Edith Stein nació el 12 de octubre de 1891, en la entonces ciudad alemana de Breslau. Ella era la menor de los 11 hijos que tuvo el matrimonio Stein. Los aspectos que más van a incidir en su infancia son: la pertenencia al pueblo judío, la muerte del padre antes de cumplir ella los dos años, y el talante de la madre, que a pesar de quedar viuda y con tantos hijos, fue capaz de sacar adelante el negocio de maderas heredado del marido.
Edith destacará por su inteligencia y por su capacidad de estar abierta a los problemas que la rodean. En plena adolescencia (1907) deja la escuela y la religión porque no encuentra en ellas sentido para la vida. Surgen sus grandes dudas existenciales sobre el sentido de la vida del hombre. Se percata de la discriminación que sufre la mujer. Y desde ahí inicia su búsqueda, motivada por un sólo principio: «estamos en el mundo para servir a la humanidad».
Reinicia los estudios y en 1911 entra en la Universidad. Estudia psicología y filosofía. Pero ahí no encuentra respuestas. Forma parte de diversos grupos que luchan por los derechos de la mujer y por una buena educación de todos. En 1913, atraída por la fenomenología de Husserl, decide cambiar de Universidad. Comienza en 1914 su tesis doctoral sobre la empatía. Aunque pronto interrumpe el trabajo para colaborar con su ayuda en la 1ª Guerra Mundial.
Durante 6 meses trabajará como enfermera de la Cruz Roja en 1915. Será un encuentro decisivo con las situaciones límite en la vida del hombre: el dolor, el odio, la guerra, la muerte. Será un aliciente para seguir buscando respuestas. En 1916 concluye su tesis y hasta 1918 trabaja como asistente de Husserl.
En 1917 un acontecimiento cambiará su vida: muere un gran amigo al que ella admiraba profundamente, Adolfo Reinach. Tiene que ir a visitar a Ana, la viuda de su amigo, y no sabe qué decir para consolarla. Pero descubre en ella una profunda paz y esperanza, fruto de su conversión al cristianismo. Edith no lo sabía, pero percibe ahí una respuesta misteriosa al núcleo de su búsqueda: ¿dónde está el sentido de la vida del hombre?.
En 1918 tiene una experiencia mística del Dios de Jesucristo, a quien experimenta cercano, amoroso, salvador… Pero no sabe qué camino seguir: ¿católica o protestante? La decisión última la toma en 1921: leyendo la Vida de Santa Teresa. Desde 1922 hasta 1933 todas sus actividades buscan unir la fe con la cultura, y llevar la «vida divina al mundo». Será maestra, conferenciante, traductora, profesora de antropología.
En 1933 entra en el Carmelo de Colonia, para colaborar con Cristo en la redención de su Pueblo, perseguido por el nazismo que lo llevará al exterminio. Edith consuma su vocación en el martirio, entregando su vida por todos, por amor, en el campo de concentración de Auschwitz, en la cámara de gas. Fue canonizada como mártir en 1998. En octubre de 1999, fue declarada patrona de Europa junto con Santa Brígida y Santa Catalina.
SU ESPIRITUALIDAD
Edith Stein nos ha dejado muchos escritos y de talante muy diverso: filosofía, antropología, pedagogía, psicología, feminismo, de espiritualidad,… Pero en todos ellos encontramos un denominador común: su preocupación por comprender y clarificar quién es el hombre. Tanto a nivel práctico como teórico fue siempre su gran preocupación. Ella está convencida de que ese es el fundamento de todo. Si el hombre no se plantea quién es él, y no trata de dar luz a esta pregunta, difícilmente podrá construir ni su vida, ni sus proyectos en base a un sentido esencial y existencial.
La visión que tiene Edith de la persona humana es profundamente positiva. Según ella, lo que caracteriza al ser humano, a la persona, es
- su dimensión espiritual, que le hace capaz de razonar y de entrar en comunicación con el otro, le hace capaz de salir de sí y de acoger;
- su libertad: el hombre tiene en sus manos la capacidad de decisión sobre el rumbo fundamental que ha de dar a su vida, y de ello depende su felicidad y plenitud;
- su individualidad, que le hace no autónomo, sino especial e irrepetible, otorgándole una dignidad característica;
- su carácter comunitario-relacional: es decir, el hombre no es un ser aislado, sino que se desarrolla como comunidad, y su individualidad adquiere sentido y valor en la medida en que se hace comunidad.
Si a todo ello añadimos los elementos que le proporcionan la revelación: hombre imagen y semejanza de Dios, miembro de Cristo, llamado a la unión con Dios, entonces el valor positivo del hombre alcanza unas vetas más que positivas. Y es que, según Edith Stein, sólo y en la medida en que el hombre descubre al hombre, descubre al mismo tiempo a Dios, que es la explicación del ser del hombre. Ello implicaría, a un nivel práctico, que la sociedad moderna, que la Iglesia moderna, podrán descubrir a Dios y presentarlo nuevamente al mundo, si se convierte al hombre y a su auténtica dignidad.
Ciertamente el pensamiento de Edith no se acaba ahí. Pero desde aquí y con este fundamento antropológico, interpretará todo lo demás. Y es que sólo el hombre que se conoce, alcanza a descubrir el valor y la importancia insustituible que Cristo tiene en su vida. Diríamos, pues, que en Edith Stein, el misterio de Cristo y el misterio del hombre, caminan juntos, y no se pueden separar, si se quiere alcanzar la Verdad del hombre y de Dios. Seguramente por todo esto Edith comprendió que la actitud del cristiano auténtico consiste en vivir confiado en las manos de Dios. Un Dios amor, siempre fiel y misericordioso.
Francisco Javier Sancho, ocd
ORACIONES
Algunos textos para orar y/o meditar
Para tomar conciencia del amor de Dios hacia mí: «Yo me sé sostenido y este sostén me da calma y seguridad. Ciertamente no es la confianza segura de sí misma del hombre que, con su propia fuerza, se mantiene de pie sobre un suelo firme, sino la seguridad suave y alegre del niño que reposa sobre un brazo fuerte, es decir, una seguridad que, vista objetivamente, no es menos razonable. En efecto, el niño que viviera constantemente en la angustia de que su madre le dejara caer, ¿sería razonable?.» (Ser finito y ser eterno, p. 75)
Cómo actuar frente al amor de Dios: «Ser como un niño y poner la vida con toda la investigación y cavilación en las manos del Padre. Si todavía uno no logra esto: pedir, pedir al Dios puesto en duda y desconocido que sea él quien le ayude. Ahora míreme asombrado, que no tengo miedo de presentarme ante usted con tan sencilla sabiduría de niño. Es sabiduría, porque es sencilla y esconde en sí misma todos los secretos. Y es un camino, que conduce con total garantía a la meta.» (Autorretrato epistolar, p. 60)
Consejo para vivir cada día en las manos de Dios: «Y cuando llega la noche y la revisión del día nos muestra que muchas de nuestras obras fueron fragmentarias y otras, que también nos habíamos propuesto, quedaron sin hacer y se despierta en nosotros una suerte de vergüenza y arrepentimiento, en ese momento habremos de tomar las cosas tal cual son, hemos de ponerlas en las manos de Dios y abandonarlas a Él. De esa manera se puede descansar en Él para, después de recuperarnos verdaderamente, comenzar el nuevo día como si fuera una nueva vida.» (La Mujer)
Oración al Espíritu Santo: ¿Quien eres tú, dulce luz que me llenas e iluminas la oscuridad de mi corazón? Me conduces igual que una mano materna y si me dejas libre, así no sabría ni dar un paso. Tú eres el espacio que envuelve todo mi ser y lo encierra en sí, abandonado de tí cae en el abismo de la nada, donde tú lo elevas al Ser. Tú, más cercano a mí que yo misma y más íntimo que mi intimidad, y aún inalcanzable e incomprensible, y que todo nombre haces explotar: Espíritu Santo, ¡Amor Eterno! ¿No eres Tú el dulce maná que del corazón del Hijo en el mío fluye, alimento de los ángeles y de los santos? Él, que de muerte a vida se elevó, Él me ha despertado también a mí a nueva vida, del sueño de la muerte. Y nueva vida me da, día tras día. Y un día su abundancia me sumergirá vida de tu vida, sí, Tú mismo: Espíritu Santo, ¡Vida Eterna! ¿Eres Tú el rayo que desde el Trono del Juez eterno cae e irrumpe en la noche del alma, que nunca se ha conocido a sí misma? Misericordioso e inexorable penetra en lo escondido de las llagas. Se asusta al verse a sí misma, concede lugar al santo temor, principio de toda sabiduría que viene de lo alto, y en lo Alto con firmeza nos ancla: tu obra, que nos hace nuevos, Espíritu Santo, ¡Rayo impenetrable! (Obras selectas)