, lo que pienso de la justicia de Dios; mi camino es todo de confianza y amor, no comprendo a las almas que tienen miedo a un Amigo tan tierno. A veces, cuando leo ciertos tratados espirituales en los que se presenta la perfección a través de mil dificultades, rodeada de una multitud de ilusiones, mi pobrecito espíritu se fatiga muy pronto, cierro el sabio libro que me rompe la cabeza y me reseca el corazón, y tomo la Escritura Santa. Entonces, todo me parece luminoso, una sola palabra descubre a mi alma horizontes infinitos, la perfección me parece fácil y veo que basta reconocer la propia nada y abandonarse como un niño en los brazos de Dios.

Dejando para las grandes almas, para los grandes espíritus, los bellos libros que no puedo comprendery menos poner en práctica, me alegro de ser pequeña, pues sólo los niños y «los que se les parecen serán admitidos en el banquete celestial» (Mt 19, 14).
Estoy muy contenta de que «haya muchas moradas en el reino de Dios» (Jn 14, 2), porque, si no hubiera más que ésa cuya descripción y camino me resultan incomprensibles, no podría entrar allí (L 226).

La caridad fraterna

«Una lámpara sobre el candelero»

«¡Qué feliz soy ahora por haberme negado, desde los principios de mi vida religiosa! Gozo ya de la recompensa prometida a los que combaten valientemente. Ya no me es necesario rehusar todos los consuelos del corazón, porque mi alma está fortalecida por Aquel a quien únicamente quería amar. Veo con placer que amándole el corazón se agranda; que puede dar incomparablemente más ternura a los seres queridos, que si estuviera concentrado en un amor egoísta e infructuoso» (C 22r).

«No siempre es posible en el Carmelo practicar al pie de la letra las palabras del Evangelio. A veces, por razón de oficio, no se pueden hacer algunos favores, pero cuando la caridad ha echado profundas raíces en el alma, se manifiesta al exterior. Existe un modo tan amable de rehusar lo que no se puede conceder, que la negativa agrada tanto como el don» (C 18r).

Ah!, ahora comprendo que la caridad perfecta consiste en soportar los defectos de los demás, en no extrañarse de sus debilidades, en edificarse de los más pequeños actos de virtud que se les vea practicar; pero sobre todo comprendí que la caridad no debe quedar encerrada en el fondo del corazón. «Nadie -ha dicho Jesús- enciende una lámpara para ponerla bajo un celemín, sino para colocarla sobre el candelero, para que alumbre a todos los que están en la casa» (Mt 5, 15). Creo que esta lámpara representa lacaridad que debe alumbrar, alegrar, no solamente a los que nos son más queridos, sino a «todos los que están en la casa», sin exceptuar a nadie» (C 12r).

«El faro luminoso del amor»

¡¡¡Sí, he encontrado mi puesto en la Iglesia y este puesto, ¡oh Dios mío!, me lo habéis dado vos… en el corazón de la Iglesia, mi Madre, yo seré el Amor…así lo seré todo… así se realizará mi sueño!!!…

¿Por qué hablar de una alegría delirante?; no, esta expresión no es justa, es más bien la paz tranquila y serena del navegante que ve el faro que debe conducirle al puerto… ¡Oh, faro luminoso del amor, yo sé cómo llegar hasta ti, he encontrado el secreto de apropiarme de tu llama!

Yo no soy más que una niña, impotente y débil, pero es mi misma debilidad la que me da la audacia de ofrecerme como víctima a tu amor, ¡oh Jesús! Enotro tiempo sólo las hostias puras y sin mancha eran agradables a Dios Fuerte y Poderoso. Para satisfacer a la Justicia divina, se necesitaban víctimas perfectas; pero a la ley del temor ha sucedido la ley delAmor, y el Amor me ha escogido como holocausto, a mí, débil e imperfecta criatura… ¿No es ésta una elección digna del Amor?… Sí, para que el Amor quede plenamente satisfecho, debe rebajarse, rebajarse hasta la nada y transformar en fuego esta nada…» (B 3v).

«¡Oh Jesús!, que yo pueda decírselo a todas las almas pequeñas… a las pequeñas víctimas, dignas de tu Amor…» (B 5v)

Al descubrimiento del caminito

«Jesús no quiere hacer nada sin nosotras»

«Y este Amado instruye a mi alma, le habla en el silencio, en las tinieblas…

Últimamente me vino un pensamiento que necesito decir a mi Celina. Fue un día que pensaba en lo que podía hacer por salvar a las almas; un pasaje del Evangelio me dio una viva luz. Jesús decía a sus discípulos, mostrándoles los trigales maduros:

«Levantad los ojos y ved cómo los campos están ya bastante blancos para ser segados» (Jn 4, 35); y un poco más adelante: «En verdad, la mies es abundante, pero los obreros son pocos; rogad, pues, al dueño de la mies que envíe obreros» (Mt 9,37-38).

¡Qué misterio! ¿No es Jesús omnipotente? ¿No son las criaturas de quien las ha hecho? ¿Por qué, pues, dice Jesús: «Rogad al dueño de la mies que envíe obreros»? ¿Por qué?… ¡Ah!, es que Jesús tiene por nosotros un amor incomprensible, que quiere que tengamos parte con él en la salvación de las almas. No quiere hacer nada sin nosotras» (L 35).

«Mantener vivo el amor»

«Santa Teresa dice que hay que mantener el amor.

La leña no está a nuestro alcance cuando estamos en tinieblas, en sequedades; pero, ¿no estamos, al menos, obligadas a echar en él algunas pajitas? Jesús es lo bastante poderoso para mantener, él solo, el fuego; sin embargo, le gusta vernos echar en él algún alimento, es una delicadeza que le agrada, y entonces él pone en el fuego mucha leña. Nosotras no lo vemos, pues sentimos la fuerza del calor del amor.

Lo he experimentado: cuando no siento nada, cuando soy INCAPAZ de orar, de practicar la virtud, entonces es el momento de buscar pequeñas ocasiones, nadas que agradan a Jesús más que el imperio del mundo o, incluso, que el martirio sufrido generosamente. Por ejemplo, una sonrisa, una palabra amable cuando tendría ganas de no decir nada o de tener el semblante enfadado, etc, etc.

Querida Celina, ¿lo comprendes? No es para hacer trenzas ni corona, para ganar méritos, es para agradara Jesús… Cuando no tengo ocasiones, quiero, al menos, decirle a menudo que le amo; esto no es difícil y mantiene el fuego: aun cuando me pareciera que está apagado este fuego de amor, quisiera echar en él algo, y Jesús podría entonces avivarlo» (L 143).

«Jesús se complace en mostrarme el único camino que conduce a esa hoguera divina. Este camino es el abandono del niñito que se duerme sin miedo en brazos de su padre… «El que sea pequeñito, que venga a mí», dijo el Espíritu Santo por boca de Salomón. Y ese mismo Espíritu de amor dijo también que «a los pequeños se les compadece y perdona». Y, en su nombre, el profeta Isaías nos revela que en el último día «el Señor apacentará como un pastor a su rebaño, reunirá a los corderitos y los estrechará contra su pecho». Y como si todas esas promesas no bastaran, el mismo profeta, cuya mirada inspirada se hundía ya en las profundidades de la eternidad, exclama en nombre del Señor: «Como una madre acaricia a su hijo, así os consolaré yo, os llevaré en brazos y sobre mis rodillas os acariciaré».

Vocación en la Iglesia

«La caridad me dio la clave de mi vocación. Comprendí que si la Iglesia tenía un cuerpo, compuesto de diferentes miembros, no podía faltarle el más necesario, el más noble de todos ellos. Comprendí que la Iglesia tenía un corazón, y que ese corazón estaba ardiendo de amor.

Comprendí que sólo el amor podía hacer actuar a los miembros de la Iglesia; que si el amor llegaba a apagarse, los apóstoles ya no anunciarían el Evangelio y los mártires se negarían a derramar su sangre…

Comprendí que el amor encerraba en sí todas las vocaciones, que el amor lo era todo, que el amor abarcaba todos los tiempos y lugares… En una palabra, ¡que el amor es eterno…!

Entonces, al borde de mi alegría delirante, exclamé: ¡Jesús, amor mío…, al fin he encontrado mi vocación! ¡Mi vocación es el amor…!

Sí, he encontrado mi puesto en la Iglesia, y ese puesto, Dios mío, eres tú quien me lo ha dado… En el corazón de la Iglesia, mi Madre, yo seré el amor… Así lo seré todo… ¡¡¡Así mi sueño se verá hecho realidad…!!!»

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