Francisco Palau, de Jesús María y José, ocd

El tiempo que transcurre entre 1811-1872 son los años de vida de Francisco Palau y Quer. Durante estos 61 años y con un ritmo unas veces acelerado, en otras ocasiones mas retardado, pero siempre irreversible, se producen la serie de cambios y transformaciones cuyos resultados son los tiempos nuevos. Francisco Palau es testigo y producto de su tiempo. Es un testigo lúcido: conoce los hechos, los sigue con interés y los vive con pasión.

Nace en Aytona (Lérida), España el 29 de diciembre de 1811, en el seno de una familia rural, de recia tradición cristiana. Es bautizado el mismo día de su nacimiento. Fue el séptimo de nueve hermanos. Ingresa en el seminario de Lérida en 1828 hasta 1832, año en que cambia el rumbo de su vida. Se incorpora al Carmelo Teresiano en el convento de San José de Barcelona. El 15 de noviembre hace la profesión religiosa con la firme convicción de que su entrega a Dios, en la Orden del Carmen, será total y para siempre independiente de todo humano acontecimiento.

El 25 de julio de 1835 fue invadido e incendiado su convento. Arrojado violentamente de él se dirige a su pueblo natal. Es ordenado sacerdote el 2 de abril de 1836 por el obispo de Barbastro. Comienza a ejercer las funciones de su recién estrenado sacerdocio. Su radio de acción se extiende a toda Cataluña. Los años 1838-40 son de intensa actividad como predicador de misiones populares. La eficacia de su acción pastoral y la reciedumbre de su celo apostólico hace que se le conceda el título de Misionero-apostólico.

Se dirige a Francia el 21 de julio de 1840 comenzando una larga etapa de exiliado que durará once años. Tres facetas dominan su vida durante estos años: vida contemplativa en la soledad, dirección espiritual de los grupos de solitarios (hombres y mujeres) que se le unen y la defensa de la Iglesia a través de sus escritos. Publica en 1843 su primer libro titulado: «Lucha del Alma con Dios», destinado a despertar la necesidad y fecundidad de la oración por la Iglesia perseguida.

Tras la firma del Concordato España-Santa Sede en 1851 regresa a España. La vida claustral, a la que sueña reincorporarse, está totalmente suprimida. Se pone a disposición del Obispo de Barcelona, quien le acoge y le nombra director espiritual del Seminario. Atento a las señales de Dios en la historia y a las necesidades de la Iglesia en poco tiempo programa y organiza la revolucionaria obra de la Escuela de la Virtud que se inaugura el 16 de noviembre de 1851. Esta Escuela se convierte en un modelo de enseñanza catequética.

El impacto de la obra en los medios culturales, religiosos, políticos y sociales se hace sentir muy pronto. Francisco Palau ha movilizado en torno a esta actividad pastoral a todas las fuerzas religiosas de la ciudad, incluida la prensa. La intensa actividad de la Escuela llega a preocupar a las fuerzas revolucionarias de la ciudad. Le implicaron injusta, pero hábilmente, en las huelgas y disturbios de marzo de 1854, consiguiendo suprimir la Escuela desterrando a Francisco a Ibiza el 4 de abril de este mismo año.

Aquí permaneció hasta que, en 1860, logró la libertad gracias a una amnistía general. En la isla alterna la vida solitaria y la predicación popular por dicho lugar. Durante estos años no llegan a dominarle ni el abatimiento ni el desaliento. Recompone una vez más la trama de su hilo vocacional: de la soledad contemplativa al servicio apostólico y viceversa. En el fondo, las coordenadas naturales de su vocación carmelitana. Poco a poco va a tener lugar un proceso de transformación religiosa en la Isla.

Tiene como centro de irradiación a María, a la que Francisco ha descubierto como el Icono que encarna la ternura de Dios para con los pequeños y el verdadero rostro de su amada la Iglesia. Siempre en búsqueda, los últimos años de su vida los emplea en un servicio incondicional a la Iglesia. Las experiencias eclesiales largos años remansadas irrumpen en su espíritu, afloran a su conciencia iluminándola en lo más profundo.

Durante un ciclo de predicación en Ciudadela (Menorca), en noviembre de 1860, se le manifiesta la realidad consoladora del misterio de la Iglesia: Dios y los hombres. Ve cómo su vocación está inserta en esa realidad, que se ofrece como ideal, como objeto supremo y definitivo de su amor. A la Iglesia se entrega con decisión inquebrantable los años que le restan de vida, con una intensa actividad apostólica que abraza campos muy variados.

Alumbró una nueva familia religiosa, el Carmelo Misionero, vinculada a la Orden del Carmen. A primeros de marzo de 1872, se desplaza hasta Calasanz, (Huesca) para seguir empeñado con su opción de atender a los mas postergados y desposeídos de la sociedad de su tiempo: los contagiados por la peste. Lo hace junto a quienes han hecho camino de vida con él.

Tras breve estancia en Barcelona, viaja a Tarragona, donde había establecido la última fundación. Llega enfermo, muere el 20 de marzo de 1872, invocando la presencia de su «Amada la Iglesia.» Marta Grez, cm

SU ESPIRITUALIDAD

Francisco Palau tuvo el don de una rica fisonomía espiritual que es una interpelación permanente para la Iglesia. Como testigo orante es un regalo del Espíritu Santo a la Iglesia. Damos gracias a Dios por él y apuntamos lo más sobresaliente de su testimonio para el mundo de hoy:

Seguidor de Jesucristo. En toda circunstancia y momento ese fue su norte. Enamorado de Cristo y buscador de sus caminos todo lo que vive lo lee en esta clave. Escuchó una promesa y vivió involucrado en ella.

Carmelita. Ama intensa y plenamente su consagración religiosa; vive los valores fundamentales del Carmelo teresiano: Centralidad de la oración y contemplación como vida de comunión con Dios Cultivo de la vida teologal. La oración como ejercicio de la fe, la esperanza y la caridad. Lleva a la práctica la fe en Dios teniendo fe en el hermano; la esperanza en Dios esperando en el hermano; el amor a Dios amando al hermano. Abnegación evangélica: seguimiento de Cristo por el camino de la cruz y el ejercicio de las virtudes. Presencia de María vivida como modelo de intimidad con Dios y figura de la Iglesia. Espíritu apostólico: fruto y emanación del trato amistoso con Dios. Oración como auténtico apostolado

Carisma personal puesto al servicio de la Iglesia. Realiza una síntesis admirable entre su propia experiencia carismática y la herencia carmelitana, cuando descubre el centro de su vida: el misterio de la Iglesia, Dios y los hombres en un solo amor. Esta es la novedad radical en Francisco Palau. Todos los demás rasgos de su espiritualidad convergen a este centro: Misterio de comunión eclesial: el misterio divino se le hace presente en la Iglesia en cuanto comunión de vida en Cristo y con Cristo encarnado, reconocido en el rostro concreto de los hermanos. Misterio eclesial en conexión con el misterio trinitario por cuanto la vida íntima de la Trinidad está reflejada en la Iglesia. Centralidad de Cristo, Dios y hombre, que realiza el designio de salvación y redención en la Iglesia y por la Iglesia. La Iglesia confiere unidad a la dimensión contemplativa y a la acción apostólica. Cristo y los hermanos constituyen una realidad misteriosa única: el Cristo Místico.

Pensamientos Palautianos

Búsqueda constante de las señales de Dios. «Veo yo una cosa y es que Dios, como buen padre, me conduce por la mano y me guía por donde El quiere. Y de ahí es que iré donde no sé y marcharé por allá donde no querré. Dios sabe cuán bien dispuesto estoy para servir a su Iglesia y que en asuntos de su gloria todo lo veo llano y fácil… ¡Cuán bien cuidado está el que se fía de Dios!» (Carta 56). <*>Encuentro con Cristo en los rostros concretos de los hermanos: «Yo –Iglesia- soy Dios y los prójimos, objeto de amor designado por la ley de gracia; el que no me ve es difícil que me ame» ( Relaciones II).

Seguimiento de Jesús por el camino de la Cruz: «No esperemos otra cosa que penas y padecimientos; suframos con valor, padezcamos con generosidad, y seamos fieles a Jesús crucificado» ( Carta 15).

Fe, esperanza y caridad como actitud de vida frente y para el hermano. » Cuanto haces a tus prójimos, lo haces a mí, porque soy ellos y ellos son la Iglesia» ( Relaciones II ). «Cada uno de los hombres debe ir a Dios, creyendo, amando y esperando, según su condición, estado y grado de perfección» (Catecismo de las Virtudes).

ORACIONES

Dios para conceder su gracia aun a aquellos que ni la piden ni pueden pedirla, o no quieren, ha dispuesto y tiene mandado: «rogad los unos por los otros para que os salvéis» (Lucha del alma con Dios)
 
«…ni en la prudencia humana ni en los medios que están a nuestra mano encontramos lo que deseamos, no hay más sino dirigirse a un padre infinitamente bueno y próvido, pedirle y esperar de él solo la salvación, y muchas veces es Dios quien queda con el encargo de abrirnos camino» (Carta 46)
 
«¡Oh bondad inmensa de nuestro Dios! ¿Qué más podía hacer que ligarse y rendirse con sus promesas a la voluntad de sus criaturas» (Lucha del alma con Dios)
 
«Padre celestial, vos me habéis dado por Esposa a vuestra Hija, la Iglesia, y me habéis mandado amarla de todo mi corazón: «Amarás a tu Dios y a tus prójimos por Dios como a ti mismo» (Relaciones II)
 
«Dejemos que Dios nos cuide, que nos gobierne, que nos guíe y esta confianza nos cubrirá contra las zozobras, ansias y temores que nos asaltan, procedentes de nuestras propias ilusiones. En la oración ofrécete a nuestra señora, ponte bajo su protección, y fíate de ella. Fiemos de Dios y de su madre, fiemos a ellos todas nuestras cosas y no seremos burlados ni confusos en nuestras esperanzas» (Carta 56)

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